Miguel Ríos: «Cualquier tiempo pasado no fue mejor»

FUGAS

Miguel Ríos llega a Galicia con The Black Betty Trío y en un formato inusual en el artista.
Miguel Ríos llega a Galicia con The Black Betty Trío y en un formato inusual en el artista. Javier Salas

Historia y leyenda del rock and roll patrio, a sus 78 años afronta el domingo el cierre del Vive Nigrán. «Tengo ganas de aprender», dice, y se confiesa «obscenamente feliz»

15 jul 2022 . Actualizado a las 10:14 h.

Pertenece Miguel Ríos (Granada, 1944) a esa estirpe de músicos de empeño y desempeño inquebrantable. Seguramente a él, y solo a él, es atribuible en este país la leyenda del viejo roquero inmortal. Y con los hematocritos de serie.

 A sus 78 años, y asumida —tras un vano intento— la imposibilidad de «quitarse» del influjo casi narcótico que sobre él ejercen los escenarios, Miguel Ríos se enfrenta a las celebraciones del 40.º aniversario de aquel mítico y seminal Rock & Ríos; a la publicación de un nuevo disco, Un largo tiempo, en su mayor parte de composiciones propias, y a una gira de presentación del álbum, que lo acercará este domingo hasta el campo de fútbol de Montelourido, a modo de colofón y bola extra del festival Vive Nigrán.

Llegará acompañado de la banda que ahora le respalda, The Black Betty Trío, y en un formato inusual en el artista. «Yo nunca había hecho una gira acústica. Nunca había tocado sin batería, ni con instrumentos como la pedal steel, más propios de la música popular norteamericana. Pero creo que a mi estado actual de forma en lo vocal este formato le viene muy bien, porque tengo mucho más espacio para la voz. Y la verdad es que lo estoy gozando mucho», comenta. Eso sí, advierte que, «aunque es un concierto acústico, termina siendo electrizante».

—Dices en una de las canciones del nuevo disco: «Del esplendor en la hierba / aún conservo un resto de fulgor». Pero da la sensación, y a tenor de lo que cuentan las crónicas, que es bastante más que un resto el fulgor que Miguel Ríos conserva.

—Pues la verdad es que, vocalmente, sí. Cuando era más joven, me decían que la voz tardaba mucho en envejecer porque el grupo muscular que la sustenta, si lo tratas bien, tarda mucho en agotarse. Entonces no me lo creía. Pero es cierto. No es como los bíceps o los gemelos.

—¿Envejece antes el alma?

—La verdad es que, si la cuidas, tampoco tiene por qué envejecer. Envejecer es una cuestión que ahora tiene mala prensa, y yo entono el mea culpa, porque mi generación puso de moda la eterna juventud. En los años 50, antes de que mi generación abrazase el rock and roll, el rol del hijo era seguir la senda del padre. Imitabas a tu padre hasta que ibas a la mili, volvías y te casabas y aún seguías tratándolo de usted. La juventud no contaba para nada. Pero a partir de la irrupción de la cultura rock, la juventud tomó un lugar que no había tenido nunca hasta entonces en la historia de la humanidad. El problema es que hicimos tan fuerte esa marca de la juventud que ahora los viejos queremos seguir siendo jóvenes. O pareciéndolo, por lo menos. De ahí el desprestigio de la edad tardía.

—¿Es por eso por lo que le has escrito un blues a la tercera edad?

—Lo he escrito porque soy de los que creen que, hasta el último suspiro, quedan muchas cosas por soñar. Y nunca quiero dejar de aprender. Yo, aunque ya note cada mañana que el chasis sufre fatiga de material, me abono a levantarme con el espíritu de disfrutar cada día el máximo, de pensar que todo lo que me pase en la vida tiene sentido si la estoy viviendo. Hay que desprenderse de la neura esa de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

—«Un sutil aguijón de nostalgia llamado soledad», dices en esa canción. ¿Así sientes la edad tardía?

—Personalmente no, porque vivo en pareja. Pero es cierto que cuando eres joven te crees inmortal, pero cuando llegas a esta edad ya aparece en uno un miedo enorme a que te vas a morir. Ya sabes que el futuro es finito. Y eso a veces provoca que te encierres en ti mismo, lo cual puede llegar a desembocar en la más absoluta soledad. Yo creo que la sociedad debería ordenarse de otra manera para que el último tramo de la vida de las personas no sea como, desgraciadamente, demasiadas veces es.

—«El rock and roll es un bumerán», cantabas hace ya unas cuantas décadas. ¿Lo sigues creyendo? ¿Siempre volverá?

