El cuento chino griego de los buenos y los malos

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

04 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cualquiera que no sea un desalmado experimenta sentimientos positivos (empatía, solidaridad, piedad) ante la terrible situación que vive Grecia desde el estallido de la crisis: la extensión de la pobreza, la radical rebaja de sueldos y pensiones y el drástico recorte de prestaciones y servicios han puesto a cientos de miles de griegos al borde de la supervivencia y provocado que el nivel de vida de millones se haya hundido.

¿Hay, pues, que ayudar a Grecia? Sin ningún genero de dudas. La cuestión no es esa, pues en torno a ella existe un gran consenso en las instituciones de la UE y en sus Estados, con independencia del signo político de los Gobiernos y la diferencia de intereses nacionales. No, lo que ha llegado a hartar a esos Gobiernos y, digámoslo con toda claridad, a gran parte de los ciudadanos de la Unión, no es la nueva ayuda a Grecia, sino la muy relevante cuestión de si hay que seguir prestando dinero a ese país sin exigirle que, a cambio, comience a tomar las medidas necesarias para poner fin al absoluto desbarajuste económico y político que lo ha convertido en lo que es hoy: un auténtico desastre.

Porque esa historia de que los griegos están sufriendo por culpa de la pérfida Alemania y la malvada Angela Merkel, la desalmada troika y el eje demoníaco Lisboa-Madrid -historia que Syriza, con el apoyo políticamente interesado o tristemente estúpido del buenismo radical de muchos europeos, ha elevado a dogma- no es más que un cuento chino destinado a descargar de la inmensa responsabilidad en el hundimiento de un país a su clase política y a la población que durante décadas la ha mantenido con un voto clientelar en el poder.

Y así mientras España, por ejemplo, construía tras la llegada de la democracia un moderno sistema impositivo (pese al agujero negro de un gran fraude fiscal), una Administración profesionalizada seleccionada por mérito y capacidad y un sistema de partidos que, en general, obtenían sus votos en un mercado libre y competido, Grecia se mostraba incapaz de crear un régimen económico y fiscal equiparable a los de los países de la UE mientras edificaba un régimen político basado en la corrupción y el clientelismo. Basten como ejemplos pavorosos el de esa isla griega donde un altísimo porcentaje de la población cobraba ¡prestaciones por ceguera! o el hecho de que el monto de impuestos impagados por los contribuyentes griegos ascienda hoy a 76.000 millones de euros ¡en un país de 11 millones de habitantes!

Es a la vista de esa situación como resulta difícilmente soportable la falta de humildad y sentido común con que Tsipras, y ya no digamos Varufakis, se empeñan en tratar, para conservar sus votos, a quienes están mejor que Grecia por la sencilla razón de que llevan mucho tiempo gobernando mejor su economía y su política.