Esteban González Pons: «Entre políticos hay preciosas historias de amor, pero no suelen acabar en matrimonio»

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El eurodiputado y novelista Esteban González Pons.
El eurodiputado y novelista Esteban González Pons.

«El poder es enemigo del amor», asegura el vicepresidente del Parlamento Europeo, que esta tarde presenta en Compostela «Libro de Pecados», una ficción política ardiente y criminal que invita a jugar a las adivinanzas con la realidad

28 jun 2025 . Actualizado a las 18:15 h.

Con su tercera novela, Libro de Pecados, aterriza este jueves en Santiago el eurodiputado, abogado y escritor Esteban González Pons. A las 19.30 horas, estará en el Real Aeroclub, junto a su «admirada escritora Mercedes Corbillón», según él mismo anunció en redes hace solo unos días. «Se hablará de literatura, amor, política y…. pecados», promete el que ha sido parlamentario por el Partido Popular en casi la totalidad de los escenarios posibles. En esta historia hay un triángulo amoroso de personas con nombres que les resultarán familiares, ambición política, un pasado que se resiste a ser capítulo acabado y un cementerio como un parque de atracciones desierto que se llama Porvenir.

—Con «Libro de Pecados» nos hace viajar a un lugar del mediterráneo en el que descubrimos entre ambición y deseo que los políticos lloran, se enamoran y a veces matan...

—Estamos acostumbrados a ver a los políticos reducidos a una imagen plana del telediario, sin trasfondo, pero los políticos son personas, con defectos y virtudes, y se enamoran igual que se desenamoran, se quieren igual que se odian, y sus historias terminan bien o mal, como las de cualquiera. Detrás de cada político hay una persona feliz o desgraciada.

­—A veces incluso las dos cosas a la vez, somos felices y desgraciados a un tiempo, ¿no cree?

—Precisamente en eso consiste el amor, que te hace feliz y desgraciado. Y aunque la política no va de amor, los políticos a veces se aman entre ellos...

­—¿«Libro de Pecados» habla de esa clase de pecados que ocurren en el ruedo político?

Pecados no trata de los amores de los políticos con periodistas, que de eso hay muchas historias. Trata de la parte menos conocida de los políticos, de los amores entre políticos. Porque no es nada infrecuente que los políticos tengan relaciones sentimentales con otros políticos o políticas. Y ahí hay una vida que se no se ha contado nunca.

­—A los políticos tendemos a mirarlos con recelo, como si fueran personas poco humanas, secuestrados por el logro de sus intereses y objetivos. Por eso choca este revés sentimental de la trama. ¿Amor y política suelen ser compañeros de cama, para bien y para mal?

—Los periodistas resultan más fáciles de entender porque visten de particular. Son más difíciles de entender esas profesiones que se ponen uniforme, porque el uniforme actúa como una barrera para el resto de los ciudadanos. Los policías, los médicos, los políticos (que también llevamos uniforme) nos alejamos aparentemente del resto de las personas, pero eso no quiere decir que no seamos iguales al resto. El poder no tiene nada que ver con el amor. Es enemigo del amor, que significa entrega y generosidad. Pero en la lucha por conquistar el poder hay personas que se enamoran; el drama de estas personas es que un día tienen que elegir entre amor y poder. Y, si son verdaderos políticos, siempre eligen el poder.

­—¿Podría ser la elección crucial de toda vida, escoger entre lo que pide el sentimiento y la ambición de un estatus y un poder?

—Tanto por Libro de Pecados como en El escaño de Satanás [mi novela anterior], como por la experiencia que he tenido en mi vida, lo que he entendido es que de la política no salen matrimonios, pero sí salen preciosas historias de amor. Las historias de amor entre políticos no suelen acabar casi nunca en matrimonio, pero son algunas de las historias de amor más bonitas que uno puede conocer en su vida.

­—Pero no las conocemos el común de las personas...

—No, como no conocemos las historias entre médicos y enfermeras, o las que hay dentro de la policía o una oficina de la Seguridad Social. No conocemos casi ninguna, salvo algunos casos muy célebres, como puede ser el de François y su hija secreta.

­—El matrimonio y el amor pocas veces coinciden.

—El matrimonio y el amor son cosas diferentes, casi diría que uno excluye al otro...

­—Ese «varón ausente con gafas de pasta negra, sienes nevadas y hoyuelo en la barbilla...», de nombre Rafa Carnero, Madelman para los íntimos, que inicia el relato de «Pecados» le diría que tiene un punto Marsé. A Madelman lo acusan del asesinato de la exalcaldesa Blanca Villalonga, conocida como Bo Derek. Este tipo de alias que ha elegido en la novela dan ya de entrada el toque socarrón a la trama criminal.

