En el pueblo de «Alberto»

Jorge Casanova
JORGE CASANOVA MONFORTE / LA VOZ

GALICIA

Emilio Regueiro, sastre jubilado, posa frente a la casa familiar del presidente.
Emilio Regueiro, sastre jubilado, posa frente a la casa familiar del presidente.

Os Peares, quizás el lugar más complejo de Galicia, guarda la infancia del presidente

02 dic 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

«Alberto es mejor que Rajoy. Y yo no tengo nada contra Rajoy, pero Alberto es un talento. Si quiere, será presidente del Gobierno. Se lo dice un sastre». Hasta la fecha, desconocía que la palabra de un sastre tuviera mayor credibilidad en lo adivinatorio, pero la rotundidad con la que se expresa Emilio Regueiro no deja lugar a dudas: Feijoo será presidente del Gobierno. La profecía la sienta en el recibidor de una casa grande al pie de la vieja carretera Lugo-Ourense, la casa en la que el presidente de la Xunta forjó sus primeros recuerdos.

La vivienda está en uno de los extremos del que probablemente sea el pueblo más complejo de Galicia, al menos administrativamente. Emilio, el sastre jubilado, cuenta que, para ir a jugar la partida, cruza tres ríos, dos provincias y cuatro ayuntamientos en un trayecto que apenas le lleva ocho minutos caminando. Para el recién llegado, es un lío inextricable frente al que se recomienda el uso de mapa y brújula.

Vivir en Os Peares significaba que un vecino arreglara sus papeles en Ourense y el de la casa de enfrente, en Lugo; que uno fuera al centro de salud de Carballedo y el otro al de A Peroxa y así sucesivamente. Pero Alberto (aquí es Alberto), puso un poco de orden: impulsó el desarrollo del consorcio, de un centro de salud propio y un polideportivo. Bueno, allí dicen que lo hizo él, pero hay que entender que la población precisaba ya de un poco de sentido común en su disparatada configuración administrativa.

Así que Núñez Feijoo es un personaje querido en Os Peares. A la lista de nuevas inversiones, se añade el trato amable, la cercanía y el recuerdo de su familia que, aunque ya no vive allí, es conocida y respetada por todos. «Él siempre se llevó bien con todo el mundo. Donde te veía siempre te saludaba. Y sigue igual», comenta un vecino. Aunque, bueno, lo del puente tiene a algunos un poco mosqueados: «Prometeunos unha ponte nova e aínda estamos esperando», se queja una señora en el Bar Barra. «Bueno, ya verás como al final lo hace. Todo no se puede», la frena su hija Rosa. La señora no se ha olvidado de cuando su hijo y Alberto iban a todo trapo con la bici: «Un día caeron polo carreiro abaixo e foron directamente á horta. Era un neno traveso como todos, pero non un deses de romper as cousas». «Era un poco tirillas -recuerda Rosa-, sobre todo con la bici. Siempre estaba haciendo malabarismos. Se ponía de pie encima del sillín y todo».

«Polo bo camiño»

Los recuerdos de juventud se agotan pronto. El pequeño Alberto se fue de niño a estudiar a León y Os Peares quedaron para las vacaciones, y no todas. No hay por allí rastro de aventuras juveniles ni amores adolescentes de esos que sazonan los años del descubrimiento: «Tiña un familiar xesuíta que o levou polo bo camiño», explica un vecino. «Era moi estudoso», dicen todos.

En la casa familiar todavía pervive el letrero de la «Expendeduría de tabacos» y la puerta principal pintada con los colores corporativos de la difunta Tabacalera, recuerdo de la tienda-estanco que durante muchos años regentó la abuela materna del presidente. De aquellas, recuerda Emilio Regueiro, vivían en la casa no menos de veinte personas. Y Os Peares era un bullicioso pueblo con mucho tráfico y tiendas alimentadas por la central hidroeléctrica.

Cuentan algunos vecinos que Alberto era el nieto favorito. De ahí que muchos apunten enseguida que Feijoo visitaba Os Peares al menos todos los días de Difuntos. Aunque desde que es presidente viene algo menos. Antes era más fácil verlo por allí en alguna pulpada, acompañado de amigos, incluso de conselleiros. Pero todo el mundo entiende que Alberto tenga cosas más importantes que hacer. El cariño, eso sí, sigue intacto.

En la casa en la que vivió Feijoo, una chica joven abre uno de los balcones por los que asoma también un niño pequeño: «Solo hace un mes que vivimos aquí. Nos hemos mudado por motivos de trabajo». En ese tiempo ya les ha dado tiempo a saber la singular historia de la casa: «Tiene su gracia», dice la chica. Emilio, el propietario actual, confiesa que ya no le resulta extraño que pare la gente de vez en cuando y se haga una foto frente a la casa: «E se algún día queren poñer unha placa, eu déixolles de boa gana».

Una vecina que asegura conocer al presidente me enseña, bajo secreto, la casa que a Feijoo le gustaría adquirir y rehabilitar. Sospecha que le pesa no haberse quedado con nada en el pueblo y que le gustaría tener en el futuro alguna propiedad. Al fin y al cabo, el escenario de la infancia no ha cambiado tanto. El Sil sigue dándole allí importancia al Miño y el pueblo permanece asaeteado por ríos, puentes, vías y pistas, incapaces de evitar que sea más sencillo atravesar el pueblo andando que en coche. Como cuando Alberto era niño.