Orgullo gay

Ramón Irigoyen
Ramón Irigoyen AL DÍA

OPINIÓN

07 jul 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Quien se asoma a la historia de la homosexualidad en el mundo occidental, hasta hace cuarenta años, lo primero que encuentra es la absoluta barbarie social contra una tendencia sexual de la que el individuo es tan irresponsable como en los casos en que esa persona nace heterosexual, alta, baja, rubia, morena, en Cangas de Onís o en Lette über Oelde, Westfalia. Con decir que ese cónclave de médicos supuestamente sabios, la Organización Mundial de la Salud, hasta hace poco más de treinta años, en su vademécum de taras físicas tenía catalogada la homosexualidad como una enfermedad, queda demostrado que la humanidad, como más o menos decía Voltaire, está compuesta por una manada de rumiantes de los que nada se puede esperar en el terreno del pensamiento.

¿Cuántos millones de humillaciones, de discriminación legal, de torturas físicas y psicológicas e incluso de ejecuciones -actualmente, la homosexualidad está aún castigada con la pena de muerte en Arabia Saudí y en otros países- han sufrido los homosexuales en el mundo? Por estos millones de humillaciones de todo tipo sufridas es comprensible que, por reacción de proscritos, los homosexuales hayan apelado al orgullo gay. Pero hay que avanzar. Hay que pasar del orgullo gay a la naturalidad gay. Ser gay es tan natural y tan involuntario en la persona como ser heterosexual, transexual o como ser alto o ser bajo. Solo podemos sentir orgullo de las cosas de las que somos responsables. Sintamos orgullo -o, mejor aún, alegrémonos y dejemos el orgullo para los ornitorrincos- de nuestros actos solidarios y de nuestros éxitos profesionales obtenidos en buena lid.