«El gris y cobarde Adolfo Suárez» ¡Hala!

Roberto Blanco Valdés
roberto l. blanco valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

CEDIDA pastor

15 ago 2021 . Actualizado a las 10:14 h.

Como todos los martes, jueves y sábados desde hace muchos años, me disponía a escribir esta columna para lo que, tras peneirar las noticias del día, opté por la que me parecía más digna de atención: las duras críticas de Ione Belarra a Grande-Marlaska por la devolución a Marruecos de 800 menores, incumpliendo, según Belarra, las leyes internacionales. La noticia eleva el pintoresquismo del Gobierno de coalición que padecemos a grados de verdadera fantasía: tras la fase de discrepancias entre los ministros del PSOE y de Podemos, y la de su mutua desautorización, estamos ya en la de crítica pública de los unos a los otros, lo que convierte a Sánchez en presidente del Gobierno y de la oposición a su Gobierno dentro del Gobierno. Un mago, vamos, que saca caos de su chistera. 

En eso estaba yo, cuando, como hago siempre, leí la espléndida columna de Xosé Luís Barreiro Rivas. Un breve comentario con que un IVNI (Internauta Volador No Identificada) la obsequiaba me decidió de inmediato a cambiar el tema de mi artículo. El comentario (de un tal 2676 desde Ragón) decía así: «Mezclar en el mismo saco a oradores como Castelar, Cánovas, Ortega, o Azaña, con el gris y cobarde exministro del Movimiento, Adolfo Suárez, tiene delito».

Me falta espacio, claro, para glosar a figuras poliédricas como las de Castelar (jefe del Gobierno de la I República durante cuatro meses en uno de los períodos más desastrosos de nuestro siglo XIX), Cánovas (que impulsó un régimen de larga estabilidad a costa de invertir el parlamentarismo y no resolver en medio siglo ninguno de los problemas estructurales del país: el social, el religioso, el militar, el territorial o el democrático), Ortega (un intelectual que acabó harto de la República que promovió con entusiasmo) y Azaña, a quien admiro profundamente como intelectual, pero cuya obra como estadista no estuvo a la altura de las extremas dificultades históricas a las que hubo de enfrentarse.

A Suárez, a cuyos partidos (UCD y el CDS) jamás voté, se le pueden criticar muchas cosas: su mejorable formación, sus servicios a la dictadura o su recurrente oportunismo. Basta para ello leer el libro que publicó en 1979 Gregorio Morán (Adolfo Suárez. Historia de una ambición) con la intención de descubrir (o exagerar) todos sus defectos y ocultar (o negar) las que ya entonces se habían revelado como virtudes evidentes.

La más importante de las cuales era precisamente la que nuestro IVNI le niega de forma tan mordaz y cicatera: su valor como político y su coraje como ciudadano. Basta recordar dos episodios de una trayectoria que sin duda facilitó la Transición: la decisión, tomada casi en solitario, de legalizar al PCE, esencial para que la futura democracia lo fuera de verdad; y su arrojo, defendiendo la dignidad del poder democrático, el 23F, al mantenerse a pie firme en medio de la ráfagas de metralleta, mientras todos los presentes (salvo Carrillo y Gutiérrez Mellado) rodaban por el suelo. ¡A eso, sí señor, se le llama en castellano cobardía!