Carles, detenido por su jefe de prensa

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Lorena Sopêna | Europa Press

25 sep 2021 . Actualizado a las 23:18 h.

Salió la mar de feliz de las 18 horas detenido. Ni siquiera se le notaban las señales de un leve jet lag carcelario. Carles Puigdemont, de 58 años, nació en Amer, Gerona, el 29 de diciembre de 1962 y es periodista y político. Fue presidente de la Generalitat y ahora cree que dirige desde Waterloo una república ficticia, una ínsula Barataria como la de Sancho Panza.

Estos episodios de detenciones exprés de Puigdemont -la de Cerdeña es la segunda, tras la de Alemania- deben estar organizados hasta el último detalle por su equipo de propaganda. El guionista de estos despropósitos tiene que ser su mismísimo jefe de prensa.

Solo sirven para que el personaje reactive su pobre perfil de héroe fugado. Y contribuyen básicamente a que España haga de nuevo el ridículo, para solaz de la tribu independentista. Vivimos en un mundo de impactos, de imágenes y de pantallas, y estas horas en prisión de Carles son oxígeno para un tipo que, sin salir en las primeras páginas y en los telediarios, sería simplemente un dibujo de cómic en esa Casa de la República, como llaman pomposamente a la vivienda de Waterloo, que venimos pagando de una forma indirecta todos, todas y todes.

Estos avatares hacen de Puigdemont un hombre. Dieciocho horas entre rejas en una supuesta cárcel de máxima seguridad en Cerdeña revitalizan y secan el papel mojado de este patriarca del catalanismo perseguido.

Da lo mismo que sus compañeros de delito se hayan pasado más de tres años y medio en cárceles, bien tratados, pero en cárceles. Unos minutos de Carles con la amenaza de unas esposas que mancillen sus muñecas son jaleados por los fans como si el expresidente y europarlamentario hubiese dormido en los calabozos de la Inquisición, no en un spa de una isla italiana.

Salvo que los acontecimientos peguen un giro sorprendente, que a estas horas no se espera, la máquina de propaganda de la República de tebeo le ha metido otro gol al Gobierno de Sánchez, que va por un lado, al Tribunal Supremo, que va por otro, a los de ERC, que ya no pueden con Puigdemont. Golean más los muchachos de Carles con estos shows que el Barça de esta temporada que, empobrecido y endeudado como la Generalitat, sí parece condenado a sufrir en todas las competiciones.

Los de Carles están deseando que estos paseos por Europa terminen en mini detenciones que a él lo hacen grande. Lo suben al altar de esos interrogatorios que le hacen los jueces, en los que casi solo falta que el magistrado, antes alemán, ahora italiana, le pregunte si todo ha estado a su gusto en la cárcel, qué tal la cena, y lo conviden a un pitillo por si le apetece.

Hace tiempo que Puigdemont debería de haber dejado de ser titular de periódico para convertirse en suplente hasta su desaparición por inanición periodística. Ojalá que algún día pase a ser simplemente una nota a pie de página de la República que nunca existió. O que solo existió y existe para los que viven muy bien alimentando esa pesadilla.

Dice el clásico que son dos las cosas que más teme el ser humano: el miedo al hambre y el miedo a la soledad. Puigdemont, hambre no pasa. Y la soledad se la arreglamos de vez en cuando con el subidón de una detención.