Ejerce en Cartelle, un municipio de población envejecida y muy dispersa que lo obliga a moverse entre dos consultorios, una residencia de ancianos y las visitas a domicilio
22 oct 2009 . Actualizado a las 14:58 h.Aún es noche cerrada en Outomuro -principal núcleo de población del municipio ourensano de Cartelle- y Aquilino Vázquez está atendiendo a sus pacientes en el centro de salud. La cita para una primera charla sobre la jornada laboral del médico rural quedó fijada para poco antes de las ocho y media en el bar de enfrente, pero como al dueño se le han pegado las sábanas Aquilino no pierde el tiempo y ya está en el tajo. Su compañero Rogelio (que desarrolla idéntica tarea) ha pedido el día libre para alargar el fin de semana del puente del Pilar, por lo que asume sus pacientes. «Hoy por ti, mañana por mí».
«¡Pasa, pasa!», invita Aquilino cordial, pero una señora llega guiando de la mano a su madre, que luce un poco pálida. «É que non quere tomar o Sintrom», anota. Otra paciente de avanzada edad charla con una comadre en la sala de espera: «Teño dous fillos, pero os dous -puntualiza- están en Madrid». Una cuarta mujer se declara «máis que encantada con don Aquilino» como médico de cabecera.
Aquilino explica con tristeza que el gran problema que tienen en Cartelle es que la población está terriblemente envejecida: «Más del 60% superan los 65 años, muchos viven solos y en aldeas alejadas [en 94 kilómetros cuadrados residen 3.435 habitantes dispersos en 59 aldeas], algunos no tienen teléfono y los hay que no saben leer». El bastón, pieza clave de la indumentaria del vecino que se acerca a la consulta, confirma la anterior observación. Y es que la juventud se va a trabajar fuera de Cartelle, cuya capacidad industriosa focalizan tres aserraderos, una cantera de grava, granjas de pollos y vacas cachenas, un centro hípico y algo de vino.
Administrar tiempos
El médico rural goza de cierta libertad para administrar sus tiempos: enseguida resuelve las consultas de primera hora -«hoy no hay demasiada gente»- y decide adelantar su trabajo en el consultorio de Cartelle, una vieja escuela reconvertida de propiedad municipal situada a apenas ocho kilómetros. Aún no son las diez y la niebla se resiste a abandonar el valle.
«¡Qué raro!», exclama cuando alcanza la sala de espera y ve que está casi vacía. Las fechas fuertes son «las de feria (los 4 y 18), en que se duplican los pacientes, y, claro, los días de cobrar». Una vecina arroja un poco de luz sobre el enigma: «Había misa polo rapaz que enterramos onte. Houbo quen foi á igrexa e virá agora; hoxe non é luns, que é o día do Sintrom [control semanal para fijar la administración de este antiacoagulante], pero aínda falta bastante xente».
Una jornada normal comporta un total de entre 35 y 40 consultas, detalla Aquilino ya con la bata puesta. De fondo, en su modesto pero cuidado gabinete, suena la letanía de Bob Dylan en Like A Rolling Stone. Los pacientes han empezado a acumularse a su puerta. La sala pronto alberga una animada tertulia:
-Dicían que viña un anticiclón, vamos ver se nos deixa facer a vendima [exhorta una vecina oteando con disgusto un cielo plúmbeo].
-Nós vivimos en Ourense, pero viñemos para aquí desde que mediado agosto empezou a quentar o sol: polo menos durmimos frescos [relata otra].
-Nada, eu veño buscar recetas, que eu estou sana coma un buxo [proclama una tercera].
Entre tanto crece la sociabilidad de la parroquia, llega una madre con dos niñas. Importante novedad. En lo que va de mañana solo dos adultos bajaban de los 40 años. Aquilino confirma que apenas atiende una media de un niño a la semana. Las dos pequeñas regresan a casa con su progenitora, sonrientes tras recibir sendos sencillos diagnósticos: una otitis y un catarro.
«Lo son todos»
En torno a mediodía concluye en el consultorio. Como es temprano se pasa por la residencia de la tercera edad, donde viven 40 pacientes. «Encamados o no, lo son todos», sonríe. Obesidad, alzhéimer, depresiones, problemas degenerativos y cardiovasculares, «en fin, patologías de la ancianidad». Media hora de consulta, y, ya de camino, sin apearse, recoge en la farmacia una bolsa que le acerca la boticaria con medicinas que llevará a pacientes crónicos que visita en sus casas. «Tienen dificultades para desplazarse», justifica.
Otros ocho kilómetros, y a la una está de regreso en el centro de salud de Outomuro, donde terminará su jornada. Entre medias habrá de hallar tiempo para hacer dos visitas a domicilio; y es que una llamada telefónica lo puede llevar hasta cualquiera de las 59 aldeas del concello.