EL ANTIFEÍSMO: ¡QUE NO DECAIGA!

OPINIÓN

16 jun 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

Pasé estos días, de lluvia y claros, de nubes y sol, de nieblas y largos atardeceres, por muchos lugares que quise reencontrar. Lugares de los que guardaba recuerdos de infancia, o de adolescencia. Pasé por ellos, pero no encontré lo que buscaba. Mi memoria visual y la escena real divergían. El feísmo, la desidia, el permisivismo urbanístico -entre otras causas- se habían interpuesto. Un día fue el cabo Udra en el Morrazo; otro, la punta del Carreiro en O Grove; también anduve por el cabo Silleiro, por la punta de la Atalaya en Malpica, por el faro de Corrubedo, por el de Louro, por Touriñán, por el de Laxe. Los fogonazos del pasado alumbraban mi memoria, tanto como las realidades visibles de hoy la atormentaban. Eran puntos terminales de nuestra geografía; son hoy enfermos terminales de nuestro inventario paisajístico. Daba por eso la bienvenida a las actuaciones recientes de disciplina urbanística, por dos razones, su necesaria implementación, de un lado, y su valor ejemplarizante, de otro. Cierto que en algunos lugares tal vez sea tarde, pero lo es porque nunca se empezó antes. Yo, que desde estas columnas tanto escribí sobre el feísmo y sus causas, no podía omitir mi bienvenida, cuando una acción positiva se emprende. Nuestros municipios costeros, nuestras periferias urbanas, han conocido ya la realidad de la disciplina urbanística. Utilizando el decir popular, cuando de una fiesta se trata, he de repetir también: ¡que no decaiga! No sé si mis dos memorias, la actual y la pasada, podrán con ello converger. No sé si el cambio de mentalidad que estas medidas irán poco a poco produciendo llegará a tiempo. Sé, sin embargo, que todavía podemos recuperar muchos lugares, rehabilitar el paisaje, rehabilitar el territorio. A las medidas disciplinarias habrán de seguir otras restauradoras; pero en estos casos la restauración precisará de la colaboración de todos. De los políticos locales, de los constructores, de los arquitectos, de la población, porque es la suma de ellos lo que ha generado ese feísmo que es una manifestación de subcultura. No me gusta mucho utilizar valoraciones estéticas para calificativos, porque las modas cambian y los gustos también, pero hay un fondo de buen gusto o de mal gusto siempre perceptible, y muchas veces objetivo, aunque esto nos llevaría al tan debatido tema de la belleza objetiva o subjetiva. El caso es que, en este discurrir, a mis dos memorias se acaba de sumar una tercera: la memoria virtual; aquélla que en mi imaginación rediseña espacios, lugares; pero imaginariamente recuperados, rehabilitados, regenerados, restaurados. La cirugía estética aplicada al paisaje, al igual que el maquillaje, puede aún aportar imágenes agradables, aunque marchitas; pero aun cuando la belleza renazca de un rostro maltrecho, siempre merecerá la pena procurar que asome de nuevo a la luz. A esa luz trémula de los atardeceres, triste de los nublados, mágica de las nieblas, refulgente de los soles. A esa luz envolvente de nuestras Rías Baixas, de A Costa da Morte, de ese itinerario de puntas, faros y balizas, que poco a poco hemos ido transformando en luces entre sombras. Aunque en el cielo y en el horizonte siempre queda la huella impresa de su luz. Y en mi memoria, en mis tres memorias también.