—Ya, la sensación es que ahora mismo el bumerán está en el apogeo, en el punto más lejano de su trayectoria, ¿no? Pero sí, volverá. Yo creo que el rock se está convirtiendo en una música clásica. Es evidente que ha perdido predicamento en la sociedad, que no está de moda. Que no es el reguetón ni este tipo de músicas salsero latinas que nos invaden. Pero la masa social del rock es muy estable y sigue siendo muy grande. Lo habéis podido ver hace muy poco en Galicia, en el Resurrection. Lo que sí están cambiando son las costumbres. Hoy el público prefiere ir a ese tipo de macroeventos que a conciertos de un solo grupo. Pero eso pasa también porque hay una cosa que se llama poder adquisitivo. Y no hay arroz para tanto pollo.

—¿Cómo ves la actual escena roquera española, si es que la sigues?

—Sí, claro que la sigo, aunque no puedo dedicarle todo

 

el tiempo que me gustaría. Antes los días eran eternos y ahora se me pasan en un suspiro. Veo que los nuevos grupos de rock tienen ya esa calidad y esa madurez propia de quienes han abrazado una cultura que les pertenece. No como nosotros. Nosotros formábamos parte de una cultura impostada que tratábamos de introducir aquí, sin apenas referencias. Nosotros nos ocupábamos más de aprender los movimientos de Elvis que de entender lo que Elvis decía. Pero 70 años de historia de rock and roll han hecho que hoy los chavales cojan una guitarra y no necesiten media vida para tocar como Jimmy Page.

—Lo que ya no parece posible es hablar del rock and roll como la voz de esta generación.

—Pues no lo sé. Yo tampoco creo que la voz de esta generación sea el reguetón. Esa música está muy bien para salir una noche de perreo, a ver si pillas. Pero como música generacional, con todo lo que eso conlleva de acompañamiento cultural, yo no la veo.

—¿Te han segado la esperanza de raíz, como dices en «La estirpe de Caín» o aún sigues creyendo en ella?

—La esperanza es un sentimiento bien interesante. Yo muchas veces me siento obscenamente feliz. A mis 78 años digo: «Joder, es que me va de puta madre». Pero, inmediatamente, contrapongo el sentimiento de los que no pueden hacer lo que yo hago. Y entonces, hacia dentro estoy superfeliz y, hacia fuera, cabreadísimo. Mi esperanza se sustenta en que habrá otra gente como yo que se mostrarán agradecidos a la vida pero críticos con lo que les rodea. Convivir con esas dos realidades despierta en mí la esperanza. Que no es una esperanza bobalicona, de esas de decir «bueno, ya vendrá algo o alguien que lo solucionará». No, lo tenemos que solucionar nosotros. Lo veo difícil porque es que... Mira, si a una rana la echas en una olla de agua hirviendo, todo su organismo reacciona de tal forma que es capaz de dar un salto y salir fuera. Pero, si la metes en una olla de agua tibia y le vas poniendo fuego poco a poco, la rana no se da cuenta de que se está quemando y muere. Yo creo que las nuevas generaciones que vienen detrás se tienen que dar cuenta de hay una élite de la sociedad, muy pequeña pero dominante, que nos está cociendo a fuego lento. Por eso les insto a que no se queden confortables en el agua templada.

—Tú que le cantaste un himno, ¿cuál es en estos momentos el estado de salud de la alegría?

—Pues fíjate, pienso que es una de las armas que tenemos para combatir este escenario. Es un sentimiento casi catequista. Estar alegres a pesar de estar jodidos. Yo canto en todos los conciertos el Himno a la alegría. Que, por cierto, en este formato acústico suena maravillosamente. Para mí es una melodía que refleja lo mejor, la parte más luminosa del ser humano.

—Hace poco nos sorprendiste cantando en gallego una canción, «Benvidos», en un disco de Luar na Lubre.

—Hombre, tío, ¿te has dado cuenta de qué paso he pegado en mi formación humanista? (se ríe). Ya había cantado en catalán con Serrat y en euskera con Kepa Junkera. Y ahora me encantó que me llamaran Luar na Lubre y poder cantar en gallego. Primero, porque es un grupo al que admiro muchísimo. Bieito [Romero] es un sabio. Y después, está ese guiño al Bienvenidos... Me lo pasé genial.

—Bien que se agradecen esas manifestaciones de compromiso con la defensa de las lenguas y de las músicas minorizadas.

—A mí me encanta, por ejemplo, cuando veo en la tele que le meten un canutazo a alguien por la calle y habla en su lengua materna. Me parece fundamental conservarlas porque, además, eso no está en contradicción con la evolución. Al contrario. Esa defensa impide que las importaciones culturales se impongan de forma mayoritaria. Y demuestran que modernidad y tradición pueden convivir perfectamente. Lo que nunca se debe admitir es que se coarte esa libertad, que nos la censuren. Tener que hablar de esto a día de hoy debería producirnos sonrojo. Que a alguien le pueda parecer mal que cada uno se exprese como quiera, me parece absurdo.

—¿Qué les dirías hoy a los hijos del rock and roll?

—Bienvenidos. Lo mismo que hace 40 años. Bienvenidos... Que falta nos hacéis.

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