Partido a partido: Más País

OPINIÓN

03 oct 2019 . Actualizado a las 14:35 h.

Corre el tiempo tan de prisa que hace doce días, cuando inicié la serie Partido a partido, inspirándome en el cristiano y evangélico orden -«los últimos serán primeros, y los primeros últimos» (San Mateo, 19,30)-, aún no se había fundado este sexto pelotón del aquelarre nacional. Aunque el nombre de este engendro -Más País- vale para todo y para nada, para encandilar a todos y todas, para motivar por igual a jacobinos y confederales, y para despertar la mística patriótica y social de la izquierda y la derecha, yo, al ver que los periódicos capitalinos tienen a su joven fundador por el «santo advenimiento», prefiero denominarlo «Más Errejón», porque este sintagma nominal resume con ventaja sus postulados ideológicos, y porque favorece su correcta identificación por los votantes de Podemos que, en pleno frenesí del «sí se puede», quieren emular a Judas Iscariote.

Si hacemos el análisis en perspectiva pluralista, es evidente que el errejonismo, cuyo único objetivo es robar papeletas y capacidad estratégica a Iglesias, no añade nada a la panoplia de opciones que manejamos los votantes, ya que solo sirve para incrementar la ingobernabilidad estructural del último quinquenio; para potenciar los vaivenes retóricos de Sánchez; y para confundir al respetable, y personalizar en un líder con cara de niño bueno lo que quiso ser un movimiento de masas, revolucionario, antisistema, izquierdista y social-populista. Y eso significa que Errejón solo puede aspirar a formar una unidad simbiótica con el sanchismo, para darle algunos folgos, antes de convertirse en un ministro fiable y afiliarse al PSOE.

Dado que la política, como los designios de Dios, es bastante inescrutable, no es fácil saber si la jugada de Sánchez -el Gran Hermano de Errejón- va a disparar el tiro por el cañón o la culata, ya que, entre la infinidad de combinaciones que concentra cualquier trapallada, nunca se puede descartar ni un finis coronat opus, ni un roto para un descosido. Lo que sí se sabe es que este oportunismo enrabietado de Errejón no va a aportar nada bueno para la democracia española, ya que lleva en su ADN todos los defectos que hundieron a Pablo Iglesias: en vez de nacer como un partido, con unidad de acción y programa, se presenta como un conglomerado de opciones definidas por su voluntad de centrifugar el Estado, por su localismo irredento y por su querencia por la desintegración atómica de las confluencias. En su propuesta -que desviste un santo para vestir otro- confluyen objetivos cutres y contradictorios. Y su imagen refleja una ambición personal y un tacticismo extremo que, en la España actual, no tienen ningún sentido.

El sainete resultante es de tal calibre que ni siquiera Manuela Carmena, tan extrañamente endiosada en su inoperancia, quiso poner su foto en tan extemporánea y disolvente taifa. Por eso me siento legitimado para cerrar este análisis con el desesperante arrecendo de un refrán muy popular que he adaptado para la ocasión: éramos pocos, y parió el nieto.

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