«Los libros se escriben en El Cairo, se imprimen en Beirut y se leen en Bagdad». Corría el final de la década los sesenta del siglo pasado cuando esta máxima circulaba con tanta frecuencia como la de que «El Líbano es la perla de Oriente Próximo». Era muy pequeña pero recuerdo perfectamente cómo la televisión oficial iraquí emitía regularmente películas que mostraban al mundo árabe la prosperidad del país del cedro. Después de Um Kalzum, el mito vocal egipcio, la cantante libanesa Fairuz parecía omnipresente tanto en los programas musicales como en la filmografía retransmitida en todos los países árabes. La «turquesa» libanesa, que este mes cumplirá 89 años, representaba la elegancia, la innovación y el brillante futuro de una cultura que buscaba abrirse camino tras los siglos de sometimiento al imperio otomano y las décadas de colonialismo europeo, mientras a nivel político, personajes como Gamal Abdel Nasser lideraban el movimiento nacionalista que pretendía consolidar el lugar que los árabes aspiraban a tener en el mundo.
El Líbano era un país multiétnico y multicultural, nunca aceptado del todo por parte de Siria que consideraba que había sido creado para proteger a los cristianos en detrimento de los musulmanes. De hecho, y pese a la convulsa vida política desde su independencia formal en 1943, el ejercicio del poder sustentado en un pacto no escrito por el que los puestos fundamentales se distribuían entre los cristianos y musulmanes mantuvo al país relativamente pacificado.
Sin embargo, cuando el liderazgo de la OLP se instaló en Beirut en 1970 tras ser expulsado de Jordania como consecuencia del denominado «septiembre negro» el equilibrio de poder se rompió. Recordemos que la rama más violenta de los palestinos refugiados en Jordania organizaron desde atentados contra el monarca hachemí hasta levantamientos violentos contra ese Estado que obligaron al difunto rey Hussein a dar carta blanca a su ejército para expulsarlos.
La llegada de la OLP acabaría por provocar la guerra civil libanesa que se extendió desde 1975 a 1990.
Entre tanto, el conflicto árabe-palestino alentó la intervención israelí en Líbano en 1978 con la «operación Litani» y en 1982 la de «paz para Galilea». Alcanzado un alto el fuego en 1990, la destrucción casi total de Beirut representó las consecuencias del conflicto palestino nunca resuelto. Tras años de esfuerzo por reconstruir el Líbano, una nueva intervención israelí contra Hezbolá en el 2006 dio al traste con la recuperación.
Hoy vuelve a repetirse la historia. Israel bombardea sin piedad el Líbano a causa de un elemento disruptor como Hezbolá. De nuevo el irresoluto problema palestino arrastra al desastre a los países vecinos. Y los sirios, acompañados por palestinos, huyen precisamente al país del que escaparon hace unos años, Siria. Está claro que no aprendemos de la historia.