Enrique Iglesias, el gran camaleón

CARLOS PEREIRO

FUGAS

Jorge Guerrero

Cada nueva canción que entona saca los colores a su anterior éxito, que ya se antojaba como insuperable. Pues no. Otro título, otro vídeo, otro récord de visitas en el tiempo. De baladista a trapero. De 1995 al 2018. Siempre conquistando nuevos territorios

02 feb 2018 . Actualizado a las 21:39 h.

Con el paso de los años es habitual que los artistas rindan cuentas a público y crítica. Artículos y opiniones de sus canciones que vienen, en muchos casos, a recordarles que cualquier tiempo pasado fue mejor. No se pone en duda su talento, o la calidad de sus composiciones; pero sí que chirría un poco su capacidad actual para crear un hit que lo ponga en lo más alto de las listas de éxitos. Pasa en el rock, pasa en el pop, pasa en el rap y pasa en el reguetón. Hay, cómo no, excepciones. Enrique Iglesias es una.

Hubo un tiempo en que el hijo de Julio Iglesias no llevaba gorra y era más de jersey de cuellos altos. Bajo un foco de luz blanca y un corte de pelo a lo Dawson Crece, Enrique decía que «besar la boca tuya merece un aleluya». Un coqueteo con el pop-rock británico, en base a los ídolos del momento. Toda una «experiencia religiosa» que quedó marcada a fuego en las adolescentes de aquel entonces.

Dos años después la cosa se pondría seria y en los American Music Awards Enrique Iglesias compitió contra Luis Fonsi y su propio padre. En esa ocasión Julio se alzó con el galardón. Tiempo al tiempo. Su lado más latino se hizo palpable en Bailamos, su primera canción en inglés, que acabó incluida en la cinta Wild Wild West, protagonizada por el archiconocido Will Smith. El mismo actor le pidió permiso para incluirla en la película. ¿Resultado? Primer número en la Billboard estadounidense. Muchos otros artistas de origen mediterráneo o sudamericano siguieron su ejemplo y probaron a traducir sus letras. Shakira, Ricky Martin, Jennifer López o Paulina Rubio así lo hicieron.

EL RITMO DE ORO

Con la llegada del nuevo milenio Enrique Iglesias patenta su nombre. Es un artista reconocido y valorado en el circuito comercial tanto anglosajón como hispanohablante. Su combinación de pop y timbre ligero se compenetra de una manera fantástica con otra vertiente más rítmica y bailable, carne de cañón de discoteca. No acabaría de explotar del todo esta faceta hasta años después, pero se deja entrever. El abuso de las baladas como singles, así como una incursión en el rock ochentero con el séptimo álbum avisan de que hace falta cambiar de registro. No tardó en tropezarse con el rapero Lil Wayne, con el que graba un dúo y, en cierto modo, predice el apogeo y auge de los feat que han poblado la música comercial durante toda esta década. Un coqueteo con el hip-hop que inspiró al cantante español a la hora de plantear sus siguientes movimientos dentro de la industria. Por primera vez en su trayectoria artística lanza un álbum mitad en castellano, mitad en inglés. Es un disco cargado de duetos. De todas las clases.

Tanto está Juan Luis Guerra como Usher, o Wisin y Yandel. El electrolatino comienza a tomar fuerza en las listas de éxitos y Enrique, acertadamente para él, se sube a una ola que lo llevaría a editar en el 2014 Sex and Love. Pitbull y Romeo Santos rompen las listas a golpe de colaboración de reguetón y bachata respectivamente. Y así llega Bailando, y sus más de 2,45 millones de reproducciones en YouTube. Nada queda de baladista y sí mucho de intérprete de reguetón. Las discotecas se pasan el verano machacando el botón del replay. Está hecho. Enrique Iglesias se erige como un nuevo ídolo musical. Viejo conocido de algunos, y nuevo para los jóvenes que pueblan la noche del fin de semana. Más que una tecla o una melodía, Enrique Iglesias ha tomado el ritmo del reguetón y lo ha hecho suyo de una manera absolutista. Duele el corazón, Súbeme la radio... Cuesta diferenciarlas de no ser por su letra. En cierto sentido es indiferente. Sus canciones se han hecho para bailar y hacerse notar en la discoteca. Estribillo pegadizo y un par de susurros al inicio. La fórmula es tan simple que parece absurda, pero su éxito es innegable.

La industria no es ajena a las tendencias. El trap, pese a haber surgido al margen de los circuitos comerciales se ha convertido en un negocio muy lucrativo para sus abanderados. Bad Bunny es un ídolo de masas que simula ser el rey Midas del momento. Todo lo que toca, o más bien, todo tema en el que colabora, se convierte en oro. Pura alquimia. Enrique lo sabe, y así como Pitbull le dio las llaves del reguetón, ahora llama a la puerta del puertorriqueño para hacerse con un nuevo juego. Y parece que también hay sitio para él en el género de auto tune. El Baño, su tema conjunto, ha logrado más de setenta millones de reproducciones en una semana. El hijo de Julio ha conquistado un nuevo territorio. Le ha cogido el gusto al asunto.