Dislexia democrática y populismo

Xosé Luis Barreiro Rivas
Xosé Luis Barreiro Rivas A TORRE VIXÍA

OPINIÓN

Ballesteros | efe

08 feb 2018 . Actualizado a las 08:13 h.

Quien haya seguido la sesión de control que se celebró ayer en el Congreso de los Diputados tendrá la sensación de que la sociedad española está radicalmente enfrentada con las tesis del Partido Popular y que la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno solo pudo nacer de una manipulación de la representación popular, que al sentirse burlada por el Gobierno, llama en su auxilio a los demás portavoces y portavozas. Todos sabemos, sin embargo, que el PP es el partido más votado -con bastante diferencia- de los que hay en la Cámara y que, aunque la suma de todos los demás partidos con representación podría haber elegido otro presidente -y aún puede quitar a este para poner a otro mediante una moción de censura-, el potencial de acuerdo entre los partidos de la oposición es equivalente a cero, ya que cada vez están más enfrentados entre sí, y que, si tuviésemos que analizarlos a todos juntos bajo el concepto general de oposición, solo podríamos concluir que funcionan como una jaula de grillos.

Lo mismo pensará, seguro, el que haya seguido el debate del Parlamento de Galicia sobre la reforma de la sanidad, que también habrá llegado a la conclusión de que el PP tiene que recurrir al rodillo de la mayoría -un asquito democrático- para contrarrestar la sensación de mayoría que simula el babélico desfile de portavoces de la oposición por la tribuna del edificio del Hórreo. Pero la realidad es que, también en este caso, la mayoría del Parlamento, democráticamente escogida, la tiene el PP; que esa mayoría fue elegida -por tercera vez consecutiva- por cientos de miles de ciudadanos que saben lo que quieren, ven lo que ven y votan como les place; y que es el pueblo, y no el capricho de líderes fantasmales, el que lleva los intereses de Galicia por el camino que van.

La razón próxima de este disparate, que genera confusión y desencanto en las masas menos informadas, es la sutil trasposición que se está haciendo en España entre la mayoría de partidos y la mayoría de votos, cuyo objetivo es que, en vez de estar gobernados por la voluntad popular -es decir, por los votos-, estemos siendo gobernados por el barullo que hacen los portavoces de las minorías a las que los reglamentos -que no critico- le dan todo el tiempo que necesitan para armar y extender la confusión. La evidencia de este proceso nos la proporcionó ayer Irene Montero, que, en vez de medir el peso de las políticas en votos, la midió -unificando lo que no está unido- en «portavoces y portavozas», y que, en vez de medir la legitimidad del Gobierno por su capacidad de hacer y gestionar propuestas realistas, optó por la capacidad que tienen unos y otros de gastar tiempo y materia gris en descalificaciones e invocaciones a «la gente».

A esto se le llama populismo y no democracia. Y por eso tenemos la sensación de que en vez de un Parlamento hemos elegido un circo. Y la esencia de los circos ya se sabe cuál es: las fieras, los trapecistas y los payasos.