Así relató Beriain la caída de Sadam Huseín: «Sabía cómo montárselo»

david beriain

ESPAÑA

David Beriain, en las instalaciones centrales de La Voz, en el 2019
David Beriain, en las instalaciones centrales de La Voz, en el 2019 VÍTOR MEJUTO

Beriain cubrió para La Voz el conflicto en Irak. Tras la caída del sátrapa entró en su palacio en Tikrit. Así lo relató

28 abr 2021 . Actualizado a las 11:36 h.

La piscina en la que se bañaba Sadam Huseín está vacía. Nos la encontramos al entrar en el palacio de Tikrit, el más grande de los 78 que poseía el dictador. Tiene forma de chupachups y es muy profunda. Aquí, por las mañanas, Sadam se hacía sus largos para cuidar la espalda. Eso sí, antes de comenzar, uno de sus esbirros comprobaba que nadie hubiera puesto algún tipo de veneno en el agua.

La piscina es cubierta. Está en una especie de salón hecho enteramente de mármol. Desentonan las mesas y sillas de plástico, como las que se venden en el Carrefour para el jardín. La habitación tiene una decoración un poco recargada, al más puro estilo árabe, pero no de mal gusto. Este es seguramente el más elegante de todos sus palacios. Aquí no hay bustos de Sadam por todas partes, ni mosaicos en los que aparece emulando a Nabucodonosor, como en el de Mosul. Quizás porque, dicen, este era el palacio en el que más tiempo pasaba, y aquí no tenía ninguna necesidad de recordarse a sí mismo quién era.

«¡Buah, el tipo sabía cómo montárselo!», exclama un marine al entrar en la estancia. Él, dos compañeros y nosotros somos los únicos habitantes del palacio. Al contrario de lo que ha ocurrido en otras partes, los soldados norteamericanos han tomado el palacio y no han dejado pasar a los saqueadores, que siguen haciendo cola a las puertas del complejo, esperando su botín. De vez en cuando alguien entra con permiso de los aliados y se lleva algo.

Es un saqueo controlado, así que en esta gran mansión aún quedan muchas cosas, que permiten hacerse una idea de cómo era la vida en la corte de Sadam. Ben, el marine, se hace una foto en la piscina. Él y su compañía han venido desde Kuwait, pasando por algunas de las batallas más duras de la guerra, como la de Nasiriya. Están sucios, no han hablado con sus familias desde tres meses y tiene cara de cansancio. «Hoy hemos dormido bien, bajo el blindado, a pesar de que nuestros aviones han estado bombardeando. La noche anterior fue mucho peor». Y tanto. Fue entonces cuando entraron en Tikrit, el feudo de Sadam. Hubo menos resistencia de la esperada, pero aún así tuvieron que combatir.

Casi tan grande como las Cíes

El palacio es gigantesco. Es casi tan grande como las islas Cíes y tiene tres lagos artificiales. A la entrada, la única concesión al personalismo. Dos estatuas de jinetes coronan una puerta al más puro estilo de la de Brandemburgo, en Alemania. Desde lejos se puede ver que los dos tienen la cara de Sadam. Dentro lujo y más lujo. Salones de juego y de billar, baños con terminados en oro, decenas de habitaciones y varios edificios. Hay muchos cuadros todavía colgados en las paredes. Alguien se ha llevado los colchones, pero ha dejado el arte. Nadie puede dormir sobre un cuadro.

«Pensar que antes, con que solo pararas el coche en las cercanías de este edificio, te disparaban. A mis padres les pasó en Bagdad, el coche se les averió cerca y toda la gente empezó a correr. En unos segundos el coche estaba lleno de agujeros». Rebin, nuestro traductor kurdo, está emocionado. Quizás sea el primer kurdo que ha pisado el palacio. Dice que tiene sentimientos contradictorios: «Esto es muy bonito, pero no paro de pensar en toda la gente que sufrió para construirlo y los que fueron explotados trabajando aquí», dice.

Desde luego el lugar era una fortaleza. Dos anillos de murallas repletos de torretas de vigilancia ocultan al resto de los mortales lo que ocurre dentro de las estancias. No hubiera sido un mal lugar para resistir hasta el final, pero los líderes del régimen iraquí se fueron hace tiempo de aquí. Se nota en que los jardines están un poco descuidados y hay algunas telarañas en el techo de uno de los edificios del complejo. Ahora lo controlan marines. Cuando ellos entraron ya no quedaba nadie. Varios soldados lo patrullan y los helicópteros Cobra lo sobrevuelan de vez en cuando.

Hay una explosión. Tikrit, que por momentos parece un lugar tranquilo, borra esa sensación de un bombazo. Sigue la lucha contra los que resisten y luego nos enteramos de que los enfrentamientos entre kurdos y árabes han dejado hoy (por ayer) un balance de cuatro muertos.

Salimos del palacio a pie. Del centro del complejo hasta la puerta principal son veinte minutos a buen paso. Afuera el culto a la personalidad de Sadam lo invade todo. Hay retratos suyos por todas partes, colgados de las farolas, en las esquinas, en pequeños altares. Nadie los ha tocado, ni tampoco a las estatuas. Al fin y al cabo, este era su pueblo y esta su gente. El clan de Tikrit ha gobernado este país los últimos 30 años.