Es obvio el esfuerzo de gasto para el AVE en Galicia, donde cualquier tramo triplica el coste de uno de igual longitud en Castilla. Es evidente que el AVE llega tarde a Galicia, porque otras regiones han sido priorizadas. Es iluso creer que llegará por fin en el 2020, porque es año electoral, o en el 2021, porque es Año Santo. No depende ni del presidente Feijoo ni del apóstol Santiago. Mientras los políticos ajustan plazos y promesas, los ingenieros advierten que, además de los tramos en servicio, hay tramos en obras, en señalización, en electrificación, en pruebas, en proyecto, y que no solo faltan vías, sino estaciones y subestaciones. Todo ello lleva su tiempo, al que hay que sumar el tiempo que sea necesario para la verificación, por una agencia independiente, de la directiva europea en materia de seguridad. Nunca es tarde si la vía es buena. Sin duda, mejorará la conexión Galicia-Madrid; con duda, poco mejorará la interconexión urbana propia y nada la de sus puertos y aeropuertos. Entretanto Renfe cierra apeaderos que considera obsoletos. Galicia no es maquinista de su propio tren.
Además de invertir mucho hay que invertir bien. Las falsas expectativas dan al traste con las inversiones. Hace unos veinte años parecía que el avestruz iba a sustituir a la ternera en las neveras gallegas. Aprovechando la crisis de las vacas locas se multiplicaron las granjas para la cría de avestruz, un negocio redondo ya que el progreso del consumo saludable habría de incrementar la demanda de esa carne roja poco calórica y ese huevo con menos colesterol y más peso que dos docenas de los de gallina. Menos mal que las granjas eran complementarias de las explotaciones familiares, pues solo fue negocio para los suministradores de los avestruces. El problema del transporte, la alta mortalidad, el clima poco propicio, la escasez de mataderos, el encarecimiento de los piensos, la baja productividad en canal, el precio poco competitivo y la preferencia del consumidor por carnes autóctonas frustraron las expectativas. Unos años después ya no había granjas ni ganas de comer avestruz. El avestruz corrió más que el AVE, pero ahora ese tragaldabas está donde debe estar, correteando por la sabana sudafricana.
Cuando se le pregunta a los gobernantes sobre el AVE aplican la estrategia del avestruz, esto es, aletean, si están en período electoral, y esconden la cabeza bajo tierra, si surgen desajustes presupuestarios o imprevistos técnicos. Los psicólogos sociales denominan «efecto avestruz» a tal comportamiento, que revela falta de control de uno mismo, desprecio intencionado de información relevante, menosprecio de consecuencias e indefinición de objetivos. Lo que no saben los gobernantes es que el avestruz no entierra su cabeza, simplemente la agacha.