Así es vivir con el corazón, los pulmones y el hígado de otro: «No sabía si iba a vivir o morir, qué iba a pasar»
ENFERMEDADES
Tres pacientes que recibieron un trasplante cuentan su experiencia en el país del mundo con mayor tasa de donación de órganos
06 jun 2022 . Actualizado a las 18:34 h.Donar órganos es un acto de generosidad que salva vidas, y España es líder en entender el valor de esa obra. Según la Organización Nacional del Trasplante (ONT), España es el país con mayor tasa de donación de todo el mundo. El proceso está totalmente cubierto por la sanidad pública y tiene un funcionamiento considerado a nivel mundial como un ejemplo a seguir.
Cuando un paciente sufre, por motivos diversos, un daño irreversible en su hígado, corazón, pulmón, intestino, páncreas, o riñón, y no puede curarse con otros tipos de tratamiento médico, se le incluye en una lista de espera para recibir una donación que cambiará su vida. Por eso, se considera que dar y recibir un órgano es, literalmente, dar o recibir vida. De eso se trata, en definitiva, este proceso: es una segunda oportunidad para vivir. En el Día Mundial de los Pacientes Trasplantados, que se celebra cada año el 6 de junio, le ponemos cara a este renacer. Tres pacientes cuentan cómo es vivir con el órgano de otra persona dentro del propio cuerpo.
Iria Saavedra (39), trasplantada de pulmón
Los pulmones son una de las estructuras cruciales para desarrollar la vida humana. Son el órgano encargado de introducir oxígeno en el cuerpo y desechar el dióxido de carbono que producimos a través de la respiración. La historia de los trasplantes de pulmón es relativamente reciente. El primer intento se llevó a cabo en el año 1963, en Jackson, Mississippi, donde el receptor fue un convicto condenado a muerte por asesinato. El paciente falleció dos semanas después de la cirugía. «En España, fue el doctor Ramón Arcas quien trasplantó el primer pulmón en el hospital Gregorio Marañón de Madrid en 1990. Hoy esta intervención se realiza en 7 centros a razón de unos 150 al año», detallan desde la ONT.
Iria Saavedra tiene 39 años y fue trasplantada a los 19, a causa de una enfermedad que la obligó a pasar incontables meses de su juventud ingresada. «Yo tengo fibrosis quística, que es una enfermedad degenerativa de los pulmones. Con 17 años me puse peor. Mi calidad de vida era mala, por eso me propusieron para un trasplante. Al ser joven, me trasplantaron los dos pulmones, porque uno solo no me iba a llegar. Estuve ocho meses en lista de espera y el 25 de mayo del 2002 me llegó el trasplante», explica la naronesa.
«Estaba muy nerviosa. De hecho, acababa de salir de marcha el viernes. Yo no sabía si iba vivir, morir, qué iba a pasar, y entonces quería disfrutar. Había salido el viernes y me llamaron el sábado por la mañana. Me despertó el teléfono, porque aún estaba durmiendo. Era la coordinadora de trasplantes diciéndome que iba a venir la ambulancia a buscarme, que había aparecido un pulmón y que tenía que ir para Coruña», recuerda.
Con menos de dos décadas cumplidas, la joven se enfrentaba a una cirugía de muchas horas que cambiaría el curso de su vida para siempre. Naturalmente, sus intereses eran los de cualquier persona de su edad en aquella época. «Me vino a buscar la ambulancia, llegué al hospital el 25 de mayo del 2002, el día que Rosa cantó en Eurovisión. Yo había quedado con todas mis amigas para verlo, pero al final, no lo vi. Y cuando desperté después de las 9 horas en quirófano, la doctora me dijo que lo primero que le pregunté fue "¿Qué tal Rosa?"» cuenta. El haber atravesado la operación en su adolescencia, dice Iria, le ahorró el preocuparse excesivamente por cómo iba a salir. «Si me tocara trasplantarme hoy, lo viviría de otra manera. Estaría bastante más asustada. Cuando eres una niña, no lo piensas», señala.
