Alejandro Palomas: «Lo más terrible son los abusos del padre, pero de eso nadie pregunta»

FUGAS

Alejandro Palomas, el pasado jueves en A Coruña antes de la presentación de «Esto no se dice».
Alejandro Palomas, el pasado jueves en A Coruña antes de la presentación de «Esto no se dice». MARCOS MÍGUEZ

El autor de «Una madre» ha visitado Galicia con «Esto no se dice», un libro en el que rompe del todo el silencio en torno a los abusos sexuales que reventaron su infancia, que denunció públicamente en enero

20 dic 2022 . Actualizado a las 17:11 h.

Esto no se dice. Ese mandato bajo el que pueden esconderse toda tipo de horrores para un niño es el que rompe Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) en su nuevo libro, un relato crudo, doloroso, complejo y también luminoso frente al abuso, un grito que incendia el cuerpo del silencio. Palomas, que nos enamoró con Una madre y Un perro y ganó el Premio Nadal con Un amor, presentó la semana pasada Esto no se dice en A Coruña. En él, la infancia se rompe a los 8 años en el colegio, en veranos que no salen en las postales, pero se recompone después, mucho después, con el esfuerzo y el trabajo de un adulto, un autor que ha sobrevivido gracias a su madre y al arte de contar la vida.

­—Lo que cuenta en este libro sobrepasa de largo lo que uno espera de un libro.

—Es que la vida sobrepasa mucho lo que uno espera de los libros. Es lo que pasa cuando hablas con la verdad. La verdad sobrepasa cualquier tipo de imaginación. Yo una de las cosas que más le agradezco a la vida es poder escribir y poder crear con el barro de la verdad. Porque la verdad tiene una música que no tiene nada.

­—¿Qué supone esta obra para usted, tras denunciar públicamente que un fraile del colegio de Premià de Mar le sometió de niño a repetidos abusos sexuales?

—Este libro ha sido un regalo, no tener que ficcionar, no tener que inventar, simplemente relajarte y contar como contarías las cosas a un amigo. Es un lujo.

­—¿Qué pesó más, su sentido del deber para seguir alzando la voz en la denuncia o su vocación de escribir?

—Un poco de las dos cosas. A mí siempre me ha gustado jugar a entretejer la vida y la literatura, a borrar límites, a ir saltándome esos límites. En este caso, lo que hay es relato. La trama no existe como tal, sino que es un testimonio. Pero sí me he dado cuenta al escribirlo de que, en realidad... Tú sabes que mi madre murió hace un año y medio y ha sido como tenerla a mi lado todo el rato, con su cabeza en mi hombro, como mirando los dos un álbum de fotos juntos. Por eso la sensación ha sido tan maravillosa, porque ha sido viajar con mi madre a lo que hemos sido los dos. Esto ha sido como el principio de una segunda parte de mi vida, y ha sido muy hermoso.

—Es curioso cómo se mezclan el dolor, la rabia con la esperanza y la belleza. Romper el silencio para contar que han abusado de ti, que te han violado, debe de ser difícil. ¿También ha sido terapéutico?

—Estoy pensando todavía si lo ha sido o no. Yo creo que lo será en un futuro. Creo que notaré los efectos de esto más adelante. Ahora estoy más preocupado de lo que descubro en los demás, porque estoy descubriendo un mundo de personas que es infinito que han pasado por lo mismo que yo. Y yo no imaginaba que había ese mundo detrás del telón... Es un asombro ver la cantidad de personas que han pasado por cosas parecidas, con sus variantes, que han pasado por ese momento de ruptura con la infancia tan brusco, tan terrible, por un maltrato y un abuso de poder de un adulto. Muchos de ellos ni siquiera se habían atrevido, o se han atrevido aún, a decírselo a sí mismos. Lo terrible no es no decírselo al mundo, lo terrible es no decírtelo a ti mismo.

—El autoengaño es una manera de protegerse, una manera de vivir. Los abusos sexuales que sufrió por parte de un religioso no son lo que más sobrecoge de este relato, sino los del padre, lo que sufre de niño en su hogar.

—Eres la primera persona que me lo dice.

—Será porque los abusos que sufrió en un colegio de La Salle los contó en enero y lo de su padre no lo había contado.

—Claro, pero, fíjate, curiosamente el mundo del periodismo sigue quedándose en enero, no evoluciona en las preguntas, en la curiosidad, cuando lo realmente terrible aquí, lo realmente impactante, los abusos del padre.

—Quizá ha habido otros muchos padres así, y quizá ahora le llegue una avalancha de cartas y correos como los que recibió tras romper su silencio y pedir al Gobierno que abriese una comisión de investigación.

—Eso es lo que ha ocurrido... Eso era lo que estaba detrás del telón. Lo que estoy descubriendo ahora es tal cantidad de gente que ha sufrido el abuso, no solo sexual, sino el maltrato por parte de sus padres o de miembros masculinos de la familia.

—Suelen ser hombres...

—Siempre. Todo lo que yo he recibido hasta ahora, todos los mensajes, todos los que se me han acercado, han sido hombres y mujeres que en la infancia han sufrido abusos por parte de hombres de la familia. Cien por cien hombres de la familia, pero de esto nadie pregunta.

—En una entrevista que mantuvimos hace poco más de un año, antes de denunciar los abusos que sufrió a los 8 años, dijo que había sufrido «bullying» mucho tiempo. En este libro, relaciona ese acoso escolar con las violaciones.

