El exguerrillero pretende encumbrar a su mujer en las elecciones de noviembre
30 jun 2021 . Actualizado a las 08:53 h.Algo más de seis millones de nicaragüenses ya han sido convocados a las urnas por el Consejo Supremo Electoral (CSE) para formalizar el quinto mandato de Daniel Ortega —el cuarto consecutivo— como presidente y el de su esposa, Rosario Murillo, para su segunda vicepresidencia. También serán elegidos 92 diputados de la Asamblea Nacional, de los cuales no menos de dos tercios serán con toda seguridad para su partido.
Una vez más, la cita con las urnas será un mero trámite burocrático y los resultados, los esperados: el presidente y la vicepresidenta serán elegidos por abrumadora mayoría y los diputados que se presenten por el Frente Sandinista, también.
Evitar sorpresas
Todo está atado y bien atado. En los últimos días han sido detenidos una veintena de dirigentes opositores, cuatro de los cuales eran precandidatos a la presidencia. Entre ellos están Cristina Chamorro, la hija de Violeta, que derrotó a Ortega en las segundas elecciones celebradas tras el triunfo de la revolución sandinista, y su hermano, el exdiputado Pedro Joaquín Chamorro, arrestado el pasado sábado.
Previamente han cambiado a su favor las leyes electorales, han eliminado la segunda vuelta, han colocado a seis de los siete magistrados revolucionarios en el CSE, han prohibido a la Coalición Nacional participar en la contienda y han embestido contra los medios de comunicación no afines.
El empeño que está poniendo en esta nueva pantomima electoral este ex guerrillero sandinista de 75 años, 20 de ellos en el poder (14 consecutivos), no deja de ser sorprendente. Su estado de salud es más bien precario, lo que hace que se pase largas temporadas sin aparecer en público. No es descabellado pensar que es bastaste poco probable que no acabe su mandato con vida.
Con este panorama, parecería mas lógico que ya se presentase como candidata a la presidencia Rosario Murillo, cinco años más joven que él y en mucho mejor estado físico. La Challo, así la llaman sus allegados y en el búnker en que habitan en Managua, acumula una dilatada experiencia en el ejercicio del poder. Lleva años ejerciéndolo, no solo como poetisa, musa y primera dama, también como secretaria de Comunicación y Participación Ciudadana y en los últimos cinco años, como primera ministra de hecho.
Pero esta aparente falta de lógica, tiene su lógica: si Ortega se viese obligado a abandonar el cargo de presidente por razones de salud o de fallecimiento, ella pasaría a convertirse automáticamente en presidenta y casi nada cambiaría. Desde la presidencia ya han constatado que no resulta difícil gestionar la reelección las veces que hagan falta. Llegado el caso, para vicepresidente puede escoger a alguno de los siete hijos del matrimonio.
Tras los pasos de Somoza
Esta parece ser la vía elegida para instaurar una dictadura hereditaria. En la práctica, no hacen más que seguir los pasos de la dinastía Somoza, que gobernó Nicaragua entre mediados de la década de 1930 y 1979, con el apoyo de Estados Unidos. Anastasio, Tacho, directa o indirectamente, desde 1937, cuando llegó al poder con un golpe de Estado, tras haber ordenado el asesinato de Augusto César Sandino, hasta su muerte en 1956; su hijo Luis, desde 1956 hasta 1963 y finalmente, su hijo Anastasio, Tachito, desde entonces hasta 1979, cuando huyó en medio de la «ofensiva final» del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) encabezada, entre otros por el entonces comandante Ortega.
A diferencia de otros autócratas de la región, lo sucesivos mandatos de Ortega se han venido caracterizando por su pragmatismo. Desde siempre, pero especialmente desde el 2007, ha puesto especial empeño en desmantelar las instituciones democráticas del país. También se ha preocupado de vaciar de contenido ideológico el FSLN, olvidándose de la distribución de la riqueza. Ha puesto especial empeño en construir un fuerte consenso autoritario con los antiguos enemigos contrarrevolucionarios de los años 80. Ello hizo posible que unos y otros se beneficiasen de la generosidad de la Venezuela bolivariana —unos 500 millones de dólares anuales mientras esto fue posible, dinero que fue a parar básicamente a manos de su familia y allegados—.
Cuando se acabó, por la crisis venezolana, Ortega se vio en la necesidad de rebajar gastos y subir ingresos, vía impuestos. Esto desató la indignación popular del 2018 y la consiguiente represión, que pulverizó el consenso autoritario y desequilibró el régimen.
Con este panorama, Nicaragua va a seguir azotada por sus tres grandes males históricos: el poder, los desastres naturales y la pobreza.