Lourdes espera el milagro

GALICIA

PILAR CANICOBA

02 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Si Lourdes hubiera tenido la suerte de vivir en una película de Clint Eastwood estaríamos hablando de un guion intenso, emotivo, desgarrador, pero con un final que permite dormir sin pesadillas. Resumiendo, ese argumento trataría de una madre con muchos años a sus maltrechas espaldas que habita una modesta vivienda con su hija discapacitada. A esas penurias ya de por sí crueles se une el acoso permanente de unos okupas que la amenazan e insultan además de destrozar el portal y las escaleras. En las primeras escenas la pobre señora sale con aire furtivo de casa, y procura dejarla bien cerrada para evitar una sorpresa desagradable a su vuelta.

El guionista explicaría también que en ese lugar existen unas leyes anticuadas y susceptibles de interpretaciones bizantinas que siempre acaban por favorecer a los forajidos. En cuanto a los sheriff, se dividen entre los que son impotentes para proteger a las víctimas de semejantes atropellos y quienes ven en los indeseables una forma de rebeldía contra el sistema que es preciso tratar con respeto. Cuando todo parece perdido para la causa justa aparece en escena el héroe. Como un nuevo don Quijote capaz de desfacer los entuertos que nadie resuelve, y de forma un tanto heterodoxa, don Clint hace que los malos sean castigados y los buenos resarcidos. Actualiza, en fin, las olvidadas bienaventuranzas.

 Por desgracia la historia de Lourdes no es una película. Quien la encarna no es una actriz que se pasea por la alfombra roja y sube al escenario para recibir el premio por su interpretación en este drama. Lourdes es real, no vive en el Detroit de El gran Torino, ni en el salvaje oeste de Sin perdón, sino en un barrio bastante céntrico de A Coruña. Los canallas que la hostigan no son actores, ni tampoco es una fantasía de la trama su desamparo ante la maldad. No encaja en ninguna de las numerosas categorías sociales o de género que merecen atención y protección. Ni siquiera es una especie protegida como el lobo. Quienes la pisotean impunemente a diario fueron jaleados por corrientes políticas con asiento en el consejo de ministros.

 Y Clint Eastwood ni está ni se le espera. Sin embargo ese ciudadano honrado que vive a merced de los malhechores, tan habitual en su cinematografía, cada vez abunda más entre nosotros. Es gente como Lourdes y son los vecinos inermes ante los botellones salvajes que están proliferando. A pesar de ser todos contribuyentes, unos recurren a empresas desokupantes que emulan a Harry el sucio y otros se organizan como Fuenteovejuna ante el comendador. Es triste que haya que buscar en el cine o en el teatro del XVII soluciones que no se encuentran en la ley ni en la política de hoy en día. Fuera del cine y del teatro, sumida en su infierno, queda Lourdes esperando el milagro.

La coalición de Felipe y Mariano

Por unos días, A Toxa pareció un enclave alemán. Expresidentes que conversan amablemente sobre los cuitas del país. Mandatarios de siglas opuestas paseando del brazo. Charlas sobre la financiación autonómica a plena luz del día, sin los típicos conciliábulos a oscuras que han caracterizado el reparto de los dineros. Ausencia de las consabidas referencias al franquismo. Y una memoria histórica reconfortante que no pretendía herir a nadie. Ni una sola declaración de trazo grueso para herir al rival. Una sensación de que en ese simposio de gerifaltes se podrían forjar alianzas multicolores. Lo único raro era que quienes se reunían en aquel oasis de calma en medio de la volcánica política española, no hablaran en la lengua de Goethe. La diferencia entre la política alemana que tanta germanofilia provoca y la española es que allá los consensos son naturales y aquí se reservan para foros extraordinarios como el de la isla. Aquí la gran coalición la forman Felipe y Mariano, pero cuando ya es demasiado tarde.

«No sé quiénes, pero ganaremos»

En el abundante tesoro de dichos memorables de Pio Cabanillas hay uno que acaba de aplicar el alcalde de Vigo. Con motivo de una de las incesantes escaramuzas que sufría el partido de Adolfo Suárez, el sempiterno ministro gallego fue preguntado por el resultado. «No se quiénes, pero ganaremos», respondió. Y era verdad. Le bastaba con esperar, dosificando hábilmente sus gestos, para que finalmente el vencedor llamara a su puerta. Al ser como era el condimento imprescindible de cualquier potaje político, no tenía sentido decantarse en las luchas tribales y triviales. Tribales y triviales son las primarias del socialismo gallego para el regidor más brillante, al menos en cuanto a potencia lumínica se refiere. Nada más conocer que su sobrino tendrá que batirse en duelo, Abel anuncia su no intervención. Ganará en cualquier caso, no perderá nunca, y además el partido en Galicia empieza a parecerse al rompecabezas que fue la UCD en la que estaba sin estar Pio Cabanillas. Mejor esperar a que el ganador rinda pleitesía.