Ortega afianzará este domingo su poder en unas elecciones tachadas de farsa

héctor estepa SAN JOSÉ / E. LA VOZ

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Daniel Ortega y Rosario Murillo, durante la conmemoración de la revolución sandinista del 2018
Daniel Ortega y Rosario Murillo, durante la conmemoración de la revolución sandinista del 2018 Jorge Torres | EFE

Los candidatos con opciones están encarcelados y tres partidos, anulados

06 nov 2021 . Actualizado a las 10:18 h.

Daniel Ortega tiene encaminada una nueva reelección. Nicaragua celebra este domingo unas elecciones presidenciales consideradas una farsa por la oposición, tras el encarcelamiento, en junio, de los siete candidatos presidenciales contrarios al Gobierno con opciones de ganar los comicios, acusados de traición a la patria y otros delitos, y la anulación de tres partidos. «Las elecciones son completamente un fake», dijo esta semana el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell. «No hay otra coloración ideológica que la del mantenimiento del dictador en el poder», añadió.

En la papeleta aparecerán Ortega, junto a la influyente primera dama y vicepresidenta, Rosario Murillo, y otros cinco desconocidos candidatos, acusados por la oposición de ser colaboracionistas con el Gobierno, y sin ninguna opción de victoria.

Este proceso se produce tres años después de las protestas antigubernamentales que dejaron, al menos, 328 muertos en el país, según un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que ha censurado severamente los comicios.

El Gobierno nicaragüense denunció un golpe de Estado, financiado por EE.UU., mientras la sociedad civil y la oposición acusaba al Ejecutivo de tiranía, subrayando que Ortega controla con mano de hierro todos los poderes del Estado. «Ortega, quien busca mantenerse en el cargo que asumió desde el 2007, ha instalado un régimen de supresión de todas las libertades, en el que la oposición no tiene cabida», destacó esta semana Antonia Urrejola, presidenta de la CIDH, en una entrevista con la BBC.

Según una encuesta reciente de CID Gallup, el exguerrillero tiene un 19 % de intención de voto, apoyado en un crecimiento económico de un 5 % de media entre el 2010 y el 2017 que ayudó a combatir la pobreza, personas fieles a las siglas del FSLN y redes clientelares, mientras que los siete precandidatos que están en prisión desde hace meses cuentan en conjunto con un amplio 65 %.

«La dictadura no para de intimidar. De infundir terror. Nos dicen que somos traidores a la patria. Que no somos nicaragüenses. Hablan de paz y hacen la guerra. Matan, van a la vela, y culpan a otro», expone a La Voz Gonzalo Carrión, un abogado defensor de derechos humanos, exiliado en Costa Rica, país en el que se han refugiado más de 100.000 nicaragüenses desde hace tres años, huyendo de la violencia política que se vive en el país.

Nicaragua es hoy un país donde no se permiten las manifestaciones, la práctica totalidad de los medios críticos están cerrados, o en el exilio, y la mayoría de los opositores que permanecen en territorio nacional han optado por el silencio para poder seguir establecidos en el país.

«Oremos por la paz y porque EE.UU. y también Europa actúen con racionalidad», dijo Ortega, en septiembre, tras la salida de las tropas occidentales de Afganistán. «La realidad les está diciendo que ese no es el camino, que aprendan a respetar a los países en vías de desarrollo», añadió el presidente, que basa su discurso interno en denunciar «injerencias» de Washington y Bruselas.

Nadie duda de que el exguerrillero ganará un nuevo mandato de cinco años, en un país azotado por una crisis financiera, fruto de las protestas del 2018, la fuga de cerebros, la pandemia de coronavirus, la ruptura del pacto tácito entre el empresariado y el Gobierno, que sostuvo durante casi dos lustros el crecimiento del país, y las sanciones de EE.UU. dirigidas a evitar que las organizaciones multilaterales no presten dinero a un país dirigido con mano de hierro por Ortega y Murillo.

Ortega y Murillo: anatomía de un poder bicéfalo

H. e.

Tanto monta, monta tanto, Daniel como Rosario. La pareja de mandatarios gobierna Nicaragua por medio de un poder bicéfalo, en una suerte de House of Cards caribeño en el que ambos tienen ya prácticamente la misma influencia, al menos en una parte del aparato del Estado.

Ortega llegó hace unos días a nombrar a su esposa «copresidenta», una figura inexistente en la Constitución, pero ya utilizada, de facto, por los seguidores más acérrimos de las dos personas que mueven los hilos del país.

La historia de la pareja comienza a finales de los 70 en Costa Rica. Ortega había llegado al país vecino tras siete años en prisión, al haber protagonizado el asalto a un banco para conseguir fondos que financiasen al FSLN.

Su liberación se produjo en un intercambio de prisioneros tras la toma de la casa de un relevante funcionario somocista por parte de guerrilleros sandinistas. En el asalto participó Hugo Torres, luego jefe del Ejército, encarcelado ahora por Ortega tras ser acusado de traición a la patria.

En Costa Rica estaba también la entonces poeta Rosario Murillo, que buscaba apoyos para la causa revolucionaria. Cuando conoció a Ortega ya tenía tres hijos, fruto de relaciones anteriores.

Tras el triunfo revolucionario, en 1979, Ortega pasó primero a coordinar la Junta de Gobierno. En 1985 ganó las elecciones y se convirtió en presidente, mientras Murillo coordinaba el Consejo de Comunicación y Ciudadanía, cargo desde el que se granjeó enemigos en un sector del sandinismo, como el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, ministro de Cultura, y más tarde disidente.

La pareja recibió un duro golpe en 1990, cuando el FSLN perdió las elecciones ante la Unión Opositora de Violeta Barrios de Chamorro. Ortega dejó el poder democráticamente, pero comenzó pronto a ejecutar su doctrina de «gobernar desde abajo», afectando a los Gobiernos liberales de la época con continuas manifestaciones y protestas.

Un hito de la pareja es la acusación de violación que Zoilamérica Narváez, hija de Murillo e hijastra de Ortega, hizo contra su padrastro. La ahora vicepresidenta defendió a su marido, sellando una alianza que perdura todavía.

Ambos se convirtieron al catolicismo y se casaron en el 2005, hecho clave, según los analistas, para su victoria electoral en el 2007, más de 17 años después de dejar el poder.

Su posterior reelección en el 2011 fue inconstitucional —estaba prohibida por la Carta Magna—, pero fue permitida tras el fallo a favor de un tribunal, que la oposición considera plegado a la pareja presidencial. Un posterior cambio en la Constitución certificó la posibilidad de la reelección.

En esta etapa, fue creciendo muy pronto el poder de Murillo. Actuaba primero como una especie de consejera o superministra, con influencia creciente, hasta que en el 2016 fue nombrada vicepresidenta. A Murillo se le atribuye la frase «vamos con todo» que espoleó la oleada paramilitar que acabó con las protestas del 2018, dejando decenas de muertos.

La alianza Ortega ? Murillo se selló con el nombramiento como «copresidenta», hace unos días. No es un tema baladí, y puede aludir a una posible sucesión de Ortega en un FSLN que respeta la figura del ex guerrillero, pero en el que hay notables críticos de Murillo. En las sombras, eso sí, porque cualquiera que desafíe públicamente a la vicepresidenta acaba de patitas en la calle a los pocos días.