Tras la cirugía, la recuperación de Iria fue relativamente rápida. Pronto retomó los estudios y se reincorporó a la vida social. «Aunque yo intentaba hacer una vida más o menos normal, fue a partir de ahí cuando pude tenerla. Llevaba casi dos años sin ir al instituto porque no respiraba bien sin oxígeno. Volví a ir al instituto cuando me trasplantaron, en cuanto me dieron el alta me matriculé. Me fui a bachiller e hice un ciclo», cuenta.
El apoyo de su círculo íntimo fue crucial en esa etapa. «El primer año es el año con más peligro, entonces llevas mascarilla para todo, porque hay riesgo de sufrir un rechazo. Ahora está muy de moda, pero hace veinte años, ibas con mascarilla y eras un bicho raro. Al trasplantarme en marzo, me tocó llevarla todo el verano. Yo vivo en Narón, y en verano sales mucho a la fiesta del pueblo. Yo, si quería ir, tenía que ponerme la mascarilla. Y recuerdo que mi prima y mis amigas se habían puesto ellas la mascarilla porque a mí me daba vergüenza. Y dijeron: "Para que vengas, la llevamos todas". Y al caminar todas con mascarilla conmigo, ya no me dio vergüenza. Al final, nos preguntaban, pero nos preguntaban a todas, no a mí todo el rato. Me sentí muy bien», recuerda.
Si bien el trasplante no curó su fibrosis quística (la enfermedad no tiene cura a día de hoy), le permitió desarrollar una vida normal. Hoy, Iria vive con su pareja y dedica su tiempo a viajar y participar en una protectora de animales. Considera que pasar por esta cirugía le dio una nueva perspectiva de la vida. «Valoras mucho más la vida. Es un tópico, pero nunca lo sabes hasta que te pasa algo. Al final, si tienes salud en la vida, lo demás todo viene dado. Muchos problemas son superficiales. Aprendes a valorar las cosas de otra manera y a disfrutar. Al final, en esta vida estamos de paso. Y si no la disfrutas tú, no va a venir alguien a disfrutarla por ti. Y si tú no intentas ser feliz, no lo va a hacer nadie por ti», dice.
Pese a todo, Iria destaca que no es una persona más valiente por haber atravesado un trasplante. «Las cosas las pasas porque las tienes que pasar. La gente dice "Qué valiente", pero no soy valiente, te toca esto y lo tienes que vivir. No es que yo sea diferente a ti, si te tocara ti, lo tendrías que vivir tú. Muchas veces me dicen "Eres un ejemplo" o "Eres muy fuerte", y me revienta mucho que me digan eso porque, claro, no es que a mí me encante estar enferma», señala la paciente, miembro de la Asociación Gallega de Trasplantes Airiños.
Emilio Bautista Soto (70), trasplantado de corazón
El corazón es nuestro motor. Es la bomba que hace llegar la sangre a cada extremo del cuerpo, manteniendo oxigenadas nuestras células y transportando nutrientes y residuos entre los distintos sistemas. Cuando hay una insuficiencia cardíaca terminal, en la que el corazón no se contrae adecuadamente y no logra bombear de forma correcta la sangre, se puede recurrir a un trasplante, si se considera que este procedimiento tiene altas probabilidades de prolongar la expectativa de vida. El primer trasplante de corazón se hizo en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en el año 1967. Hoy, se realizan en España alrededor de 300 al año.
Emilio Bautista Soto es presidente de la Federación Española de Trasplantados de Corazón. Recibió el suyo a finales del 1999, con 47 años y un largo historial de problemas cardíacos. «Me habían operado del corazón cinco veces antes. Me hicieron recambios valvulares desde el año 78, que me hicieron el primero, hasta el año 99, que es cuando me trasplantaron», cuenta.
