El «procés» se queda con el culo al aire

OPINIÓN

ALBERT GEA | reuters

07 oct 2017 . Actualizado a las 08:23 h.

La mayor mentira del procés, que inició el trasplante de la revolución desde la Generalitat a la calle, está convirtiendo el parto del último Estado europeo en una patochada. Y lo que empezó con «España nos roba», se cierra estos días con una espantada empresarial sin precedentes. Y ni siquiera yo, que tanto me mojé en la difícil tarea de desenmascarar el independentismo, podía imaginar que la inmoral y estupidez de Mas, Junqueras, Puigdemont y Forcadell se precipitase ahora, como un alud del Pirineo, sobre las masas abducidas por este proceso desleal y obcecado. En aquel «España nos roba», que Mas utilizó como espoleta del procés, se resumían todas las manipulaciones de las balanzas fiscales, de la Cataluña ordeñada por los vagos del Sur, del imperialismo castellano que se libró de la pobreza sometiendo Cataluña, y de que todas las crisis de la historia se pueden explicar con la esquemática conclusión de que el puzle autoritario e inestable que es España, pesó como una losa sobre las ansias de progreso y libertad de la eterna e indiscutible nación catalana. Y por eso es triste y ridículo que este episodio empiece a disolverse en una fuga de empresas que, obligadas a escoger entre el paraíso catalán y la parte ibérica del desierto del Sáhara, no tienen más opción que asentarse entre las dunas. Lo que hizo posible esta gran manipulación que ofuscó a la gente y a los expertos, fue la burda confusión entre las grandes empresas españolas asentadas en Cataluña y las empresas catalanas que funcionaban como ubres abundosas para el resto de España. Y por eso se llegó a olvidar que las claves que explican la existencia de CaixaBank, Sabadell, Seat y Gas Natural, o los monopolios protegidos de antaño, como el textil y las maquinarias, fueron: el mercado español y su proyección internacional; y las costosas e injustas estrategias que, para levantar en Cataluña y Euskadi dos polos industriales, condicionaron severamente el desarrollo del resto del Estado. Y solo por eso se explica que, cuando un loco visionario decide romper lo que era una unidad estratégica de desarrollo y modernización, los burgueses olvidan su identidad y se van con el mercado. El Banco Sabadell, que abrió la compuerta que arrasa este procés, no hizo política, ni renegó de Cataluña, sino que, tras convertir en basura las teorías de las balances fiscales y de las fábricas sin mercados, salvó, in extremis, su pellejo. Y así se fraguó el fiasco. Porque los clientes pueden prescindir de su banco haciendo un clic en el móvil, mientras que el gigante Sabadell, o cualquier otro, no pueden soportar «ni un segundo» la deserción de sus mercados. Y a esa unidad estratégica de sentido, cultura, cooperación, dimensión y estabilidad se le llama Estado. Y los Estados, al contrario de lo que sucede con las naciones, no se pueden inventar.