¿Qué hay detrás de la cortina de humo de López Obrador?

ESPAÑA

Joebeth Terriquez | Efe

«Me tocó pagar las culpas de Cortés en el patio del recreo durante varios años. Pero no pedí perdón»

27 mar 2019 . Actualizado a las 20:51 h.

El segundo mes de Gobierno de López Obrador se saldó con 2.928 víctimas de homicidio y nadie ha perdido perdón. Es bien sabido que no existe coherencia alguna entre la imparable verborrea populista del presidente mexicano y los hechos que definen su mandato. Los ciudadanos que lo votaron masivamente para plantar cara a un priismo rancio empiezan a exigirle resultados.

¿Qué hay de la cuarta transformación? AMLO no es capaz de responder a eso, ni tampoco tiene argumentos que justifiquen su tibieza ante la imparable ola de violencia que sacude al país, ni la ausencia de propuestas reales para combatir esa «mafia del poder» en la que ahora se ha sumergido con total conformidad.

La oratoria no es el punto fuerte de un presidente que sin embargo se presume astuto. De lo que sí sabe es de manipulación. Durante su paso por la oposición respaldó las marchas violentas y la resistencia al pago de servicios básicos como la factura de la luz. El objetivo era muy claro: poner contra las cuerdas a un Gobierno en decadencia. Aprovechó esa magistral jugada como alegato electoral prometiendo la condonación de la deuda a los usuarios que dejaron de pagar el suministro eléctrico. Y le salió bien.

Pero ahora el enjuiciado es él y los mexicanos le exigen que cumpla sus promesas. Así que el mesías tabasqueño se saca de la manga el as siempre infalible del orgullo patrio para centrar la atención en un debate tan absurdo como infructífero. Una polémica que solo ha servido para remover rencores fomentados desde el propio sistema educativo. Yo misma padecí ese rencor que aún prevalece entre algunos mexicanos hacia los conquistadores. Nacida en México con un apellido gallego y otro japonés, me tocó «pagar las culpas» de Cortés en el patio del recreo durante varios años. Pero no pedí perdón. Tampoco lo hizo mi padre -nacido en A Coruña- cuando se metían con él durante las fiestas de independencia. Al contrario, fue él quien me enseñó a sentirme orgullosa de mis raíces tanto gallegas como mexicanas. Y el que me demostró que no hay que avergonzarse por el lugar de origen. Vergüenza, decía, es robar y que te atrapen. Y eso me bastaba para volver al colegio llena de orgullo pese a que seguían llamándome la hija del gachupín mientras me contaban mil y un chistes de gallegos. Claro que eran otros tiempos y nadie le daba importancia a esas «cosas de niños». Ni siquiera yo.

La cortina de humo que ha lanzado López Obrador no ha hecho más que enfatizar la doble moral de un país cuyos gobernantes han vulnerado repetidamente los derechos de los indígenas, y que nunca han fomentado el uso de lenguas tan ricas como el chontal, el náhuatl, el zapoteco y el mixteco. Un país en el que prevalece un único idioma heredado de esos conquistadores a los que ahora se pretende juzgar y en el que las propias instituciones relegan las lenguas nativas al uso familiar.

No se trata de negar el atropello que supuso para los indígenas la llegada de los españoles, una historia de violencia bidireccional que debería avergonzarnos. Pero tampoco vale la pena resucitar batallas que todos hemos perdido.

Lo mejor de México es su gente. Esa gente que recibe con los brazos abiertos a los visitantes, sean españoles o chinos, para dar una lección de profunda generosidad pese a vivir en medio del caos. Un caos por el que sí hay que pedir perdón todos los días.