Torra y el último «ahora» de Sánchez

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Enric Fontcuberta

08 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Las dos palabras más bellas de nuestro idioma no son ¡Te quiero!, sino ¡Es benigno!». Quien así habla, ¿cómo no?, es el genial hipocondríaco Harry Block que compone Woody Allen en Desmontando a Harry, una cinta inolvidable.

Si tuviéramos que escoger, ¿qué palabra definiría mejor a Pedro Sánchez? Podría ser «ahora», en su uso periodístico actual. Cuando en un titular se escribe «ahora» («El partido tal afirma ahora…», «El político cual sostiene ahora…») todo el mundo entiende que la persona u organización a quien va referida la noticia ha cambiado de posición. Y Sánchez -lo sabe todo el mundo- cambia de posición como cambia de camisa.

El último sonado «ahora» que ha protagonizado nuestro flamante presidente del Gobierno se refiere a las materias de las que está dispuesto a hablar con el de la Generalitat. Tras la vergonzosa y sectaria componenda con Podemos, el PNV y los golpistas catalanes para hacerse con el control de RTVE, Sánchez proclama «ahora», en pago de los votos recibidos, que no habrá límites en los temas que mañana tratará con Joaquim Torra. «Ahora», porque antes de ese apoyo de los partidos golpistas seguía habiendo un límite que conocía todo el mundo, en el que estaban de acuerdo el PP, el PSOE y Ciudadanos: que no se hablaría jamás de autodeterminación y referendo.

Tal límite no impide, claro está, que Torra pueda ir a la Moncloa a plantearle a Sánchez lo que quiera. ¿Cómo impedírselo? Pero su importancia simbólica esencial venía traduciéndose en un firme compromiso de los partidos constitucionalistas: su mutua lealtad en el absoluto rechazo a la pretensión de los nacionalistas de relacionar el problema catalán y lo que llaman el derecho a decidir.

El cambio de posición de Sánchez en un asunto de tanta envergadura, cuya respuesta agradecida por parte de los secesionistas fue aprobar de inmediato una moción de la CUP en el Parlamento autonómico reafirmando el proyecto de construir una república catalana independiente, solo puede tener dos posibles finales, ambos desastrosos. Que el presidente opte por buscar un chanchullo constitucional para colarnos la celebración de algún tipo de consulta, lo que sería el principio del fin del Partido Socialista. O que, pasándose de listo, se crea Sánchez que puede engañar a Torra y a los suyos, lo que más pronto que tarde pondrá contra las cuerdas al Gobierno. Pues -lo escribía ayer en La Voz Fernando Ónega-, «quien conozca mínimamente la mentalidad y la estrategia independentista sabe que cada acción, cada gesto y cada palabra tiene la intención de avanzar hacia su meta. La consigna es ni un paso atrás».

Sánchez juega con fuego, obligado por la misma mala cabeza que le llevó al lugar donde hoy está: a la presidencia de un Gobierno inverosímil con 84 diputados y unos aliados imposibles. En el pecado, como dijo Carrillo a los dirigentes de UCD, llevará la penitencia.