—Los nombres de los personajes están muy pensados porque el nombre hace al personaje. En las series de televisión identificamos a un personaje por su cara. Hay caras que son de bueno y caras que las ves y sabes que son de malo. Antes veíamos el cine como una continuación de la literatura, pero ahora la literatura es la continuación del cine o la televisión. Se han invertido los términos. Poner un nombre que anticipe el personaje permite, como una cara en una serie, que el lector se haga una idea enseguida de ante quien está. Cuando digo Madelman y Bo Derek, los de mi generación saben a quiénes me refiero. El nombre de Madelman fue lo primero que tuve de la novela en la cabeza, porque quiero retratar a los hombres de mi generación, que tanto fracaso acumulan como hombres y de lo que tan poco se ha hablado. Mis hermanas, como las chicas de nuestra generación, estaban vinculadas a una casita de juguete que se llamaba Hogarín o a las muñecas Nancy o Barbie. Sobre la influencia que pudo tener la Barbie en la formación del carácter de las chicas se han escrito kilómetros de tinta, pero no se ha escrito ni una coma sobre Madelman y los chicos, ni una coma sobre Geyperman y cómo pudo influir jugar con esos muñecos en la masculinidad de los chicos. Hay más de una generación de chicos que veían a su padre como el rey de la casa y a los que pusieron un Madelman en la mano como modelo, y a los que se nos dijo que íbamos a ser exploradores, buzos, policía montada del Canadá, soldados americanos en la guerra mundial... Y no hemos sido nada de eso. Y eso ha dado lugar a que mi generación de chicos sea de narcisistas, peterpanes adultos que son incapaces de comprometerse, y que haya tantas chicas de mi generación que lleguen a los 50 o los 60 viviendo solas. No sé si recordarás que los Madelman no tenían ni pies... La publicidad de Madelman era: «Madelman. Lo pueden todo», y luego no hemos podido casi nada. La mía, y la de Madelman, es la primera generación de hombres que le ha cedido la mitad del espacio a las mujeres. Y no hemos sabido hacerlo.

—«Barbie» tiene hasta una película de reputación feminista. ¿Madelman es un modelo en política?

—Como en la novela Madelman es un político, lo he convertido en alcalde. Hay muchos alcaldes Madelman en España...

—¿Es posible ser alcalde en España sin ser un Madelman?

—Sí, claro que sí. España es uno de los países más ricos en cuanto a convivencia de la Unión Europea. Sé de lo que hablo. En España hay muy buenos políticos, gente que con un salario no muy alto, siendo señalados, soportando mucha crítica y presión sobre su familia, sacan adelante municipios. Hay gente admirable en política y también hay malas personas, como en todo. 

—¿No siempre es un drama la rivalidad política? ¿Se pueden amar o llevar bien políticos de partidos opuestos?

—Yo creo en el amor entre políticos. Y te diré que funcionan mejor las relaciones con políticos de otro partido que con las personas del propio. Si me encontrara un político joven, que esté empezando, y me dijera: «Algún día tendré una amante», yo le diría: «Búscatela siempre de la oposición». Los amores con los políticos de la oposición son los más dulces.

—¿Es que polos opuestos se atraen o se debe a otras razones?

—Es cierto que polos opuestos se atraen y también es cierto que no compartir ambiciones con la pareja hace que la pareja dure. Cuando dos políticos tienen una relación y pertenecen al mismo partido, si uno de los dos recibe la orden de matar al otro, el que la recibe, si es un buen político, la tiene que cumplir.

—¿Se ha sentido en esa encrucijada de lo que tiene que hacer y lo que desea?

—A lo largo de la vida te encuentras muchas veces ante una disyuntiva diabólica entre lo que quieres y lo que debes. El problema es que la ambición de los políticos funde el querer con el deber. Si no tienes ambición, no haces nada en política. 

—¿Dónde queda Almarjal, ese lugar mediterráneo en que se ambienta su novela?

—Este almarjal (que significa 'ciénaga') podría ser cualquier ciudad del Mediterráneo español, desde Barcelona hasta Almería. Quizá a la que más se parece es a Valencia o Alicante. Podría decir que mi Almarjal se parece a Valencia tanto como la Vetusta de La Regenta se parece a Oviedo.

—O sea, bastante...

—¡Hay que tener cuidado! Porque en Valencia hay una alcaldesa que es estupenda, a la que adoro política y personalmente, y que no es para nada la Bo Derek de este Libro de Pecados.

—El humor siluetea el drama en su novela. ¿Vemos con humor los españoles a nuestros políticos?

—El español mira con descreimiento al poder. Desde tiempos de Quevedo, el español siempre ha mirado al poder burlándose de él. Los franceses les cortan la cabeza a los reyes, nosotros nos descojonamos. En España hay un descreimiento de bar. Vemos la política en la televisión del bar. Con humor, eso y lo demás.

—¿Qué pesa más en la vida, la ambición o el deseo?

—La ambición y el deseo se parecen en que ambos duran toda la vida, pero la fuerza para conseguirlos no. El país está lleno de personas muy mayores ya para conseguir lo que ambicionan y cumplir lo que desean. Hay una edad en la que el cuerpo ya no llega donde llegan las ganas. En realidad, ambición y deseo están hechos de la misma pasta.

—Dígame, ¿quién es Pecados?

—Pecados soy yo. Es mi trasunto o yo soy el suyo. Mis contradicciones son distintas de las de Pecados, pero Pecados mira el mundo con la indiferencia con que lo miro yo y con la primacía del corazón sobre ninguna otra cosa. Cuando digo Libro de Pecados es como si dijera «mi propio libro». Así me veo yo, un tipo que hace muchas cosas, que ha llegado a mayor intentándolas hacer lo mejor posible, que escribe libros y que se ve involucrado en la política más por la parte personal que por la ideológica.

—¿Es un político que escribe o un escritor que ha dedicado su vida a la política?

—Soy un escritor que se ha dedicado a la política, pero quizá mejor político que escritor... Hasta hoy.