«La jornada laboral es incompatible con diálisis»

Dolores Cela Castro
dolores cela LUGO / LA VOZ

LUGO

ALBERTO LÓPEZ

María José Otero fue sometida a 30 operaciones quirúrgicas, la primera con 20 días de vida, y a dos trasplantes

08 mar 2018 . Actualizado a las 23:00 h.

El 8 de marzo coinciden dos fechas conmemorativas, el Día Internacional de la Mujer y el Día del Enfermo Renal que la asociación Alcer, dedica este año a las mujeres con esta patología, que padece el 7,7% de la población femenina. En el caso de María José Otero, actual presidenta de Alcer, desde que tenía 20 meses, en que la sometieron a su primera operación. Desde entonces le practicaron otras 29. Trabajó durante 17 años como administrativa en una empresa y ahora, después de varios años de baja laboral, le concedieron una incapacidad y cobra una pensión, que le aprobaron antes de empezar diálisis. Fue trasplantada en dos ocasiones, en una de ellas el riñón se lo donó su hermana, pero no le duraron mucho tiempo. Otero fue la primera paciente de Lugo ciudad que empezó a tratarse en su propio domicilio, donde ha instalado la máquina que le limpia la sangre cinco días a la semana. El proceso dura tres horas.

-¿Trabajo y enfermedad renal son compatibles?

-Es difícil. Por muchas razones. La primera por los problemas para ajustar un horario laboral de ocho horas a las sesiones de diálisis durante tres días a la semana. No es imposible porque tenemos constancia de que hay gente joven que no tiene nada cotizado que trabaja por la mañana y acude a diálisis por la tarde. También sabemos de enfermas y enfermos renales, pero vamos a centrarnos en las mujeres por ser el día que es, que no pueden trabajar y que sobreviven con una pensión no contributiva, que ronda los 400 euros. Con ese dinero hacer frente a todos los gastos de una familia, incluidos los medicamento, pese a que entran casi todos en la Seguridad Social, es muy complicado. Antes de que me eligieran presidenta sabía de una compañera que venía conmigo a diálisis que no retiraba el tratamiento que le prescribían porque no tenía dinero para pagarlo.

ALBERTO LÓPEZ

-¿Cuándo empezaron sus problemas renales?

-Con 20 días de vida tuve que someterme a la primera operación. Nací con una malformación genética. Hace 49 años no era como ahora. Mi padre era autónomo y tenía que pagar todas las consultas e intervenciones. Me operaron en Santiago. Con tres años empecé con cólicos de riñón. Mis padres recorrieron media Galicia conmigo y, con 7 años, ingresé en La Paz, en Madrid. Les dijeron que estaba a punto de entrar en diálisis. Estuvieron cuatro meses sin moverse de la cabecera de mi cama, pagando todo la asistencia que recibía. Al final consiguieron acceder a la seguridad social. Llevo 30 operaciones encima. Llegué a los 40 sin tener que hacer diálisis, pero a partir de ahí ya no tuve opciones.

-¿Cómo condicionó la enfermedad su vida laboral y familiar?

-Hice una vida como cualquier mujer, en función de mi edad. Estudié, trabajé y me casé. Mi padre siempre me dijo que me costaría más, pero llegaría como las demás. Tenía razón. Toda mi vida fui escalando una montaña. A los 40 llegué a la cumbre y tuve que enfilar otro camino. Desde el principio, y dado el número de operaciones que llevaba encima, descartaron la diálisis peritoneal. Estuve en hemodiálisis hospitalaria hasta que empece a realizar el tratamiento en casa. Fui la primera enferma renal de Lugo ciudad y la segunda de la provincia. Había otro chico, que ahora está trasplantado, de la zona sur, en el límite con Ourense. El tratamiento en casa requiere un aprendizaje de unos dos meses para poder manejar la máquina. Después es bastante cómodo. Mi marido y yo somos adictos a las series y aprovecho el momento sofá de la noche para conectarme a la máquina. Hago seis días a la semana dos horas, que en realidad, con los preparativos me lleva tres.

-¿Está en la lista de trasplantes?

-De momento no. Después de que me fallaran dos, me lo estoy pensando seriamente. Tantas operaciones hacen que mi trasplante sea de alto riesgo. Ahora llevo una vida más o menos normal. Si estoy cansada, descanso. Mi marido se adaptó muy bien a ella. Ya no viajamos lo mismo de antes, pero reconozco que soy una mujer con suerte. Tuve unos padres fantásticos que tiraron de mí todo lo que pudieron. Y también tengo una hermana que me donó uno de sus órganos. Tengo los riñones malitos pero, del resto, creo que soy muy afortunada.