Proteccionismo y conflictos económicos

Julio G. Sequeiros CATEDRÁTICO DE ESTRUCTURA ECONÓMICA DE LA UDC

MERCADOS

PUERTOS DEL ESTADO

Los aranceles ya no son lo que eran. Han dejado de ser un instrumento al servicio del crecimiento y el desarrollo para convertirse en un arma arrojadiza entre gobiernos para erosionar sus bases electorales. La profunda indexación de las cadenas globales de valor, sin embargo, colisiona directamente con la nueva estrategia de algunos países por cuanto cualquier freno al comercio internacional dispara a la línea de flotación de la economía mundial con unas consecuencias imprevisibles

23 feb 2020 . Actualizado a las 05:07 h.

Tanto en el ámbito del pensamiento económico como en la vida en general, conviven las ideas nuevas con las viejas en una coexistencia en la que las primeras tratan de mantenerse vigentes, mientras las nuevas pugnan por abrirse camino en un contexto en el que predominan los prejuicios, las ideologías, las religiones (incluso las religiones civiles) y, por qué no decirlo, simplemente la pereza y la desidia intelectual. Muchas de estas ideas viejas gozan de una ventaja competitiva enorme que las ayuda a sobrevivir en el transcurso del tiempo. Conectan directamente con la experiencia más inmediata de los ciudadanos, ideas que parecen a simple vista de puro sentido común. Así, no es fruto del sentido común ni de la experiencia más inmediata de los ciudadanos el hecho de que la Tierra es un planeta esférico que gira alrededor del sol. Es más, esta idea aún tiene actualmente una legión de detractores, no necesariamente todos ellos personajes pintorescos.

Una de estas ideas viejas tiene que ver con el comercio internacional. Consiste en interpretar el comercio como un intercambio en el sentido de un trueque. Un país exporta lo que le sobra e importa aquello que no produce, o produce en cantidades insuficientes. Por supuesto, siempre frente al volumen de su demanda interna. En consecuencia, los productos con los que un país interviene en el comercio internacional estarían determinados previamente por las características de cada nación en particular: recursos naturales, abundancia de mano de obra, dotación de capital... La propia existencia y naturaleza del comercio internacional reside precisamente ahí: debido a que estas características son muy cambiantes de un país a otro, el libre comercio internacional garantizaría que todos los habitantes del planeta podrían disponer de la misma cesta de bienes y servicios y al nivel de precios más bajo posible.

Esta idea -esta interpretación del comercio internacional-- se corresponde con una realidad que ha cambiado profundamente a partir de los últimos años noventa. Hasta esas fechas, y prácticamente desde mediados el siglo XIX, el comercio se realizaba entre productos diferentes, por ejemplo, entre los tejidos ingleses y los espirituosos portugueses, siguiendo el ejemplo que utiliza David Ricardo en sus Principios de Economía Política y de Tributación (1817). La idea funcionaba y, en consecuencia, el proteccionismo también. Un país podía defender su mercado interior poniendo aranceles a sus importaciones y tratar así de sustituir esas importaciones por producción nacional. Esto es lo que hizo España desde finalizada la Guerra Civil hasta su entrada en la UE en 1986 y con unos resultados positivos muy visibles.

Lamentablemente aún existen agentes sociales y líderes políticos que no alcanzan a ver el comercio internacional de otra manera. Siguen empecinados en la idea de que el comercio internacional se realiza entre productos diferentes y que el proteccionismo como estrategia de política económica puede llegar a tener efectos positivos sobre la economía de un país.

El caso español

Las ideas nuevas suelen estar basadas en la experiencia empírica, en el espíritu de la Ilustración. La evidencia empírica nos está mostrando que a partir de la década de los 2000 cualquier país importa y exporta los mismos productos. No concuerda con el sentido común de la experiencia inmediata de los ciudadanos, pero hay evidencia empírica muy abundante y reiterada. Si tomamos el caso español y su comercio con el resto del mundo, más del 80 % de este comercio se realiza entre los mismos productos. El 20 % restante se corresponde con el comercio de las ideas viejas: exportaciones de aceite de oliva contra importaciones de teléfonos móviles. Vamos a detenernos en este punto.

