Javier Bonilla continúa al lado de su padre la tradición iniciada por su abuelo hace medio siglo
03 mar 2013 . Actualizado a las 06:00 h.Decir Bonilla en Vigo no es nombrar un apellido, sino mentar recuerdos con delicioso sabor a chocolate con churros y consumiciones aderezadas con crujientes patatillas en un mítico local con sillones rojos de escay colocados alrededor de las cristaleras. Eso era cuando Bonilla estaba en su emplazamiento original, en la calle Darío Álvarez Blázquez. El establecimiento nació en febrero 1963, pegado al Teatro García Barbón, en el bloque que ocupó el famoso Hotel Nilo. Cuando se reformó el inmueble para construir un nuevo hotel, se mudaron muy cerca para gozo de los adictos a sus especialidades. En febrero del 2003 reaparecieron en la calle Marqués de Valladares y este año se cumple medio siglo desde su llegada a Vigo.
Javier Bonilla está ahora al frente de este local y del que abrieron en 1997 en la calle Cuba. Pero la historia de la mítica chocolatería comienza mucho antes y un poco más al norte. «Lo inauguró el padre de mi madre, Salvador Bonilla, que fue el que montó la primera churrería en A Coruña en 1932, pero en el 63 decide venirse para aquí y abrir otra». Un par de años después ya se incorpora el padre de Javier, el coruñés Juan José López Pérez, «alias Juan, el de Bonilla», apostilla el hijo, y su mujer, la ferrolana Blanca Bonilla. Javier, que nació en A Coruña y llegó a Vigo siendo un bebé, es el hijo mayor y el que siempre tuvo claro que quería continuar la tradición familiar, aunque empezó la carrera de Ingeniería, que dejó enseguida.
Bonilla a la vista es la marca original coruñesa y la que se mantiene en los locales de la urbe herculina, pero el funcionamiento y el sistema es exactamente el mismo. «Cuando mi madre se quedó con el negocio al fallecer la suya, decidieron, para diferenciar ambas ciudades, que en Vigo solo se llamaría Bonilla», explica. Además, los hijos se invirtieron el apellido para conservarlo.
El abuelo Salvador, con su esposa y un par de empleados más, pusieron en marcha un negocio de dulces réditos. En 1965 se incorporaron Juan y Blanca. Y Javier y su hermana ya andaban por allí cuando no era más altos que el mostrador, aunque ella lo dejó pronto. El actual responsable de la empresa recuerda que en A Coruña la fama la cogieron haciendo patatillas. «Bueno, allí les llaman patatas fritas -bromea- y después mi tío decidió añadirle el chocolate con churros, pero el bum de las patatas fue tan grande que montaron una fábrica. Ferrán Adriá cocinó su peculiar tortilla deconstruida con ellas», afirma.
Y es que el mediático chef supo identificar el sabor especial de Bonilla, que no es otro que el líquido en el que fríen sus productos. «Aquí solo entra aceite de oliva virgen extra que viene de una cooperativa de Baena, en Jaén. Es el secreto. Bueno, también hay que utilizar una harina en condiciones. Y que la masa esté bien hecha, claro», añade. En opinión del experto, paradójicamente, los churros no se hacen como churros. «No salen igual aunque utilices la misma fórmula. Con la misma medida de harina, agua y sal tendrían que ser iguales, pero no es así. Es el toque, es saber tratar esta materia viva», opina.
Javier ya está a las cinco de la mañana preparando la masa. Empieza en la calle Cuba y cuando acaba, baja a Marqués de Valladares para continuar allí la primera tarea del día. «Freímos una media de 25 kilos al día en cada local», comenta. Ahora, con la crisis y otros cambios de costumbres urbanas, se defienden. «La calidad es nuestra arma principal. Contra eso no hay quien pueda», asegura.