También hay gente que vive de la crisis

OPINIÓN

04 dic 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Antes de pensar en ser buenos o malos, todos atendemos de manera insobornable al instinto de conservación, y sobre él desarrollamos una racionalidad, o una visión lógica de los procesos sociales, en la que los instintos de competitividad y acumulación preceden al sentido de lo ético. Por eso la historia está llena de militares que, viendo la guerra como una oportunidad para hacer brillante carrera, reciben con disgusto la firma de la paz. Los enterradores no ven mal las epidemias. Y las empresas de obra pública se frotan las manos cuando una riada destroza las calles o barre los puentes. Al lado de los animales que liban el néctar de las flores conviven especies que se alimentan de la carroña y del estiércol, y todos ven con buenos ojos cualquier incremento extraordinario de sus oportunidades.

Y lo mismo pasa con la crisis, convertida en un contexto necesario para algunos negocios y estrategias. En España hay plataformas y partidos políticos que necesitan prolongar el dramatismo de la crisis hasta las elecciones de 2015. E independentistas que necesitan un Gobierno central acorralado por problemas sociales y laborales. También se han generado modelos asistenciales -¡benditos sean!- que tienden a dramatizar primero lo que después solucionan. E incluso hay analistas y economistas que profetizaron el fracaso absoluto de la gobernanza económica de la Unión Europea, o que se deshicieron en loas hacia los países emergentes y hacia los que salvaron su crisis exportándola a los países más pobres. Y todos ellos necesitan que la salida de la crisis se haga lentamente, para poder adaptar al nuevo tiempo sus intereses, estrategias y profecías.

Por eso hay tanta gente empeñada en consolidar el desastre. Y por eso se niegan los signos de todo tipo que alumbran la salida del túnel. En España crece el empleo, aumenta el consumo, se reduce la prima de riesgo, crece la economía y despunta el crédito solvente. Las exportaciones van bien, el turismo exterior bate récords, las finanzas públicas se van ajustando, y las grandes empresas reestructuran sus deudas, reorientan sus objetivos y estabilizan la Bolsa. La banca ya es solvente, las cadenas comerciales regresan al centro de las ciudades, los inversores extranjeros nos ven futuro, y los periódicos anuncian la recuperación de sus lectores y su publicidad. Y en medio de una ola mundial de desastres políticos y económicos, España es reconocido como país serio y estable.

Aunque no estamos en Jauja, es evidente que los tiempos cambian. Pero hay mucha gente que nunca podrá reconocerlo, porque ha instalado su negocio sobre un contexto de crisis y sobre la maldad esencial y congénita de los liberales europeos. Pero yo los comprendo, porque siempre hubo militares entristecidos por la paz y enterradores que pagaron su hipoteca gracias a una epidemia.