El gran arrepentido

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Carlos Barria

09 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Este no es mi Trump, que me lo han cambiado. Así pensarán unos cuantos millones de sus votantes a los que había convencido del fraude electoral y que, por tanto, no criticaban el asalto al Capitolio. Las encuestas dicen que son la mitad del electorado del Partido Republicano. En decir, más de 35 millones de personas. Han pasado de jalear al líder valeroso que se rebelaba contra el sistema a encontrar un pesaroso jefe de Estado que reconoce la derrota, no habla del robo de su victoria, condena la violencia y habla de «atroz» asalto a la sede de la soberanía nacional. Un cambio rapidísimo, producido en menos de 24 horas. El día anterior, el mismo Donald Trump confesaba su amor y su respeto a los insurrectos. Efectivamente, lo han cambiado.

Vista su biografía, se trata de una mentira más. De arrepentimiento, nada. Lo que hay es un último esfuerzo por salvar su imagen, obligado por sus asesores. De pronto se encontró solo y severamente juzgado en los medios informativos y por los gobernantes de todo el mundo. Le abandonó y le desobedeció su vicepresidente. Le dimitieron un par de ministros y varios altos cargos, avergonzados de su última gestión. Facebook clausuró su cuenta. Twitter le impidió escribir durante un día y borró sus últimos mensajes. Pasó del poder y la gloria a ser un apestado. Un apestado mundial. Mal asunto para un hombre de negocios, para un magnate cuyas cuentas dependen en gran parte de su buena imagen. Me parece también una clave para entender su conversión. A lo mejor los consejos más efectivos procedieron de sus ejecutivos en las Torres Trump de Nueva York y no solo de los despachos de la Casa Blanca.

Muerto el Trump político e intentada la resurrección del Trump empresario, cuestión distinta es si con esa rectificación cae también lo que ya se llama el trumpismo, casi una ideología. Y sospecho que no. Queda por ahí un Bolsonaro que, siguiendo los pasos de Trump, ya no descarta que en Brasil se produzca también un robo de votos para apartarlo de la presidencia. Queda el nacional-populismo, más enraizado de lo que parece, y todos los populismos que hay en la Unión Europea son de derechas, bastantes de extrema derecha, y tienen a Trump como su guía casi espiritual. Tendrán que pasar muchas elecciones para saber si han entrado en decadencia o tienen futuro por delante. El populismo es un fenómeno de este tiempo que no va a desaparecer por el fracaso de su líder mundial.

Y, si miramos a España, queda la tendencia a la polarización política, que en algunas naciones como la nuestra parece ahora mismo imparable y algunos dirigentes la alimentan como una parte fundamental de sus estrategias de partido. Los discursos del consenso y la concordia no les sirven de nada; los desprecian. Tenemos derecho a esperar que el final humillante del gran polarizador les sirva al menos como reflexión.