Finanzas y algoritmos

xosé carlos arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA DE LA UNIVERSIDADE DE VIGO

MERCADOS

22 mar 2019 . Actualizado a las 12:54 h.

El pasado 7 de octubre, la libra esterlina experimentó un fuerte castigo, que ahondó en la depreciación que viene experimentando desde el referéndum del brexit. Pero en ese descenso hubo un elemento muy intrigante: en apenas dos minutos, la libra cayó más de un 6 %, superando el 9 % en algunos mercados. Al ir transcurriendo la sesión, se fue advirtiendo una cierta apreciación, para acabar el día con un retroceso mucho más leve, de solamente un 1,3 %. ¿Qué ocurrió? ¿Fue fruto ese súbito hundimiento de un ataque especulativo masivo y simultáneo? ¿Falló el sistema de contratación? ¿Se introdujo en él un elemento extraño?

No hay todavía una respuesta convincente. Pero es importante señalar que no es la primera vez que ocurre, pues en los últimos años se produjeron varios episodios parecidos, para los que ya se ha inventado la denominación flash crash. En el 2015, por ejemplo, se produjeron dos incidentes de hundimiento instantáneo de las bolsas, cuyo origen aún no ha sido totalmente esclarecido. Más importante fue el flash crash de mayo del 2010 en Wall Street, cuando en unos minutos el valor de capitalización bursátil se redujo en 862.000 millones de dólares (algo desconocido en la historia financiera) y algunas compañías -como Accenture- vieron reducido su valor casi a cero. La recuperación de casi toda esa pérdida en los minutos o las horas siguientes no borró un poso de desconcierto y preocupación que ha durado hasta hoy. Un analista lo resumió así: lo ocurrido «dejó groguis tanto a los agentes del mercado como a los reguladores y académicos».

Hoy sabemos -después de múltiples investigaciones- que detrás del colapso súbito registrado en el 2010 hubo actuaciones delictivas, pero sería un grave error quedarse en una explicación fácil de ese tipo. La causa principal no estuvo en ninguna intervención o decisión humana, sino en un fallo general del sistema de contratación, debido a la respuesta que los algoritmos técnicos dieron automáticamente, en una fracción de tiempo extraordinariamente pequeña, a partir de un impulso bajista inicial.

Y es que, con la implantación de los nuevos y muy sofisticados modelos de contratación bursátil de alta frecuencia, la velocidad de los intercambios ha aumentado fuera de toda escala imaginable. Si hace unos años se hablaba de segundos como tiempo de referencia para estos asuntos, pronto pasó a usarse el término microsegundos, que a su vez no tardó en quedar atrás: ahora la palabra de moda en las altas finanzas es nanosegundo. En el que es seguramente el mejor análisis del flash crash del 2010, el considerado como cerebro del Banco de Inglaterra, Andrew Haldane, denominó acertadamente a ese fenómeno la «carrera hacia cero».

Obviamente, en un mundo en que se cruzan operaciones en cantidades mareantes, y por encima de las fronteras, en algo parecido a un nanosegundo, el papel fundamental de las decisiones de inversión tiene obligadamente que quedar en manos de máquinas. Y aunque los defensores de ese sistema destacan que garantiza mejor la estabilidad ?-pues una máquina bien programada es siempre más previsible que un ser humano-, es difícil no ver en ello también un gravísimo peligro. ¿Y si algo se desajustara, aunque fuera mínimamente, en su mecanismo? Entonces la fórmula algoritmo-máquina-nanosegundo introduciría a las finanzas mundiales en aguas negras e inexploradas. La sucesión de colapsos súbitos de los últimos años -la última tan reciente- hace ver que no es una especulación sin fundamento.

El fallo de un algoritmo parece estar tras el desplome de la libra. | andy rain / efe