Implicación de los padres y complicidad de los menores

Amparo Rodríguez Lombardía PRESIDENTA DE LA ASOCIACIÓN GALEGA DE PEDIATRÍA DE ATENCIÓN PRIMARIA

OPINIÓN

21 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

En el escenario de enorme incertidumbre en el que nos encontramos no sé si es segura, pero desde luego es absolutamente deseable esa vuelta a las aulas en septiembre, de la manera más normal posible, pero a la vez será muy distinta de lo que alumnos y profesores conocían hasta ahora.

Diversas fuentes, entre las que se encuentra la propia OMS, pronostican una o dos nuevas oleadas de contagios en otoño/invierno, estimándose que será necesario cuando menos un plazo de un año y medio para volver a la normalidad. Son muchas las señales que apuntan en esa dirección.

No voy a centrar el foco en factores tan conocidos, a fuerza de repetidos, como la tasa de contagio o la virulencia con que se manifiesta. Sí recalcaría, aun a riesgo de ser pesada, que en buena medida nos encontraremos con un escenario que será fiel reflejo de nuestro comportamiento higiénico, sanitario y social a lo largo de este verano.

Todavía existen muchas dudas acerca de la capacidad de transmisión de los menores y es verdad que la práctica totalidad de los que se infectan presentan síntomas leves y que es muy bajo el riesgo de enfermedad grave por coronavirus, pero parece que los niños contagian y pueden ser contagiados igual que los adultos.

No podemos confiar en que en la vuelta al colegio exista ya una vacuna, por los propios tiempos de desarrollo de la misma, ni en que cuando esta llegue estemos totalmente protegidos. Al tiempo, no es probable que el covid-19 desaparezca, por lo que debemos trabajar aplicando medidas preventivas que puedan minimizar los problemas cuando se produzcan los futuros brotes.

El regreso a la actividad docente supone un reto social y sanitario. Social, porque coadyuva al retorno a la normalidad de las familias, facilitando la conciliación, y más importante, al correcto desarrollo psicológico, educativo y emocional del menor, que se reencuentra con iguales en un marco adecuado. Es indudable que la recuperación del entorno académico es fundamental para el desarrollo personal de los estudiantes, para las familias y para toda la sociedad.

En la vuelta a las aulas debemos pensar en cada una de las etapas educativas. No es lo mismo infantil o primaria, donde puede resultar difícil evitar contactos físicos, por la propia naturaleza del juego de los menores, que la educación secundaria o el Bachillerato, donde puede resultar más sencillo hacer que las normas se cumplan.

Save the Children y la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria, han elaborado un informe con las recomendaciones necesarias para que el alumnado vuelva con seguridad a la educación presencial: distanciamiento físico de seguridad y uso de mascarilla, fomento de las medidas de higiene personal y respiratoria, limpieza y desinfección diaria de instalaciones y entorno, planes para el aislamiento ante casos de infección o sospechosos y, por último, información y formación a la plantilla del centro, familias y alumnado.

Para la aplicación de estas medidas es necesario dotar de medios a la comunidad educativa y la implicación de los padres; no pueden acudir al colegio menores con síntomas, aunque sean leves. Pero sobre todo contar con la complicidad de los adolescentes, ya que no siempre aceptan las nuevas normas de convivencia; solo tenemos que fijarnos en qué ha ocurrido durante las diferentes fases del desconfinamiento, donde ha sido muy frecuente ver pandillas de jóvenes y no tan jóvenes alternando despreocupadamente, y el secreto del éxito del regreso a las aulas está en no bajar la guardia. Que sea seguro depende de todos.