LA EVOLUCIÓN económica de un país puede analizarse desde ópticas distintas. Una es compararse consigo mismo a través del tiempo. Otra es observar como se aproxima a países de referencia. El primer análisis es cómodo y tiende a la complacencia. El segundo es más exigente y valora mejor los esfuerzos relativos. Por eso existen lecturas distintas sobre la economía gallega. Aunque el tango dice que veinte años no es nada -sin duda ignoraba la aceleración histórica-, los cambios experimentados en Galicia fueron extensos, profundos, diversos. Incuestionable, pero no llega. Porque Galicia no mejoró su posición relativa con respecto a España en todo ese tiempo. En 1981 el PIB per cápita gallego era 81,1% de la cifra media española. Ese porcentaje fue 81,6 en 1991 y se redujo a 78,5 en 2001. Cifras similares se registraron en los restantes años del período. Son datos de la Fundación BBV e INE. O sea, la renta per cápita generada por la economía gallega fue incapaz de aproximarse a la media española, incluso perdiendo población. Crecemos pero no convencemos ni convergemos. Durante todo el recorrido autonómico, Galicia se mantuvo en una fase estacionaria que no supo quebrar. Es un rasgo básico a retener y también un desafío de la economía gallega. Otra dimensión caracterizadora de Galicia se explica mediante el indicador de renta familiar disponible por habitante. Este indicador añade a las rentas generadas en actividades productivas, las remesas de emigrantes (de escasa incidencia en la actualidad) y el saldo del sector público, que sí es significativo. La renta disponible gallega osciló en torno al 91% de la media española en los años noventa, siendo más reducida en la actualidad. Por eso seguimos siendo una comunidad subsidiada. Nuestro bienestar económico descansa en rentas asociadas a actividades productivas, pero también en el importante saldo fiscal que todavía nos beneficia. Sin esa redistribución pública de rentas, nuestro bienestar social mermaría de forma notable. Es otro dato molesto pero cierto. Somos un país dependiente porque no convergemos y no convergemos porque hasta ahora no supimos romper los estrangulamientos estructurales del atraso relativo. Es cierto que mejoramos en infraestructuras físicas, equipamientos, educación, servicios y tecnología. Pero los demás también. Por eso seguimos a veinte puntos del PIB per cápita español. Por eso tendemos a olvidar nuestra peculiar condición de modernidad subvencionada. De país pegado a la subvención. De buscar y debatir estrategias que rompan la contradicción. Tenemos sólo el 64% de la renta per cápita de la UE. Pero deberíamos saber que otros horizontes son posibles y deseables.