Dos muertos

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

10 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Parece como si este invierno postizo le hubiera dado un impulso a la parca. Y en ese ángulo ampliado, la guadaña alcanzara los extremos. Como Margaret Thatcher y José Luis Sampedro. Dos personas que colaron en lo cotidiano de muchas otras. Sampedro descifró La sonrisa etrusca a incontables lectores. Le dio carne a la humanidad, la humanidad desnuda, sin academicismo. Se indignó desde sus noventa y tantos años. Acostumbrados al consejo del mercachifle, él ofreció la reflexión del padre. Nunca quiso transmitir que estaba de vuelta en su viaje. En el suyo, Thatcher se ganó el artículo. La Thatcher. Antes de que los modernos halcones neocón alzaran el vuelo y de que Merkel soñara con una Alemania unificada, ella ya blandía su látigo sin troikas. Y el eco del azote llegaba a lugares insospechados. En los ochenta, en los establos gallegos resistían los nombres clásicos. Rula, Rubia, Xovenca, Pastora... Aguantaron ante el desembarco de las novillas extranjeras. Sobrevivieron a los números identificadores, a la temperamental 54 y a la mansedumbre de la 32. Pero cuando las redes sociales no desplegaban sus víricas ocurrencias, cuando la tele se resumía en dos canales, en las cuadras nacían Pamelas en honor a Pamela Ewing, cuñada de J. R. en Dallas. Pero otro nombre más extraño se ganó un sitio en las cuadras. Hubo que adaptar su pronunciación. El sentido práctico invitó a dejarlo en Tacha. La inspiración no era otra que la Thatcher. Es irónico que parte del funeral de la reina de la privatización lo pague el Estado. Tanto como que su estela alcanzara los pesebres de Galicia. Tanto como que se haya ido casi al mismo tiempo que Sampedro. Será este invierno postizo que azuza a la parca.