Remordimientos

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

03 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

En Waterloo los campos de patatas ocultan la sangre de la carnicería humana que hace dos siglos conmovió a Europa. Del escenario de la definitiva derrota de Napoleón queda una inmensa planicie, una pirámide que mandó levantar Guillermo I para recordar a su hijo -los demás no importaban- y un centro de interpretación en el que los turistas compran fetiches y objetos que recuerdan el enfrentamiento.

En Verdún, un bosque plantado en 1930 cumple la función de cortina vegetal tras la que se esconden los ecos del horror de una de las batallas más sangrientas de la historia. En este paraje francés, los árboles logran ahogar la destrucción y la muerte de la Gran Guerra. Es un lugar sobrecogedor, en el que la destrucción, las huellas de los obuses y su cementerio de cruces blancas inspiran una evidente condena de las guerras. Ya transcurrió casi un siglo y encoge el ánimo solo con pensar en el destrozo de vidas jóvenes sacrificadas inútilmente. Muy cerca está Somme, la conocida como la tumba de barro. Un millón de bajas, entre alemanes y franceses.

La humanidad se mata y se masacra y luego construye grandes monumentos para recordar las tragedias y darse golpes en el pecho mientras no se olvida. Lugares de peregrinación para recordar las consecuencias de la mala costumbre de tirarse los trastos al discutir por una línea sobre un mapa. Las fronteras se van marcando con profundas rayas de sangre. Los labriegos también cambiaban los mojones de las leiras a escondidas. Luego, cuando morían, su alma venía del otro mundo peregrinando en santa compaña para demandar misas de penitencia. Lástima que los que provocan los conflictos no tengan tantos remordimientos.