La industria en general, y el automóvil en particular, son un buen ejemplo. España exporta automóviles utilitarios producidos en España e importa automóviles utilitarios producidos en el extranjero. En este caso, y en muchos más hasta alcanzar el 80 % del comercio, los productos que se importan y se exportan coinciden entre sí. Es lo que se denomina comercio entre bienes de la misma industria (intraindustrial) frente al comercio más tradicional en el que se intercambiaban productos de industrias diferentes (interindustrial). Este sería el caso de las exportaciones de Ford, Renault... frente a las importaciones de Fiat, Hyundai...

Hoy en día, en los países desarrollados, los mercados han adquirido un nivel de complejidad y de sofisticación muy elevados. El gusto por la diversidad y la diferenciación, el diseño, los servicios post venta, la propia publicidad y su capacidad para modelar las necesidades y las preferencias de los consumidores, son elementos que explican cómo los mercados son capaces de absorber niveles de producción gigantescos. El tema de los mercados y su estructura es relevante. Si se me permite, un ejemplo tomado de la vida real.

Cuando España y Portugal entran en la Unión Europea (1986), la empresa Campsa monopolizaba el mercado de hidrocarburos en España y la empresa Petrogal hacía lo mismo en Portugal. Para evitar enfrentamientos estériles para ambas partes, llegan a un acuerdo mediante el cual Campsa iniciaba su expansión en Portugal con una potente red de estaciones de servicio, pero compraba las gasolinas y los gasóleos a Petrogal. Por el lado portugués lo mismo: se expandían en España, pero sus gasolineras españolas se abastecían en Campsa. Hasta ahí todo muy bien. Años más tarde, el acuerdo se rompe y Campsa abastece sus gasolineras portuguesas desde sus refinerías en España y Petrogal abastece las suyas en España desde sus refinerías en Portugal. En consecuencia, España comenzó a importar combustibles desde Portugal de la mano de Petrogal y Portugal empezó a importarlos desde España para abastecer a las estaciones de Campsa. Donde antes no había comercio de gasolinas y fueles, ahora lo hay en las dos direcciones y de productos muy similares (prácticamente idénticos, tanto en calidad como en precio).

Pero no solo las estructuras de mercado introducen complejidad en el comercio internacional. La mayor parte de esta complejidad la aportan las estructuras de producción. Por ejemplo, las ventas al exterior españolas no son en su totalidad producción española. Estas exportaciones incluyen muy frecuentemente partes, piezas o componentes que son previamente importados. Cuando en los años noventa España exportaba el modelo Fiesta de Ford, el motor de estos automóviles se importaba previamente desde Austria.

Cadena de valor global

Y con las importaciones lo mismo. Un segmento muy relevante de las importaciones que realiza España en el extranjero incluye exportaciones previas realizadas por España a ese país o a algún otro involucrado también en la cadena de producción y en la cadena de valor global. Cuando un consumidor español compra un Renault de gama alta está importando ese producto desde Francia y ese automóvil incorpora partes, piezas y componentes que han sido fabricados en España y exportados previamente a Francia para el montaje final del producto.

Lo que tenemos en la actualidad no es un proteccionismo a la vieja usanza. Hoy se están usando los aranceles principalmente para erosionar las bases electorales de los gobiernos de los países competidores y, de este modo (y de otros modos), tratar de negociar de forma ventajosa. Se lo hizo China a Trump con los aranceles a los cereales americanos y a sus bases electorales en el medio oeste y se lo está haciendo ahora Trump a los accionistas europeos del consorcio Airbus subiendo sus aranceles a los productos agrícolas e industriales con origen en Francia, Alemania o España. En fin... Los aranceles ya no son lo que eran. Han dejado de ser un instrumento al servicio de la política de crecimiento y desarrollo económicos para convertirse en una pedrada dispuesta a abandonar la honda en cualquier momento. Hoy las guerras económicas son así.