«De joven tuve una fiebre reumática, eso me causó problemas en el corazón, la válvula mitral se me calcificaba y quedaba rígida. Entonces, me tuvieron que cambiar la válvula mitral una vez, luego, mitral y aórtica, la segunda, mitral otra vez, mitral y aórtica, la cuarta, y mitral, la quinta. Entonces, fueron cinco intervenciones que tuve en el corazón a lo largo de 22 años. Las válvulas dejaban de funcionar, se calcificaban y volvía a tener problemas. Al final, vieron que la única opción era un trasplante de corazón. Entonces me derivaron a Coruña a trasplantarme», explica Emilio.
Para Emilio, el mayor trastorno fue tener que trasladarse y vivir en A Coruña mientras esperaba el trasplante. Tenía que estar en la ciudad donde se llevaría a cabo el procedimiento: de lo contrario, corría el riesgo de no llegar a tiempo al hospital una vez apareciera el órgano compatible. «Hay un tiempo de isquemia fría desde que sale el órgano del cadáver hasta que llega al donante. Son cinco horas, o cinco horas y media como máximo. Como yo soy de Valladolid, no podía estar en mi casa, tenía que estar en el Hotel del Paciente, donde me hacían revisiones continuas haciendo un seguimiento de mi enfermedad hasta que llegara un órgano válido», cuenta.
En total, Emilio pasó cinco meses en la ciudad gallega, desde que llegó para hacerse unas pruebas hasta que recibió el alta. La cirugía duró siete horas y media y, pese a una hemorragia que la prolongó más de la cuenta, fue exitosa. «Fue una recuperación lenta. Había perdido mucha masa muscular, por haber estado tanto tiempo en el hospital», recuerda.
Esta etapa fue especialmente compleja para su esposa, que lo acompañó en el proceso. «Para el acompañante es difícil. Mi mujer tuvo que dejar el trabajo y pedir una excedencia. Estuvimos cinco meses y dos días en A Coruña desde que me llamaron hasta que volví a casa. Ella tuvo que estar ahí todo ese tiempo pendiente, no volver a casa. La distancia no era para venir todos los días, eran más de 500 kilómetros y en las condiciones en las que estaba la carretera tampoco me podían visitar familiares a diario», dice Emilio.
Al final, sin embargo, todo valió la pena. «Fue uno de los momentos más felices de mi vida cuando me dieron el alta. En cuanto se acercó la doctora a decirme "Emilio, te vas a casa", fue una sensación tan agradable. Fíjate las ganas que tenía de irme a casa, que llamé a mi hermano para que viniera desde Valladolid a recogerme. No estaba hecha la autovía, se tardaba como seis horas. Mi hermano llegó sobre las once de la noche, cogimos el coche y nos fuimos para casa sin esperar más, no quería pasar una noche más en el hospital», cuenta.
«En Valladolid, al principio me costó recuperarme, porque tenía mucha pérdida de masa muscular. Pero poco a poco lo he logrado y no he parado de caminar. Me pusieron un corazón gallego al que estoy muy agradecido por su donación, desde luego. Y la verdad es que funciona perfectamente. He tenido mejor calidad de vida después del trasplante que antes. Yo tuve el hándicap de que empecé con las operaciones cuando tenía 18 años», dice Emilio.
«Ahora tengo una calidad de vida extraordinaria. Viajo, salgo a caminar sin problema ninguno. Me encuentro estupendamente. Hago cosas que no habría hecho antes del trasplante. Dirijo la Federación de Trasplantados a nivel nacional, lo que me obliga a viajar con bastante frecuencia. Y lo hago sin problema. Simplemente hacer un paseíto, yo antes me cansaba, no podía. Ahora camino regularmente, en torno a los diez kilómetros todos los días, le dedico una hora y media por la mañana y, si puedo, por la tarde, otra horita a última hora», cuenta.
