Jesús Gil que estás en los cielos...

Rubén Santamarta Vicente
Rubén Santamarta PAISANAJE

INTERNACIONAL

12 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Nunca ocultó sus inclinaciones racistas y machistas: «Al negro le corto el cuello»; «La golfa de Marina [concejala en Marbella] huele a pescado». Alimentó conspiraciones: «Soy el hombre más perseguido de España». Y no escondió su ego: «Quiero ser presidente del Gobierno para limpiar España». Se llamaba Jesús Gil y existía antes de que algún tertuliano hiciera fortuna con el término «populismo». Le rieron las gracietas cuando aparecía en la tele, camisa abierta, cadena de oro, muchachas alrededor con escasa ropa. Y mientras unos se tomaban los excesos a chiste, extendía sus tentáculos por la televisión, el fútbol y la costa malagueña, convertido en alcalde de Marbella, una de las ciudades (sí, pásmense) con menor renta per cápita de España, con desigualdades brutales.

Fue un empresario inmobiliario bañado en millones de pesetas a quien no domesticó la boca el poder institucional. Pero al final sus bravuconadas se quedaron en titulares de prensa deportiva. Gil y Gil fue un político mediocre.

Ahora habrán vuelto a recordarlo porque los paralelismos (a escala) con Donald Trump son sorprendentes. La diferencia es que a este último, millones de electores (insultarlos no explica mejor por qué le votaron) le han puesto en el sillón más poderoso del planeta. Pero hará lo mismo: sus bravuconadas se quedarán en el candidato. El presidente Trump sabe que no puede aislar económicamente a su país porque la globalización no se decide exclusivamente en la Casa Blanca. No puede romper el comercio internacional porque terminaría dejando a China la hegemonía económica mundial. No puede engordar más la deuda de su país porque los mercados le castigarían. No puede culpar eternamente a las maquilas mexicanas de la pérdida de empleos en su país porque sabe que nunca volverán. Se domesticará, sí. O le domesticarán. Otro Jesús Gil perdido por la boca...