Tania Vigo: «Con 14 anos deixei aos meus pais e á miña irmá en Suíza e vin para Galicia para vivir coa avoa»

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ANA GARCÍA

Esta vecina de Dumbría tomó la decisión a pesar del sacrificio que suponía alejarse de sus progenitores: «Non quería estar sempre indo e vindo, que nin es de aquí nin de alí»

04 may 2024 . Actualizado a las 12:12 h.

Tania podría estar ahora contando su historia, una bien diferente, a orillas de las verdes aguas del lago Constanza, en el cantón de Thurgau (o Turgovia), en el nordeste de Suiza. Pero lo hace frente a otras aguas tal vez más hermosas, las azules del mar de O Ézaro, en Dumbría. En su casa, al lado de la de su abuela, María Segunda Lestón Antelo, que este año cumplirá 91 años.

Tania Vigo Lamela, que tiene 41 años y a la que muchos conocen como A pelirroja do Ézaro, está en Galicia porque un día decidió que esta iba a ser su tierra definitiva. Y muy pronto. «Con 14 anos volvín de Suíza e quedei coa avoa». Con Maruja de Anita, que es como la conocen en esta parroquia. Y desde ese momento, que comenzó con una despedida que daría para una escena real de película (la niña despidiéndose de los padres, que se marchaban en coche a Suiza mirando hacia atrás y diciendo adiós), su abuela ya no fue Segunda, fue su otra madre, la encargada de criarla y enseñarle lo fundamental de la vida. Y de llamarla, también hoy, Taniña.

Pero antes de llegar a ese momento decisivo en su vida es preciso ponerla en contexto. Tania forma parte de esa larguísima lista de hijos de emigrantes, miles sin duda, criados en la tierra de origen por sus abuelos (incluso tíos, o hermanos mayores) mientras sus padres estaban en el extranjero. La casuística es muy grande: criados toda su primera vida, una parte, a todos los hermanos, a uno solo... Ella pasó un tiempo en O Ézaro desde que nació, más o menos año y medio, con sus padres ya en Suiza. Pero su madre se quedó embarazada de su hermana y decidió que tenían que crecer juntas. Y allá se fue.

Los días pasaban en medio de una comunidad emigrante con muchos vecinos de la zona. O Ézaro tiene a muchos vecinos en Estados Unidos e Inglaterra, y los tuvo en Canarias, y Suiza fue destino importante en los 70 y 80. También del entorno: Cee, Carnota... «Todos tiñamos moita relación, ata viviamos algúns no mesmo edificio. Había moi bo ambiente», recuerda. Los viajes en coche a Galicia eran épicos, con ella y su hermana en la parte de atrás, con la maletas, una durmiendo en el asiento y la otra sobre el equipaje. A veces, en el regreso, los embutidos iban debajo de la que se hacía la dormida para pasar la aduana. Capítulos vitales de la emigración que tantos gallegos pueden relatar. En ocasiones, con parada en Barcelona, para ver a familiares, «e mesmo a Albacete».

De Suiza tiene muy buenos recuerdos. Al principio le costó un poco integrarse, sobre todo porque andaba siempre con una amiga de Brens (Cee), pero después no tuvo problemas, tampoco para aprender alemán. «Aínda lembro como eran os libros cos que nos ensinaban a lingua». También recuerda cómo muchos niños, o familias enteras, regresaban cuando les tocaba empezar el colegio. Ella, no: cursó en Suiza toda la enseñanza primaria obligatoria.

Decidió volver a Galicia

Y llegado este punto es cuando aparece el coche de sus padres y la despedida. «Fun eu a que quixen volver, tomei eu a decisión», señala. A sus padre les costó bastante entenderla. «Eu tíñao moi claro, se facía alí a seguinte aprendizaxe, sabía que me quedaría alí o resto da miña vida, e non. Iso significaba deixar aos meus pais, á miña irmá, aos amigos... Todo. Pero non quería aquela situación de estar sempre indo e vindo, que nin es de aquí nin de alí. Meus pais non o crían», asegura. Y cuando ya la dejaron con su abuela, después de las vacaciones, el padre estuvo un buen rato mirándola desde el coche al arrancar. Pero siguió directo hacia Suiza.

Y ahí empezó su vida con su abuela, esa segunda madre que por muchos años tuvo que ser como la primera. «Ela, moi contenta, porque estaba soa, quedara viúva con 37 anos e tivo unha vida dura e moito que traballar. E eu, moi contenta tamén». Los primeros años viajaba bastante a Thurgau, en todas las vacaciones. Echaba algo de menos aquello, «pero criarte cunha avoa é algo moi bonito». Segunda era muy cuidadosa con ella. «Para que non me pasara nada», bromea. Y estricta. «Fixo de nai moitos anos». Tantos que compartieron casa hasta después de casada ya Tania, hasta que tuvo su segunda hija hace 10 años, con 31. Fue entonces cuando compró otra y viven al lado, así que la separación es relativa, y el mar de O Ézaro sigue coloreando de azul las dos viviendas.

Tania cuenta que los años, desde adolescente, con su abuela, fueron un aprendizaje «persoal e vital». A trabajar en el campo, a saber hacer de todo. A escuchar sus historias de salir a vender pescado de joven, con él en la cabeza, a muchos kilómetros de distancia. A cortar pinos en el monte, porque su familia tenía un aserradero. A ver cómo se construía el puente de O Ézaro: aún recuerda alguna canción de aquel avance. «Sempre falamos moito, e sempre lle quixen moito, e quérolle. Agora cóntalle as cousas ás miñas fillas, que aínda que son bisnetas, é coma se fosen netas. Tamén me axuda a crialas». La madre de Tania falleció hace siete años, con solo 62. Este domingo se acordará de ella y se abrazará a la madre-abuela.