El laberinto de la globalización

Cristina Porteiro
Cristina Porteiro BRUSELAS / LA VOZ

MERCADOS

DON EMMERT

Las clases medias abrazan el proteccionismo como respuesta a la desigualdad, el desempleo y la deslocalización; las amenazas de Trump a firmas de automoción empiezan a surtir efecto

15 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Arranca el 2017 y con él a la UE le toca encarar las negociaciones del sempiterno brexit, encajar los giros de timón de Donald Trump al otro lado del Atlántico y apagar la efervescente ola populista. Son los tres grandes incendios que nos legó el 2016. El crepitar del descontento social aviva las llamas. 

 La mecha lleva encendida largo tiempo, aunque pocos pusieron la lupa sobre las señales de advertencia. Según el Estudio de Valores Europeo, los ciudadanos de la UE empezaron a mostrar signos de creciente desconfianza hacia las instituciones europeas, la apertura de puertas al comercio internacional y la inmigración desde los años 90, mientras el proceso de globalización cogía impulso y sus vecinos estadounidenses se preparaban para dar la bienvenida a la era de los acuerdos de libre comercio como el NAFTA (con México y Canadá), que hoy Trump quiere renegociar al grito de «Hagamos América grande otra vez». 

El proyecto europeo prometió seguridad, protección, empleo y bienestar a sus ciudadanos en la transición hacia unas economías de libre mercado sin restricciones al movimiento de capitales, servicios, bienes y personas. Ninguna generación viviría peor que la de sus padres. «La fe ciega en la globalización llevó a muchos a exagerar sus beneficios, a crear expectativas imposibles. Cuando no se cumplieron, la gente se sintió engañada y rechazó el libre comercio», justifica el director del think tank Ceps, Daniel Gros, quien sostiene que la prosperidad vino de la mano de un bum en el precio de las materias primas que se prolongó durante dos décadas. Sin embargo, es a la globalización a la que se le atribuyen los éxitos y los fracasos absolutos. 

¿Quién gana y quién pierde?

La globalización ha permitido a muchas comunidades salir de la extrema pobreza. Según cifras del Banco Mundial, el 42 % de la población mundial vivía con menos de 1,90 dólares al día en el año 1981. El porcentaje ha disminuido a lo largo de las últimas décadas hasta alcanzar el 10,6 % en el 2013. A ello ha contribuido el proceso de deslocalización empresarial desde los países industrializados a los emergentes y los países en desarrollo. El PIB mundial se ha sostenido gracias al empuje y la apertura de la economía china al mercado internacional a finales de los 90. Pero el dinamismo comercial y el aumento de la riqueza global no ha ido acompañada de mecanismos de redistribución equitativos y justos. «Desde mediados de los 80 la desigualdad en los países de la OCDE ha crecido un 10 % (...) Los beneficios del crecimiento económico aumentaron para el segmento más pequeño de la sociedad», reconoce la organización en un informe donde saca los colores a las potencias desarrolladas.

Fuentes diplomáticas españolas admiten que las disparidades persisten: «Algunos ciudadanos tienen la impresión de que solo unos pocos se benefician de la globalización y es muy difícil cambiar esa impresión porque en parte es verdad». A pesar de que el gran capital ha amasado fortunas con la meteórica liberalización de las últimas décadas, la riqueza y la mejora del poder adquisitivo en Occidente se concentran en las mismas manos. En Estados Unidos, por ejemplo, entre 1975 y el 2012 el 47 % del crecimiento de los ingresos totales antes de impuestos fue acaparado por el 1 % de la población. En el 2011 alcanzó la cifra récord del 93 %. La brecha entre ricos y pobres se agrandó hasta límites nunca vistos en las últimas cuatro décadas. En el conjunto de la OCDE no han mejorado los registros. En el 2012, el 1 % más rico controlaba el 50 % de la riqueza global. Fuera de esa élite capitalista, solo las clases medias de países como China, India, Indonesia y Brasil han mejorado notablemente su estatus con el proceso de internacionalización. Quienes no han visto mejorar su situación e incluso la han visto deteriorarse son las clases medias de los países ricos, las mismas que han provocado el vuelco en las urnas hacia posturas más proteccionistas y aislacionistas encarnadas por líderes populistas como Donald Trump, quien ha sabido capitalizar el descontento social para vencer en las últimas elecciones blandiendo promesas de recuperar los puestos de trabajo perdidos en la industria.

Las tres «D» 

A la desigualdad se suma el desempleo y la deslocalización. Son el tridente de desdichas que han azotado a la clase media occidental desde que los motores de la globalización comenzaron a funcionar a toda máquina. En los años de mayores tasas de crecimiento del PIB mundial, el desempleo apenas descendió en la UE. En el año 2005, en plena ola de deslocalización empresarial de Europa a Asia y Latinoamérica, las compañías amasaron enormes beneficios. China alcanzó uno de sus mayores picos de PIB (11,4 %) con una cifra de desempleo del 4, % frente al 8,9 % de la media de la UE. Aunque una pequeña parte de las empresas que habían externalizado o trasladado su producción a países con menores costes laborales están volviendo, esta experiencia unida a los oscuros años que siguieron a la crisis financiera del 2008 colmaron el ánimo de esa parte amplia de la población que vio frustradas sus aspiraciones.

Vuelta al proteccionismo

Las promesas incumplidas y el escepticismo creciente han alimentado el caldo de cultivo para la germinación de movimientos y líderes que abanderan la vuelta a los paradigmas proteccionistas. ¿Se puede desandar lo andado? Trump está dispuesto a intentarlo. No solo amenaza con levantar muros para contener a los inmigrantes mexicanos, también ha enseñado los dientes a las empresas, estadounidenses y extranjeras, que abogan por trasladar buena parte de su producción al país vecino por sus bajos costes laborales y la cercanía a su principal mercado de venta, Estados Unidos, a donde pueden exportar sus productos sin apenas aranceles aprovechando el paraguas del NAFTA. El último enfrentamiento provocado por el multimillonario tuvo como protagonista al sector de la automoción. Trump sugirió la introducción de cambios en el acuerdo para imponer una tasa de hasta el 35 % a las importaciones de vehículos de Ford, BMW y Toyota, entre otras, que tienen pensado invertir en plantas del país azteca: «Construid la planta en Estados Unidos o pagad una gran tasa transfronteriza», amenazó. El desafío está sobre la mesa.

«La fe ciega en la globalización llevó a muchos a exagerar sus beneficios, a crear expectativas imposibles», dicen en Bruselas