—Los niños están muy desprotegidos. Yo no es que abogue por una hiperprotección como la de la sociedad americana, que no funciona. Pero hay muchos niños expuestos a muchas cosas a las que no les ponemos nombre, con lo cual ese tipo de protección no existe. En realidad, hoy les protegemos de muchas cosas de las que no tendríamos que protegerlos y hay otra serie de cosas de las que no hablamos y a las que no ponemos nombre, así que no podemos poner ahí un paliativo. Estamos actuando al revés.

—Cuando eres niño, tu normalidad es lo que vives, ahí donde estás inmerso...

—¿Sabes qué pasa? Que, cuando te ocurre, tú sabes desde el principio que es algo que no debería estar ocurriendo. Lo sabes siempre. Aunque tengas 6 años, lo sabes, lo sabes por lo que te transmite el adulto. Pero seguimos teniendo esa sombra del silencio detrás: mucha gente no ha hablado, ni siquiera se lo ha contado a sí misma. De algún modo, todos tenemos algo en nuestra infancia que no queremos tocar y que hay que tocar.

—Pero su infancia fue mucho más dura de lo habitual. Le preguntaron a menudo por qué había esperado tanto para romper públicamente su silencio. ¿Cómo aguantó tanto tiempo sin contarlo?

—Porque no lo necesitaba. No sé qué cambió en mí para necesitar contarlo tan abiertamente. Creo que fue un cúmulo de cosas. Inicié un cambio hacia luchas más sociales y pienso que esto vino de ahí, más que de una necesidad interna de centrar el foco en mí y liberarme. Fue un poco de rebeldía social, de enfrentar a la sociedad contra algo, de la misma forma que lo estaba haciendo en pequeñito con mis elefantas. Pensé: «Este es el método: gritar». Quiero provocar, quiero que las cosas se muevan.

—Otro detonante de su grito fue que a ese religioso lo vio en televisión porque le había tocado la lotería...

—Sí, tocó la lotería. Era Navidad y yo estaba solo en casa y de pronto veo: «El hermano Linares reparte un quinto premio entre los alumnos». Al verlo como el héroe del colegio y como el héroe del pueblo, rodeado de niños, pensé: «No puede ser». Lo que leí en esa imagen fue: «Este hombre ha seguido hasta el día de hoy». Me lo pregunté, no lo supe. Me pregunté algo que no me había preguntado nunca porque durante años había vuelto la vista hacia otro sitio, pero de repente no pude volver la vista hacia ningún otro lugar. Pensé: «No puedo huir más». Después de mi denuncia, salieron un montón de niños y niñas... Y yo creí que había sido el único. Uno de los motivos por los que no hablas es ese: porque crees que has sido el único, y si crees que has sido el único quiere decir que has sido tú. Cualquiera que haya sufrido este tipo de abusos de poder, abuso de confianza en la infancia por un adulto es carne de culpa.

—¿Calló tanto tiempo por miedo? Lo cuenta al principio de «Esto no se dice», que seguía teniendo miedo de adulto, miedo a aquel hombre.

—Aquí ha habido miedo a él. Siempre que he pensado en él, era un niño de 8 años. Nunca me he visto desde arriba, cuando he pensado en él, como un tío de 50 años. Siempre he tenido mucho miedo porque le he visto con autoridad.

—Su madre fue su salvavidas, como lo fue la literatura. ¿En algún momento, de niño, llegó a culpar a su madre?

—No me lo he preguntado... Pero no, nunca culpé a mi padre ni a mi madre, porque hicieron algo, fueron a decirlo al colegio y eso paró. Para mí fue efectivo, balsámico. Ese infierno terminó, luego llegaron otros. Cuando das el paso a adulto empiezas a plantearte cosas pero en retrospectiva, y yo ya no culpaba a nadie.

—¿Llegar al punto al que ha llegado con la literatura, de la mano de su madre y de tantos lectores amigos, ha sido reconfortante?

—Ha habido una compañía muy importante que me ha dado la vida, literalmente. La literatura, la escritura, el poder crear mundos en los que no existe esa posibilidad de agresión tan letal... He ido remodelando mi vida y mi visión de la vida también gracias a estos espejos que he encontrado por el camino. Han sido muy pocos, pero me han acompañado durante mucho tiempo. La historia es ahora, que ya no están.

—Los que no están están de otra manera. Lo dijo antes cuando contaba que sentía a su madre en su hombro en este libro...

—Están, están. Yo hay cosas que me pasan que me digo: «Mmmm, es ella, no puede ser nadie más».

—¿Cómo se siente ahora, que ese religioso que abusó de usted ya murió, ahora que escribe sobre ello como un escritor de prestigio que ha sacudido a un país con ese tema?

—Estoy cansado. Estoy tranquilo. Estoy con ganas de hacer muchas cosas, curiosamente, a pesar de estar cansado... Tengo la sensación de estar empezando a vivir la segunda parte de mi vida. Estoy en un rebobinar, pero con una ilusión superrenovada, por la capacidad real de incidir en lo que me rodea. Creo que eso es maravilloso.

—Sí se puede superar, entonces, algo tan duro como lo que ha vivido.

—Sí, se puede superar todo. Otra cosa es que nos queden cicatrices, ¿pero cuántas cosas nos dejan cicatrices? Somos un cúmulo de cicatrices. Todo esto me ha hecho la persona que soy y convivo muy bien con la persona que soy.