Escenarios para una década

Fernando González Laxe
Fernando González Laxe CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA APLICADA DE LA UDC

MERCADOS

SHAWN THEW

En medio de un clima en el que reina la incertidumbre, la economía mundial se enfrenta a cuatro posibles situaciones de muy distinto sino que definirán el balance final de estos diez años

12 ene 2020 . Actualizado a las 05:07 h.

Las sociedades han buscado predecir el futuro a lo largo de los siglos. Unas consultaban al oráculo de Delfos, otras extrapolaban técnicas muy sofisticadas para definir escenarios. No haremos ni una cosa, ni la otra. En un clima donde reina la incertidumbre y donde el porvenir es completamente desconocido, nuestra misión radica en proceder a contextualizar ciertos factores claves sabiendo que la estimación de los mismos sirve para ayudar a una elección en el presente; y siendo muy conscientes de que las cosas pueden cambiar en el futuro.

Auscultar la arquitectura mundial significa valorar la coordinación entre objetivos, evaluar las instituciones, escudriñar las anteriores reformas, estudiar los procedimientos de la toma de decisiones y extraer experiencias y lecciones de los últimos acontecimientos. Contando con estos elementos podemos establecer cuatro escenarios posibles para la próxima década.

En primer lugar, definimos uno continuista, pero con cuestionamientos internos y externos. Bajo este supuesto se contempla que la economía mundial crece lentamente a la vez que lo hace el comercio internacional de mercancías y servicios, así como los flujos financieros. El FMI ganaría enteros como prestador de créditos al conjunto de países. Se consolidaría una tríada de centros financieros mundiales (Wall Street, Singapur, Hong Kong). Sin embargo, la economía estaría enfrentada a varios peligros, entre los que destacamos la crisis energética, la desertización, la contaminación y los desastres naturales. Naciones Unidas tendría que aceptar que los Objetivos del Milenio estarían lejos de ser cumplidos y las desigualdades entre países se ensancharían.

Del mismo modo, resultaría difícil aceptar que una toma de decisiones en los organismos internacionales fuera aceptada por todos. Asimismo, las organizaciones de la sociedad civil buscan desempeñar un rol básico y de ayuda para asegurar la transparencia. Las sociedades multinacionales, por su parte, reforzarían su influencia sobre la economía mundial, siempre en favor de sus intereses de manera un tanto egoísta y poco solidaria. Las reglamentaciones internacionales son débiles y carentes de recursos para asegurar un comportamiento de comercio leal entre todos; y, en cambio, juegan a favor de la búsqueda de beneficios a corto plazo. La OMC no respondería a las exigencias de los desafíos, y con bastantes dificultades operaría el mecanismo de solución de diferencias. En ocasiones no se reconocen los derechos y las normas de trabajo decente, lo que ocasionaría situaciones de dumping social y abundancia de trabajo no decente. En suma, el sistema mundial carecería de coordinación y de cohesión a nivel multilateral, regional y nacional. Los gobiernos y las organizaciones internacionales se acusan mutuamente de dicho estado de la cuestión. Los desafíos mundiales no son abordados y los problemas mundiales no se resuelven, sino que se prolongan.

Un mundo regionalizado

Un segundo escenario vendría definido por la emergencia de bloques regionales. Se prevé entonces un cambio en lo tocante a la arquitectura mundial y como solución a las crisis anteriores (alimentarias, financieras y energéticas). Los gobiernos no se ponen de acuerdo sobre una base común: los sistemas de gobernanza. De ahí la pérdida de eficiencia de organismos tradicionales como la OMC, Banco Mundial, FMI, ONU... La situación económica se agravaría y la tasa de paro aumentaría, los salarios disminuirían y el consumo sería decreciente. Habría situaciones de malestar social y, en algunos casos, revueltas y tensiones políticas de envergadura. Muchos gobiernos cambiarían sus prioridades y se pondrían a desarrollar dinámicas de integración regionales, ya sea en su propia área, ya sea en áreas más alejadas, constituyendo nuevos centros de gravedad.

Es obvio que ciertos países pobres no podrían asumir soluciones en este escenario, debiéndose insertar bajo la órbita de un país desarrollado. Consecuencia de este proceso, sería la disminución de los actuales procedimientos y normas multilaterales, creándose un consejo mundial de regiones económicas, como un foro exclusivo de los líderes del mundo. La OMC continuaría existiendo, pero son los acuerdos comerciales bilaterales y regionales quienes marcarían la pauta. De ahí que no sería difícil deducir la composición de las siete grandes áreas: UE; bloque EE. UU./América del Norte y Central; bloque India; bloque China; bloque Asia del Sur; bloque Rusia/Asia Central; países Asia del Sur/Este. Las otras áreas que no formen parte de dichos bloques negociarían por separado, y se mantendrían siendo independientes, merced a su posición estratégica y geopolítica. Dichos grupos de países rivalizarían por los recursos escasos: agua, alimentación, combustibles, minerales... Las tensiones y los conflictos aumentarían y se resolverían de manera bilateral. Las sociedades multinacionales se adaptarían a las nuevas estructuras y establecerían una red regional de producción en el marco de una fragmentación productiva, de fusiones y participaciones de empresas. Predominaría el comercio intrarregional y las barreras aduaneras en cada área estarán desmanteladas. Algunas regiones lograrían una integración monetaria y, en ciertas ocasiones, se llevarían a a cabo devaluaciones competitivas de divisas. No habría un acuerdo definido y profundo sobre todos los desafíos y problemas mundiales, aunque sí se registraría una voluntad de afrontarlos.

