El Gobierno en su cuesta abajo

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

STRINGER

13 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En el pecado llevaréis la penitencia, amonestó Carrillo hace muchos años a los diputados «ducedé». Y Carrillo no se equivocó: el pecado -la decisión de Suárez de soportar en solitario el peso de dirigir la Transición, negándose a aceptar el gobierno de concentración que se empeñaba en proponer el líder comunista- acabó para los ucedistas como el rosario de la aurora: en las elecciones de 1982 pasaron de 168 a 11 diputados, un caso entonces único en Europa.

Sánchez cometió también un gravísimo pecado democrático: entrar en la Moncloa a lomos no ya de Podemos (lo que ha obligado a los socialistas a gobernar con una fuerza antisistema que le exige un día sí y otro también hacer verdaderos juegos malabares), sino, entre otras gollerías, con un partido golpista (ERC) y otro (EH Bildu) defensor del legado de una banda terrorista.

Y en ese pecado llevan los socialistas su pesada penitencia: el Gobierno, perdida ya su libertad, va embalado en una vertiginosa cuesta abajo, que no se sabe si finalizará como acabó la de UCD pero que, de momento, avergüenza a decenas de miles de afiliados y votantes que no se reconocen en el partido que dirige Pedro Sánchez. Escribió Alejandro Dumas que el bien es lento porque va cuesta arriba y el mal rápido porque va cuesta abajo.

Y tan rápido: este Gobierno ha tomado (decir timado sería más exacto) en poco más de un año decisiones que todos los habidos hasta ahora en España se negaron a adoptar: trata a los herederos de ETA como si fuesen un partido más; ha transferido al Gobierno vasco las prisiones y acercado al País Vasco más presos que jamás antes ningún ejecutivo; ha desautorizado a los jueces ¡del Tribunal Supremo! como autores de venganzas y revanchas y convertido a un partido cuyos principales dirigentes están encarcelados por sedición en el principal aliado del Gobierno; ha proclamado que en Cataluña hay un conflicto político, que solo puede resolverse negociando fuera de las instituciones y planteado la necesidad de hacer un referendo sobre el «marco de convivencia» en Cataluña, que no sabemos lo que es, pero sí lo que no es: un referendo de ratificación de una nueva reforma estatutaria, único que cabe en la Constitución.

Sí, he dejado para el final los indultos a los condenados por sedición y malversación porque ahí, por primera vez desde que comenzó la cuesta abajo de un ejecutivo entregado en manos de los enemigos de España y de la Constitución, el Gobierno ha dado en piedra: el indulto no lo quieren ni muchos de los militantes socialistas no entregados al patriotismo de partido (por eso se han retrasado para después de las primarias andaluzas, que hoy se celebran) y muy pocos han comprado la vergonzosa prédica de Sánchez y su Rasputín: ni señal de reconciliación, ni condición para resolver el problema catalán, mi magnanimidad, ni otras mandangas. El indulto es solo la condición para que Sánchez pueda seguir en la Moncloa, un precio que, piensan millones de españoles, no vale la mercancía que recibiremos a cambio.