Histeria

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

JON NAZCA | Reuters

19 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

«¿Quién hubiera pensado que sería tan fácil, dentro de las sociedades modernas, libres y civilizadas, confinar a cada persona en cada pueblo, cada ciudad, cada país a una existencia limitada dentro de uno o unos pocos espacios interiores cerrados? Es sorprendente lo rápido que la confusión y el abrazo del miedo envuelven a la humanidad?». Un amigo de Estados Unidos me hizo esta reflexión días atrás, cuando le contaba lo que suponía la declaración del estado de alarma por parte del Gobierno. Otro colega, desde Bilbao y con menos habilidad literaria -aunque el mismo espíritu crítico-, comentaba: «Se nos ha ido la olla. Esto ha pasado siempre y no parábamos el mundo».

Es verdad que esto ha pasado siempre. Pasó con las pestes en la Edad Media, pasó con la gripe de 1918 (la mal llamada «gripe española») y pasó, como recuerdan muchos expertos sanitarios, con el SARS, el MERS, el ébola o la gripe A. También podríamos incluir aquí el VIH/sida, que, pese a la eficacia de los antirretrovirales, cada año contagia a 1,7 millones de personas y provoca la muerte de 750.000. Y, sin embargo, el mundo no se para.

¿Qué ha cambiado en esta pandemia? En el 2009, con el virus H1N1 (gripe A), todavía no se había producido el despegue de los smartphones (la mayoría de los móviles tenían teclado físico) y la penetración de las redes sociales era mínima: WhatsApp se estrenó ese mismo año. En una década hemos vivido una explosión de conectividad y superinformación sin precedentes, que lleva aparejada una ultradifusión de bulos y noticias sin contrastar. Algunos medios intentan competir con titulares y enfoques catastrofistas.

Lo que nos está ocurriendo es una mezcla de histeria y sobreactuación, que se produce al no haber intervenido cuando los límites de la enfermedad se podían acotar localmente. Primero se peca por omisión y después por exceso, y cuando nos queremos dar cuenta estamos encerrados en nuestras casas y con una ley marcial, con los militares patrullando las calles. China y Corea, no lo olvidemos, no cerraron todo el país.

Las vidas tienen prioridad sobre la economía, pero ¿qué vida les espera a los que perderán su trabajo o su negocio? ¿Cómo se reconstruye la reputación de una nación que depende del turismo? ¿Vamos a repetir este patrón cada vez que un virus nuevo empiece a multiplicarse? Hay que hacer algo más que exigir la responsabilidad individual.