Ourizos y algas

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

06 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Estamos en tiempo de castañas. Carnes, dulces o los tradicionales magostos nos recuerdan cada año un fruto que forma parte de nuestra cultura y de nuestra gastronomía. Tras extraerlas de sus envueltas, los ourizos, las mesas de hogares y restaurantes se llenan de platos que incorporan la castaña como producto estacional, mientras las calles de nuestras ciudades huelen a castañas asadas. Estamos en otoño.

Pero si estos días pasean por algunas playas de Galicia verán que también es tiempo de castañas. Salteadas en la arena aparecen extrañas formas que no son otra cosa que ourizos cuyas espinas atrapan las algas; lo pueden ver, por ejemplo, en muchos pequeños arenales del entorno de Ares o de Pontedeume. Si este artículo tratara de gastronomía, nada más lejos de mi intención, las usaría para un sabroso spaghetti mare e monti, pero la cosa no va por ahí.

Seguro que habrán oído, más de una vez, que los bosques autóctonos no pueden crecer en nuestras rías, porque sus árboles no soportan las duras condiciones ambientales de esas áreas (alta salinidad, falta de suelo, etcétera). Por esa razón, la única alternativa es plantar otras especies que soportan mejor las condiciones de severidad ambiental y contribuyen a proteger la costa de los embates del mar y el viento. Sin embargo, recuerdo haber visto lugares en Escocia donde los árboles se descolgaban sobre el mar conformando paisajes extraordinarios; ¿será que son escoceses?, me preguntaba.

Pues bien, lo mismo se puede ver hoy en localidades del interior de las rías de Ares o de Betanzos, en donde a nuestros árboles tampoco parecen importarles esas duras condiciones. Es verdad que en ocasiones robles, castaños, laureles o madroños se ven amenazados por pinos o eucaliptos, pero esos pequeños bosquetes siguen conservando su belleza y, en muchos casos, elementos singulares de nuestra flora. Su valor es extraordinario.

Claro que nuestra costa es heterogénea, que hay abruptos acantilados con condiciones extremas o sistemas dunares y marismas que condicionan la vegetación, pero resulta lamentable invocar razones biológicas para justificar un entramado de políticas ambientales, urbanísticas, en definitiva económicas, que han destruido la práctica totalidad de los bosques litorales del interior de nuestras rías.

No hace falta una mole como la del Algarrobico, en Almería, ni un plan como el que se pretende reactivar para urbanizar Cala Reona, junto al Parque Regional de Calblanque, en Murcia; tampoco el proyecto de construcción de casinos en la costa de Tarragona, que Puigdemont considera una «inversión estratégica». Basta con la complicidad de la Administración, la avaricia de algunos constructores y la desinformación interesada para que los bosques litorales vayan desapareciendo silenciosamente.

Yo, entretanto, sigo disfrutando de los paseos por la playa, y cada vez que veo ourizos envueltos en algas no dejo de pensar que ha llegado el otoño, algo que, entre eucaliptos y plumeros, es imposible adivinar en muchas áreas de nuestra costa.