Actos literarios

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

08 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

a semana pasada estuve en mi pueblo presentando un libro que acabo de publicar: se trata de una selección de los artículos que escribí en los últimos años en este periódico. Todo resultó bien, como ya le adelantaba antes del comienzo del acto al alcalde, que, por ser nuevo en el cargo y presidir el acto, no ocultaba una ligera preocupación. «Tranquilo, que jugamos en casa, con el público a favor, y con dos muy buenos refuerzos», le dije, refiriéndome a la presencia de Víctor Freixanes y Xulio L. Valcárcel, que nos acompañaban en la mesa. Y así fue, un acto sencillo y próximo. Estaban todos los que tenían que estar, y algunos con los que no contaba. En mi pueblo, en este aspecto, son muy especiales: si los invitas, acuden al acto. Si no los invitas (porque crees que no les va a interesar nada el tema y que los vas a forzar, de alguna manera, a asistir), se molestan. Me lo confirmó un vecino de 86 años, al que, deliberadamente, no quería meter en compromisos de este tipo: «Veño, aínda que non me invitaches, porque che quero ben dende sempre». Y lo mismo me pasó con un amigo de infancia que, nada más cumplir 18 años, emigró a Suiza y ya nuestro contacto fue esporádico, de vez en cuando en vacaciones. Vive en una aldea vecina, y hacía tiempo que no lo veía. Pues allí estaba con su mejor voluntad, aunque el libro, este y cualquier otro, pertenezcan a un mundo en el que él no habita. Le agradecí con un abrazo su fidelidad al recuerdo de una infancia compartida.

En actos de este tipo hay un apartado que puede resultar un poco embarazoso, pero es el que realmente te permite contactar de forma directa con la gente. Se trata de la firma de libros que los asistentes cariñosamente te presentan para que se los dediques. Hoy es una moda muy extendida, y en las «ferias del libro» los escritores acuden a la cita con sus lectores para escribir una breve dedicatoria de su puño y letra. Nos parece que el libro adquiere un valor especial con la firma de su autor. Pero para el escritor, algo tan sencillo se convierte en un ejercicio complicado, en el que se mezclan la psicología y la literatura, especialmente si se quiere escapar de los moldes generalistas que no van más allá de un pobre: «A Fulano, con un abrazo». Y en este apartado siempre surge algún detalle curioso. Como el que me ocurrió el otro día. En la fila que se había formado, me fijé en una señora de mi edad, que unas veces me parecía la vecina conocida desde siempre, pero otras, no. Cuando le tocó su turno, me dio el libro y me dijo: «me llamo Chuqui». «¿Pero tú no eres Manola?» (los nombres son ficticios), «Sí, pero cambié de look, de nombre y hasta de vida». Y ya no me atreví a mencionarle nada de aquellos tiempos en que era Manola… Desde luego, está claro que la gracia y las novedades las ponen ellas, pues otra conocida me da también su ejemplar para que se lo dedicara. Porque sé perfectamente cómo se llama, me dispongo a hacerlo, pero antes le pregunto el nombre de su marido, para incorporarlo al texto: «Ya no hay marido», me dijo con alegre resolución de divorciada. Salí como pude de estos imprevistos, lamentando no tener la rapidez de reflejos de Javier Marías, cuando, en una firma colectiva, se plantó ante él una joven muy dicharachera que le dijo: «Escribe esto, por favor: Para Maruchi, el mejor cuerpo que pasea por la calle de Alcalá». Marías escribe lo dictado, la observa por encima de las gafas, y añade: «… según dice ella».