Yo soy el tigre

Cristina Gufé
Cristina Gufé ESCRITORA. LICENCIADA EN FILOSOFÍA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN

OPINIÓN

JOSE PARDO

03 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Una de las expresiones que emplea Jorge Luis Borges para referirse a las vivencias humanas en relación con la temporalidad. Decimos: «Cuánto tiempo hace que no nos vemos», «el tiempo vuela», etcétera.No será fácil situar el momento de la vida en el que nos damos cuenta de que vamos a estar obligados a mantener con el tiempo una tensión inevitable. Resulta complejo ­­—es algo sobre lo que no solemos hablar— expresar cómo interiorizamos esa relación. El tiempo nos devora como un tigre, nos quema como el fuego, sin separación entre el fuego o el tigre y nosotros mismos: ese lazo lo anuda la conciencia que se nos muestra como un continuo mientras transcurren fechas en el calendario.

Sabemos que el tiempo no se detiene porque el movimiento del cosmos le va haciendo su lugar a todos los acontecimientos para que sucedan; será «el espacio» en el que los hechos y los seres se ordenan, pero cuando tomamos conciencia de nuestro ser dejamos de cumplir años, lo que nos convertiría en eternos. A la vez, comprendemos que no es así. El tiempo pasa y nos arrasa en el aspecto físico pero, de algún modo los humanos «estamos detenidos», sin que podamos precisar cuándo y cómo se produce esa quietud.

La naturaleza se nos muestra en su apariencia situada en el tiempo, mientras nosotros mantenemos una lucha. No logramos situar la dimensión de la discrepancia, la heterogeneidad incomprensible. Es una pugna sin tregua, origen de trastornos sin nombre. No hay diagnóstico para esa torpeza existencial, para la incapacidad que algunos tienen de entregarle el cuello al tigre, o su cuerpo a las llamas.

«El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho, es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego», así lo expresa Borges.

La conciencia me permite descubrir que entre la primavera y el verano, entre el otoño y el invierno, entre el nacimiento y la muerte, hay algo invariable que soy yo, y que podría ser ajeno al tiempo. Los ríos no saben que son ríos, los tigres no se reconocen a sí mismos diferentes de los leones, tampoco el bosque devastado por las llamas se ve a sí mismo distinto del verde y lustroso cuando era un valle iluminado. Los humanos somos los únicos que lo sabemos, por ello no resulta extravagante sospechar que nuestra conciencia se librará de la fuerza del río, del fuego, o de las garras invencibles de los tigres de la selva.