Osoy un tipo raro, o hay cosas que me cuesta creer, quizás porque los silogismos que empleo no coinciden con las premisas de algunos organismos y dirigentes políticos, al menos en la conclusión final.
Véase un ejemplo: la estación del tren de Lugo. Si se dan una vuelta por ella comprobarán que está más vacía y desolada que las que aparecen en las películas de vaqueros. Por no tener, no tiene ni la cantina abierta, quizás por falta de clientela. A su vez, los trenes que por ella circulan se cuentan diariamente con los dedos de una mano; posiblemente los lucenses somos los españoles más incomunicados por ferrocarril de todo el estado. Pues bien, con estas premisas Renfe, ahora denominada Adif, o sea, se trata de cambiar la denominación para que todo siga igual, ha decidido invertir 822.160 euros para instalar dos ascensores y mejorar los andenes de nuestra desértica estación.
Como se puede comprobar premisa, silogismo y conclusión no coinciden pues lo normal sería dotarla de los servicios pertinentes, desde la cerrada cantina a la afluencia de trenes, tanto de larga distancia como, sobre todo, de corto recorrido, para favorecer el desplazamiento de muchas personas que acuden diariamente a Lugo o a localidades próximas a trabajar y que podrían hacerlo sin utilizar el coche, como sucede en otras muchas ciudades españolas.
Pero los de Adif son así. Se gastan una millonada en el desierto y por sus falsas conclusiones, mantienen la localidad de Rábade dividida en dos, sin que construyan el paso a nivel prometido sobre la vía del tren e impidiendo que muchas personas puedan utilizar con comodidad los servicios de la localidad. O sea, el tren aquí no une, sino que divide.
Veo que se quiere potenciar el turismo y cierra el Jorge I y embargan el Gran Hotel; el conselleiro de Cultura visita Lugo y ni pregunta por San Fernando, en permanente ruina. No hay duda que mi práctica filosófica no debe ser muy buena. O quizá que soy un poco rarito. Puede ser.