El tercer escenario es aquel definido por las estrategias mercantiles proteccionistas. Al no haber podido definir una arquitectura mundial pactada, las consecuencias serían nefastas. Los efectos de las crisis hacen que algunos países (EE. UU., UE, China, India) hayan apostado por estrategias mercantiles proteccionistas, aumentando sus tarifas aduaneras, limitando importaciones y elevando barreras no arancelarias para mercancías y servicios. Ello supondría un frenazo a la evolución económica. Las campañas de nacionalización y los populismos económicos impulsarían a muchas empresas multinacionales a retirarse de algunos países. Las finanzas internacionales se desacoplarían de los préstamos mundiales, afectando al clima de confianza empresarial. El multilaterismo llegaría a su fin, en tanto que los estados perseguirían una diplomacia económica sobre bases bilaterales. La OMC desaparecería y los organismos como el FMI y el Banco Mundial agotarían sus recursos, porque los países no devuelven los préstamos recibidos. El cambio climático se convierte en la única preocupación de la ONU, aunque rebajando sus acciones y misiones para mitigar sus efectos.

Algunos países europeos abandonarían el euro y la UE estaría a punto de desintegrarse. Ciertos países estarían siendo gobernados por movimientos populistas y extremistas, que erigen muros proteccionistas adoptando políticas extranjeras agresivas y en algunos casos, neocoloniales. Los grandes problemas mundiales se exacerban porque no son tratados de manera eficaz. Hay conflictos y guerras por los recursos y los desastres naturales alteran algunas zonas costeras y desérticas. Se podría presenciar una carrera por África, con el objetivo de obtener el acceso a sus materias primas. Los peligros de una guerra nuclear amenazarían a algunas partes del planeta poniendo en peligro la debilidad del sistema internacional.

Por último, el cuarto escenario lo perfilamos como más armonioso. Responde a una situación de mayor conciencia y de necesidad de actuar, una vez que sabemos los impactos y los efectos de las crisis alimentarias, financieras y energéticas anteriores. Las experiencias de las burbujas económicas y financieras, la falta de actitud de políticos e instituciones y las repercusiones sobre el empleo, la seguridad y los avances tecnológicos harán que los movimientos sociales reclamen un basta ya, que se extendería por todo el planeta. Se formarían coaliciones muy potentes entre sindicatos, empresarios y organizaciones no gubernamentales, tanto de países desarrollados como en desarrollo, reclamando un liderazgo mundial más responsable.

Finalmente, los gobiernos se verían obligados a emprender cambios notables en sus estrategias llegando a definir un nuevo sistema multilateral. Dicha nueva arquitectura ha de partir de cero, pues los organismos clásicos ya no existirían. Podría haber una asamblea de la gobernanza mundial sobre la que pivote un nuevo sistema de estados, empresas, sindicatos y ONGs. Allí se podrían determinar los principios generales del sistema multilateral. Igualmente, se podrían definir los grados de complementariedad y los procedimientos de ajuste en los nuevos organismos reinventados. En dichas entidades no habría capacidad de veto y existiría una oficina de evaluación y de auditoria independiente, así como un mecanismo de seguimiento permanente de las políticas de cada organización.

Se buscaría disminuir la desigualdad entre países ricos y pobres, se priorizaría la igualdad de oportunidades, se cubrirían las necesidades mínimas de la población y se estimularía el emprendimiento. Se garantizaría un comercio justo, con reglas financieras más claras, una mejora al acceso al crédito y a los servicios financieros. Se incluirían los costes medioambientales y los estados invertirían mucho en los sistemas educativos.

Planteados estos cuatros potenciales escenarios vayamos a reseñar los riesgos existentes en el actual contexto. Tomamos nota de los más repetidos por los expertos en los congresos y reuniones internacionales. Y lo hacemos desagregando cinco apartados (ver tabla adjunta). O sea, ampliando las triples amenazas clásicas (las derivadas de la economía, de lo social y del medio ambiente) para incluir elementos nuevos y claves en el devenir de los próximos años. No cabe duda de que antes de pasar a afrontar los escenarios habría que acometer los instrumentos y acciones que minimicen los riesgos y que permitan aumentar la resiliencia. Y, sobre todo, actuar con responsabilidad de futuro. Los recientes acontecimientos nos han puesto sobre la pista de lo que puede venir. De ahí nuestra preocupación y aviso.