¿Escrache? No, gracias

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

02 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Lo diré pronto para que nadie me pueda acusar de andar con dobleces. Eso que se llama el escrache, y que no es otra cosa que acosar a los políticos en sus propios domicilios, y en presencia de sus familias y vecinos si es necesario, para forzarlos a votar en el Parlamento en el sentido en el que pretenden quienes ejercen esa presión, me parece una práctica absolutamente inaceptable en democracia. Y pienso así al margen de lo que digan los jueces al respecto o de lo que opinen las fuerzas de seguridad. Yo entiendo que decir estas cosas en una España en la que lo políticamente correcto es ya ser incorrecto políticamente es algo parecido a suicidarse o exponerse a ser lapidado en la plaza pública. Pero es lo que pienso, sea quien sea quien se apunte al escrache. Y creo que es obligación de cualquier demócrata dejarlo claro, por más que resulten perfectamente comprensibles la desesperación y la ira de quienes han sido engañados o arrojados directamente a la calle por la incompetencia de algunos políticos.

La democracia es un organismo frágil al que, como desgraciadamente hemos comprobado en España, le cuesta brotar con el vigor necesario para mantenerse con vida cuando las condiciones exteriores se vuelven hostiles. Y no es precisamente importando los usos y costumbres de democracias todavía más inmaduras y menos libres que la española como se solucionarán nuestros problemas. Aquellos que por miedo a ser incluidos en la lista de escrachables alientan o simplemente callan ante el acoso a los representantes de la soberanía popular están haciendo un flaco favor a la libertad y a ellos mismos.

Si convertimos en algo tolerable o digno de aplauso el que quien se sienta maltratado, o incluso el que objetivamente lo haya sido, pueda hostigar en su casa a quien considere, pronto comprobaremos el coste de nuestro error. Porque si hoy son los afectados por las preferentes o los desahuciados quienes escrachan, mañana podemos tener a los antiabortistas acosando a los políticos de izquierda en sus hogares para que apoyen la reforma de la ley en el Parlamento o a los nacionalistas persiguiendo en sus domicilios a quienes no lo sean para forzarlos a votar a favor de la autodeterminación. Y entonces, en vez de una democracia, esto sería la ley de la selva. Y, en lugar de quien tuviera más apoyo popular, sería el que más fuerte grite o el más diestro en la práctica del escrache el que vería cómo sus iniciativas políticas se aprobaban en el Congreso.

Dicho esto, lo que pido no es que se castigue a quienes, llevados por la desesperación, acosen a quienes juzgan culpables de su ruina. Y mucho menos que se trate de destruirlos comparándolos con los terroristas. Se trata simplemente de que, por el bien de todos, se pongan todos los medios necesarios para impedir esa práctica. Y ahora, si gustan, pasen y despáchense a gusto los políticamente correctos.