Casado, en Colón: de pirómano a bombero

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

PP

15 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Dicen las crónicas que las tres familias de la derecha pincharon en Colón. No lo tengo tan claro porque, como se presentaron divididas, habrá que concluir con Tolstói que cada familia infeliz lo es a su manera. A la ultraderecha, en la que incluyo a Isabel Díaz Ayuso por méritos propios, no le fue del todo mal. Tal vez no haya obtenido el éxito cosechado en la misma plaza tres años atrás, pero sin duda impuso su discurso e hizo notar su presencia. A Ciudadanos, ni fu ni fa: imposible saber si pinchó o dejó de pinchar un vehículo que, desde las elecciones de Madrid, circula con las ruedas reventadas. El desastre sin paliativos se cebó en el PP. Pablo Casado acudió a la cita a regañadientes, con intención de estar sin estar y no estar estando, y ahora debe andar más arrepentido de haber ido que Oriol Junqueras en su carta.

Tras haber descartado la calle como campo de batalla contra los indultos, Casado dio un paso en falso al anunciar que asistiría a la manifestación de Colón. Pudo haber desistido a tiempo, al ver como sus barones desertaban, alegando sencillamente algún pretexto más o menos creíble: una visita al papa que exige jornada de reflexión previa, las fiestas de Salamanca o el bautizo de una sobrina por parte de padre. No lo hizo y allá se fue, pero en actitud vergonzante: escondido en la esquina, lejos de Abascal y arropado por su guardia pretoriana. Y desde ese rincón, próximo al refugio de Génova por si tenía que darse a la fuga, pudo constatar dos hechos dolorosos. Uno, que esto de los indultos no tiene el efecto galvanizador que se le presumía. Quizá la mayoría de los ciudadanos no los aprueban, pero ni hacen un drama del asunto ni los motiva a movilizarse al sol irredento de junio. Incluso para los manifestantes, a juzgar por sus gritos y pancartas, los indultos eran lo de menos: ellos estaban allí para tumbar al diabólico Sánchez. Y dos, en Colón ya no se le quiere a Casado como antaño, sobre todo después de la moción de censura de Vox: «Casado, nos has abandonado».

Pero lo peor del vía crucis fueron las palabras de Díaz Ayuso: «¿Qué va a hacer el rey, va a firmar los indultos? ¿Lo van a hacer cómplice?». Trágame tierra. Dicen las crónicas que Casado, aunque nada ducho en Derecho Constitucional, abría los ojos como platos. Su pupila, la gloriosa triunfadora de Madrid, ha convertido al rey en cómplice de Pedro Sánchez y, por extensión, de los separatistas catalanes. En realidad, la complicidad de Felipe y Pedro viene de viejo: fue aquel quien propuso a este como presidente, quien lo ratificó en el cargo tras la investidura y quien refrendó todos y cada uno de sus decretos y leyes.

Nunca la monarquía, ni siquiera en la mejor versión de Pablo Iglesias, había sufrido un ataque como este. Como tampoco la Constitución, porque Díaz Ayuso sugiere al rey que se subleve y se pase la carta magna por el arco del triunfo. Abascal nunca llegó a tales extremos. Y de ahí el drama de Pablo Casado, un pirómano reconvertido en bombero: fue a Colón a quemar a Sánchez y ahora apaga el incendio provocado por Ayuso.