El último que pisó el «Prestige»

Pablo González
pablo gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

«Si yo no arrancaba la máquina, embarrancaba», asegura Serafín Díaz Regueiro, testigo clave que se enfrentó al capitán Mangouras y volvió al barco para recuperar documentos

13 nov 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Serafín tiene una cicatriz en la frente. Pero increíblemente no se la hizo el mar. Más de treinta años jugándose el pellejo en todo tipo de accidentes, desde el Andros Patria al Mar Egeo, del Urquiola al Prestige, para estar a punto de morir en un atropello en tierra. Son esas cosas que ahora, con 76 años y una jubilación plácida al borde de la ría de Ares, se recuerdan con una sonrisa. Cuando decidió que debía saltar sobre el Prestige en pleno temporal tenía 67. Recuerda que caminaba «como un pato» sobre la cubierta, aunque en aquella ocasión lo peor casi no era el mar ni la chatarra sobre la caminaba, sino la resistencia que se iba a encontrar en el puente de mando.

Aquel 14 de noviembre del 2002 había que evitar que el buque, a cuatro millas de la costa, embarrancara. Pero como inspector de seguridad marítima, se lanzaría sobre el petrolero condenado una vez más. Unas horas antes de que se hundiera. El día 18. Asegura que fue el último que abandonó el barco, cuando en cubierta ya se veían los indicios de que aquel petrolero iba a partirse en dos irremediablemente.

-Usted asegura que fue el último que pisó el barco antes de que se fuera a pique. Le acompañaron otras dos personas. ¿Por qué se demoró?

-Pensé que era fundamental recuperar toda la documentación que había en el puente de mando de cara al juicio.

-¿Lo pensó usted solo o fue una orden? ¿Era el objetivo de la misión?

-No. Ese no era el objetivo. Se trataba de inspeccionar el barco para hacer un informe sobre su estado. Fue iniciativa mía.

-Le acusaron de robo, de violación de domicilio.

-Todo falso. No entré en ningún camarote que es lo que se considera domicilio en un barco. Solo recuperé lo que estaba en el puente y creo que son documentos muy importantes que de otra manera se hubieran ido al fondo con el barco.

-Poco después el barco se hunde...

-Sabía que se iba a partir, pero no entiendo cómo se hundió tan rápidamente. Lo normal en un petrolero es que la dos secciones permanecieran a flote. Pero se hundieron rápidamente. Eso te da una idea de lo podrido que debía estar por dentro.

El barco no crujía, pero sí hacía extraños ruidos metálicos que se perdían en el mar. Serafín Díaz explica que la pintura de cubierta comenzaba a estallar «como cuando abres una lata de sardinas». La sensación, más que nunca, era que había que salir cuanto antes. Pero él se negaba a abandonar el barco sin unos papeles que, efectivamente, fueron cruciales para demostrar el mal estado en el que se encontraba el petrolero. Entre ellos, un fax del capitán que precedió a Mangouras en el que se denunciaba el mal estado del barco.

Cuatro días antes, el 14 de noviembre, recibió una llamada del capitán marítimo, Ángel del Real, para subir a bordo y encender la máquina, pues los remolcadores apenas podían con el petrolero y las estachas se rompían continuamente. Era la persona idónea, pues había estudiado para maquinista y conocía a la perfección los motores del petrolero.

-Le llamaron y no se lo pensó ni un momento.

-No. Me dijeron que en media hora tenía que coger el helicóptero. Ni siquiera desayuné. Subía y bajaba del puente de mando a la sala de máquinas con el estómago vacío. La verdad es que estaba muy debilitado.

-¿Era una orden?

-No. No tenía ninguna obligación de bajar al petrolero. Pero soy amigo del riesgo. Y además creo que nadie hubiera ido. Yo era la persona que tenía que hacerlo.

-Desde el helicóptero ve el barco. ¿Cuál es su sensación?

-Me pareció como un cocodrilo en una ciénaga. Venía ya herido de muerte. No es normal que por un temporal se desprendan 30 metros de un costado. Tampoco entendí nunca por qué tenían parada la máquina, a no ser que quisieran que el barco quedara varado. Si yo no arranco ese motor, el barco embarranca. La costa estaba a cuatro, pero a una sola milla ya había bajos peligrosos.

-El jefe de máquinas le puso todo tipo de obstáculos para que no encendiera los motores...

-Tuvieron toda la mala intención del mundo y jugaron con mi vida. Ellos hablaban en griego y Mangouras era el que diseñaba la estrategia. Contra el primer oficial no tengo nada en contra. Se portó estupendamente en el tiempo que estuve allí. Incluso me hizo un dibujo con los daños del barco. Pero los otros dos me decían que el motor auxiliar no funcionaba y estaba perfectamente. Intentaron todo tipo de tretas técnicas para que no encendiera la máquina. Hasta rompieron la varilla que daba salida al combustible en un momento que fui al puente.

-¿Cómo lo logró al final?

-Les amenacé con que si me hacían otra irían a la cárcel. La alternativa era una fragata que estaba cerca. O la Guardia Civil. Les dije que una autoridad militar iba a obligarles a obedecer.

«No tenía ninguna obligación de bajar al barco. Pero soy amigo del riesgo y nadie hubiera ido»

«Tuvieron toda la mala intención del mundo. Mangouras jugó con mi vida»