Marisol Cancio (56), trasplantada de hígado
El hígado es el órgano interno de mayor tamaño. Es el encargado de cumplir varias funciones críticas: está involucrado en el procesamiento de nutrientes, sustancias, medicamentos y hormonas, produce la bilis que permite al organismo absorber vitaminas y grasas, produce proteínas, elimina bacterias y toxinas de la sangre, y regula respuestas inmunológicas. Se trata de un órgano significativamente más complejo, por lo tanto, que el corazón, y tan vital como este.
El primer trasplante de hígado se realizó en Denver, Colorado, en 1963. «En España fueron los doctores Carles Margarit (recientemente fallecido en trágico accidente) y Eduardo Jaurrieta en el hospital de Bellvitge de l'Hospitalet, Barcelona, en 1984 quienes hicieron con éxito la primera operación», informa la ONT. Actualmente, más de mil personas reciben un trasplante de hígado cada año en España. Este fue el caso de Marisol Cancio, que fue trasplantada en el 2017.
«Me trasplanté porque tengo la enfermedad del hígado graso. Lo tengo desde el nacimiento y, debido a varias medicaciones que tomé y a una hepatitis que tuve de pequeña, acabó por fallarme el hígado. La medicación que me dieron fueron antiinflamatorios y relajantes musculares, y empecé a tener más problemas», cuenta Marisol.
Pese a esta patología, Marisol tenía una vida prácticamente normal. «Lo que ocurría era que, de vez en cuando, mis transaminasas daban altas. Pero en el último accidente que tuve, que necesitó una rehabilitación de casi ocho meses y no me ponía bien, empecé a tener lo que se llaman encefalopatías hepáticas. Es decir, el hígado no funciona y hace que se te intoxique la sangre. Tuve que entrar varias veces en el hospital», relata.
«Llegado un momento, se vio que mi hígado estaba cada vez peor y que no había posibilidad de otra cosa que no fuera un trasplante. Y me incluyeron en la lista. Desde que me incluyen hasta que me trasplantan pasa un año y un mes. El último año estuve realmente fastidiada. Ocurrió que me detectaron en el hígado un tumor en una de las revisiones con el hepatólogo. Entonces, a partir de ahí, mi proceso en la lista de trasplantes fue más rápido. Tenían que hacerme dos intervenciones: quitarme el tumor, para después quitarme el hígado. Con lo cual, optaron por adelantarme en la lista de trasplantes por el hepatocarcinoma», cuenta Marisol.
Tras la cirugía, Marisol supo que lo peor ya había pasado: ya conocía esta enfermedad por sus antecedentes familiares. «Mi madre va a hacer veinte años que está trasplantada por el mismo motivo que yo. Mi padre falleció por la misma enfermedad. Mi hermana mayor se trasplantó el 15 de febrero del año 2020. Sí que es un alivio. Porque yo había visto lo mal que estaba mi madre antes del trasplante y cómo le mejoró la calidad de vida. Yo tenía muy claro que para mí el trasplante era la única opción», dice.
«Yo tuve un trasplante muy bueno. Estuve diez días en el hospital, me recuperé muy pronto y muy bien. Estaba en la uci y me levanté de la cama a las pocas horas de trasplantarme. A las 12 o 14 horas estaba sentada en una silla», recuerda Marisol.
«Tengo una vida normal, pero me tengo que cuidar, no puedo tener excesos. Beber, ya no bebía antes del trasplante. Ahora, obviamente, mucho menos. Me canso más. Normalmente, después de comer tengo que descansar algo. Cuando recibes un órgano, lo único que tratas de hacer es ser muy respetuosa con él y hacer las cosas lo mejor que puedes. Yo estoy agradecida a este sistema sanitario que tenemos, que nos proporciona la posibilidad de volver a vivir. Si no, yo hoy no estaría hablando contigo. Para mí es muy importante ese respeto y procurar devolverle a la sociedad lo que he obtenido. Solo siento agradecimiento. Me siento muy contenta», concluye.