PSOE, el huevo y la gallina

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

28 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Rebelión en la granja. La renuncia de Rubalcaba agitó las aguas socialistas y abrió una grieta por donde menos se podía esperar: por el procedimiento. La mayoría de los teóricamente llamados a sucederle se han enzarzado en la filosófica discusión de qué es primero: el huevo o la gallina. Los partidarios del huevo (o al revés, qué más da) defienden que Rubalcaba establece un orden lógico: primero, convoca un congreso, después se celebra y como está vacante la secretaría general, se elige al sucesor y después se celebran las primarias. Los partidarios de la gallina (o viceversa) ponen las primarias por delante de todo. Y algunos lo creen con tal vehemencia, que Eduardo Madina sentenció: «Con un congreso se usurpa la decisión de los ciudadanos». Carmen Chacón, a su vez, desconfía de Rubalcaba y considera que poner por delante el congreso es no entender el mensaje de cambio. En otras palabras: que todo es un truco de Rubalcaba.

Como se puede ver, en pocas horas el Partido Socialista ha pasado de lo sublime de asumir la responsabilidad del fiasco electoral a lo ridículo de meterse en la vulgaridad procedimental. Y yo, como tonto, voy y lo comento. Pues sí, señor: lo quiero comentar porque detrás de todo esto se esconde una parte de las miserias de la política de partido. Personalmente, entiendo que la propuesta de Rubalcaba es la correcta: si el jefe se marcha y faltan casi dos años para las elecciones, lo urgente es proceder a designar la nueva dirección, que en los partidos llaman ejecutiva. Después ya se decidirá quién encabeza el cartel electoral. Por lo menos tiene lógica. Lo ilógico sería buscar el cartel electoral y que la nueva dirección se encuentre con la hipoteca de un señor o una señora ya decididos para aspirar a la presidencia del Gobierno.

¿Pero qué ocurre? Lo que dijo aquel genio: que hay enemigos, grandes enemigos y compañeros de partido, y aquí estamos ante compañeros de partido. Y, puestos a desconfiar, nadie mejor que ellos mismos para sospechar malignas intenciones en el dimisionario, en su equipo y en su programa de relevo. Ahora las sospechas de los aspirantes son: que Rubalcaba tenga un tapado; que el aparato controle el congreso, como siempre suele hacer; que Susana Díaz, la presidenta andaluza, imponga al nuevo secretario general y quien no tenga su confianza se queda sin opciones; que la propia Susana se presente y, dado su poderío, se haga con el partido y la hijuela, yo qué sé.

Y lo peor de todo es la imagen que se transmite. Quien asista con alguna curiosidad a esta trifulca pensará con todo derecho que en el socialismo español todos quieren ser presidentes del Gobierno. La tarea de reconstruir el partido les parece un asunto menor.