Los padrinos

Miguel-Anxo Murado ESCRITOR Y PERIODISTA

OPINIÓN

Ed

07 nov 2021 . Actualizado a las 10:09 h.

Cuando vi por primera vez El padrino, la gran película de Francis Ford Coppola, me pareció que estaba muy bien, pero que promovía una imagen muy distorsionada de la encomiable figura del padrino de bautizo. Me resultaba imposible conciliar la manera que tenía don Vito Corleone de mimar a su ahijado, amenazando de muerte a quienes se atrevían a molestarle, con el comportamiento de mi propio padrino, el respetado médico lugués don Bernardino Pardo Ouro; o de mi otro padrino, mi querido tío José Ángel, quien en realidad solo es padrino de mi hermano, pero que me dejaba que yo le llamase así también, convirtiéndome en lo que podríamos llamar un ahijado adoptivo. Es verdad que le podíamos pedir cualquier cosa y que él se desvivía por dárnosla. Pero no creo que hubiese accedido jamás a hacer las barbaridades que hace el padrino interpretado por Marlon Brando. Claro que nuestras aspiraciones también eran muy modestas. Yo, por ejemplo, cada vez que íbamos a verle a A Coruña le daba la lata para que me comprase unos pequeños ciclistas de plástico para jugar a la Vuelta Ciclista a España. Con eso, a Coppola no le daría ni para hacer un corto.

Me acordé de esto a raíz de la decisión que acaba de tomar la diócesis siciliana de Catania de suprimir la figura de los padrinos de bautizo. Según dicen se trata de un «experimento» para ver si así se desvincula el sacramento bautismal de la tradición mafiosa según la cual el padrino está obligado incluso a cometer crímenes por su ahijado. No sé, pero me da la impresión de que el problema de la delincuencia mafiosa va más allá de la pila bautismal, y dudo que por dejar a los niños de Catania sin reloj nuevo en su primera comunión (si es que es esto lo que siguen regalando los padrinos) se vaya a acabar el crimen organizado. Si se llama así, es precisamente porque está bastante bien organizado.

De acuerdo en que ha habido padrinos sicilianos e italoamericanos terribles. Gente como Giovanni Brusca, que respondía por el revelador apodo de Il Porco, el cerdo, y que presumía de haber matado a doscientas personas (aunque en un arranque de honradez le confesó al juez que la verdad es que había perdido la cuenta). Gente como Calogero Vizzini, que, con el gangster Lucky Luciano como socio capitalista, montó en Palermo un laboratorio de heroína disimulado como una fábrica de golosinas para los niños. Personajes como Joe Masseria, «el hombre que esquivaba las balas» (lo que acabó demostrándose que no era del todo cierto); el infame Vito Genovese, que arrojaba monedas de plata a la multitud como un siniestro rey mago; o Bernardo Provenzano, de quien se decía que «disparaba como un dios y tenía el cerebro de una gallina»… Imagino que, en los bautizos, cuando el cura pronunciaba la fórmula ritual «¿renuncias a Satanás?», se quedarían pensándoselo un rato o dirían eso de «¿podría usted repetirme la pregunta?».

De modo que entiendo que la iglesia catanesa quiera alejar a elementos así del manejo del agua bendita; pero me temo que, más que para estigmatizar a los mafiosos, lo único que se va a conseguir es estigmatizar a los padrinos aun más de lo que ya lo hizo Coppola con su película. Por cierto que la última vez que la vi fue en la televisión, en Londres, y me encontraba justamente acompañado de mi ahijada Eliza. Y tengo que decir que, cuando llegó la famosa escena en la que el ahijado de Vito Corleone le pide que amenace a un productor de cine para que le dé un papel en una película, cogí el mando y quité el sonido. Por si acaso a la niña se le ocurría alguna idea rara.