La virtud de la incertidumbre

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E director ejecutivo del Foro Económico Mundial de Davos, German Klaus Schwab, con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, interviniendo a través de videoconferencia
E director ejecutivo del Foro Económico Mundial de Davos, German Klaus Schwab, con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, interviniendo a través de videoconferencia SALVATORE DI NOLFI

Los actuales procesos acelerados de cambio deben dar lugar a la formación de un nuevo contrato social

26 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay un amplio acuerdo en calificar estos tiempos como particularmente inciertos. A las consecuencias imprevisibles de una crisis sanitaria de una intensidad no conocida en cien años, se suma la evidencia de que estamos ante un conjunto de transformaciones estructurales que cambiarán de un modo extraordinario la vida económica y social en la próxima década.

Hablamos de la ya célebre doble transición —digitalización y descarbonización—, pero también de una importante ruptura de lo que hemos conocido como globalización contemporánea, interactuando todo ello con un fondo de creciente malestar. De esas transformaciones sabemos que impactarán de un modo notable sobre nuestras vidas y que en gran medida son inexorables. La presencia creciente de la inteligencia artificial parece imparable, y con respecto a la revolución energética, parece ya evidente que no nos podemos permitir la inacción: como acaba de recordar el profesor Alberto Gago en su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias de Galicia, los cálculos disponibles apuntan a unas pérdidas brutales en caso de no avanzar en las reformas (entre un 15 y un 25 % del PIB global en ocho décadas).

Poco más lejos llegan las certezas. Cada una de esas líneas de cambio origina tendencias que no sabemos muy bien hacia dónde nos llevan. Por ejemplo, sobre una cuestión crucial como es el impacto de la digitalización sobre el empleo, hay una gran diversidad de cálculos (aunque una cosa es segura: que un porcentaje importante de los trabajadores, acaso una tercera parte, se verán obligados a cambiar de ocupación en solo una década). Pero la principal fuente de incertidumbre probablemente radica no en cada una de esas transiciones, sino en su dinámica conjunta. Es decir, en el modo en que cada una de ellas incida sobre las demás.

Es lo que se conoce como incertidumbre radical, que parece estar hoy por todas partes y que explica diversos fenómenos que nos acompañan en los últimos años: desde la aparición de continuas sorpresas (inflación, shocks de suministros) hasta la revisión constante de los cálculos económicos realizados por todo tipo de organismos.

Es indudable que la incertidumbre —la extendida aprensión ante un peligro insondable— crea desconcierto, duda y miedo en amplios sectores sociales. Esa es su peor y más conocida cara. Pero tiene otra muy diferente: la de abrir una ventana de oportunidad a una salida ordenada de este laberinto. Y es que los actuales procesos acelerados de cambio deben dar lugar a la formación de un nuevo contrato social. Pues bien, para avanzar por esa vía sin que se produzcan conflictos dramáticos —o incluso una reversión de la democracia— es imprescindible un amplio consenso que permita reducir las desigualdades o aumentar la competencia, y con ello, reforzar en estas condiciones tan complejas los apoyos sociales del sistema en que vivimos.

El caso es que desde la gran aportación del filósofo John Rawls sabemos que es la existencia de un denso «velo de incertidumbre» lo que hace posible el acuerdo: individuos racionales no dudarán en sumarse a él para evitar males mayores. Es la idea de «cálculo del consenso» conocida desde hace décadas por los economistas. Un principio tan sencillo estuvo detrás del gran acuerdo que permitió el gran crecimiento de las décadas de la posguerra. Y algo sí podría ocurrir de nuevo ahora. Mira tú por donde, la aborrecida incertidumbre abre también un camino para la esperanza.