Estados Unidos contra China, la gran lucha de titanes que nadie puede ganar

Zigor Aldama MADRID / COLPISA

ECONOMÍA

La guerra comercial es la punta del iceberg de un choque más profundo

14 abr 2025 . Actualizado a las 08:32 h.

Sobre el papel, Donald Trump vio clara su victoria en una guerra comercial con China. Echó un vistazo a las estadísticas comerciales entre las dos mayores potencias económicas y la ecuación parecía sencilla: por cada tres dólares de productos que EE.UU. adquiere en el gigante asiático le vende solo un dólar. Con un déficit comercial de casi 300.000 millones, el magnate sintió que tenía un as en la manga y avanzó durante su campaña electoral que impondría a China un arancel del 60 % con un objetivo doble: equilibrar la balanza comercial y lograr el retorno de la producción que se ha deslocalizado a Oriente.

Trump estaba convencido de que la mera amenaza bastaría para obligar al Partido Comunista a sentarse a negociar. De hecho, esta misma semana ha vuelto a verbalizar esa idea. «China quiere llegar a un acuerdo. Simplemente, no sabe cómo hacerlo, porque los chinos son gente orgullosa. Pero descubrirán cómo hacerlo», afirmó el miércoles. No obstante, a pesar de que Trump impone ya un arancel del 145 % a todos los productos chinos, desde Pekín la respuesta no ha sido la que esperaba. «Lucharemos hasta el final», afirmó el portavoz del Ministerio de Comercio de China cuando anunció que respondía con un impuesto del 125 % a los productos estadounidenses.

«Nadie va a ganar esta guerra», comenta un empresario chino del sector textil. «A las empresas chinas nos va a hacer daño porque tendremos que buscar destinos alternativos para nuestra producción o reducir los márgenes, pero podemos absorber el golpe porque estamos preparados. Ya comenzamos a diversificar durante el primer mandato de Trump, cuando inició la guerra comercial. En EE.UU., sin embargo, al consumidor se le puede atragantar el incremento de precios porque no está acostumbrado a sufrir», vaticina.

Luis Galán, fundador de la consultoría de comercio electrónico transfronterizo 2Open, es de una opinión similar. Concuerda con Trump en que «China ha manipulado las normas comerciales a su favor a lo largo de los años», pero considera que la belicosidad del mandatario estadounidense no le va a dar buenos resultados. En primer lugar, porque sin los productos baratos de China la inflación puede dispararse. Y, en segundo lugar, porque es poco probable que los aranceles logren la reindustrialización de la potencia americana. «Resulta complicado llevarla a cabo de manera repentina, ya que depende de clústeres de conocimiento, capital, tecnologías y otros factores que requieren tiempo para consolidarse», analiza Galán.

Alicia García Herrero, economista jefe para Asia Pacífico Natixis, añade que «EE.UU. pierde credibilidad en un momento en el que su economía va a entrar en una fuerte desaceleración cíclica, probablemente incluso en una recesión, con activos como el dólar sobrevalorados, con un enorme déficit fiscal y con cierta dependencia de inversores extranjeros». Pero señala que China también sufrirá porque «tiene una economía estancada con necesidad de exportar para mantener una tasa de crecimiento razonable». García calcula que sin el superávit comercial de un billón de dólares, China habría crecido menos del 3,5 % en el 2024.

Quién perderá menos

Así, la pregunta no es quién va a ganar esta guerra comercial sino quién va a perder menos. Trump quiere jugar al sprint, pero Xi Jinping prefiere la maratón. «China juega a largo plazo, con temple y cálculo estratégico. Trump, en cambio, va de farol en una partida de póker cortoplacista que no puede sostener, limitado por una interdependencia económica global que frena sus órdagos unilaterales. La moratoria arancelaria de 90 días lo dice todo: su agresividad es más espectáculo que sustancia», comenta Julio Ceballos, consultor de negocio en China y autor de El calibrador de estrellas.

«Mientras EE.UU. improvisa y reacciona con bandazos, Pekín responde con firmeza, con una hoja de ruta clara, coherente y global: diversificar mercados, reforzar el consumo interno y proyectarse como socio fiable en medio del caos que emana de la Casa Blanca», apostilla.

Para Claudio Feijoo, catedrático Jean Monnet en Diplomacia Tecnológica, la batalla comercial «no es más que la punta del iceberg» de un choque que esconde cuestiones mucho más profundas: «Algunas tienen que ver con los problemas internos de Estados Unidos en su economía y su sociedad y otras con los desequilibrios entre EE.UU. y China, que existe y es difícilmente sostenible, así como con el desafío que representa el creciente papel de esta última sobre todo en productos y servicios de alta tecnología».

«Son una tirita para tapar una gran hemorragia»

En opinión de Feijóo, los aranceles de Trump «son una tirita» para tapar una gran hemorragia que tiene multitud de factores, desde un nivel de endeudamiento excesivo hasta una sociedad «sin un colchón que amortigüe el impacto de los nuevos desafíos». En definitiva, «se acercan peligrosamente las circunstancias para una crisis» y la guerra de Trump «no va a arreglar los problemas de EE UU porque son sistémicos».

Por su parte, Feijóo subraya que, en esta situación, «China tiene que decidir si deja que su rival se consuma en sus contradicciones o si cree que es lo suficientemente fuerte para acelerar su proceso de declive arriesgando un conflicto bélico». Porque ahora la batalla está centrada en los aranceles, pero en el arsenal chino hay muchas más armas: desde el acceso a las tierras raras que controla en más del 90 %, y que Trump quiere lograr de Ucrania, hasta el fentanilo que hace estragos entre la población estadounidense, y cuyos precursores químicos Pekín podría dejar de controlar, algo a lo que había accedido, precisamente, para evitar los gravámenes.

«China tiene cartas fuertes: controla las tierras raras, domina nodos críticos de las cadenas de suministro y posee buena parte de la deuda estadounidense. Puede mantener el pulso», apunta Ceballos. «Si esta guerra no se desactiva pronto, todos perderemos algo, sí, pero la reconfiguración global será inevitable y acelerará el declive estadounidense ya en curso. Y en esa nueva partida, quien mejor ha leído al otro es, sin duda, China», sentencia el consultor. El dilema de Europa «EE.UU. podría ser el mayor perdedor porque no solo pierde lo transaccional, pierde su liderazgo sobre el mundo. Tras el abandono en la guerra de Ucrania y en el comercio mundial, ¿qué países van a seguir su liderazgo? ¿No será China un socio más fiable?», se pregunta Galán.

Es una cuestión que también se plantea en la cúpula del poder de la Unión Europea. Y es evidente que la ruptura de los lazos que tradicionalmente la han unido a EE.UU. puede impulsar un giro hacia China. Lo teme incluso el secretario del Tesoro de Washington, Scott Bessent, que, coincidiendo con el viaje de Pedro Sánchez a Pekín, el miércoles lanzó una velada amenaza contra esa estrategia, que equiparó con «cortarse el cuello». No obstante, la UE sí que trata de mejorar las relaciones con el gigante asiático. «EE.UU. está retrocediendo en muchos de los principios que han sustentado su enfoque del comercio y la inversión globales, generando una incertidumbre económica global sin precedentes. Así, China tiene la oportunidad de establecer un entorno empresarial que proporcione la estabilidad y la fiabilidad que necesitan los inversores», afirman desde la Cámara de Comercio Europea en China.

«La presión sobre Europa va a ser terrible», prevé Feijóo. «La de China para colocarnos su sobrecapacidad de producción, y la de EE UU para que no ayudemos a China. Pero es China la que más puede ayudarnos a reindustrializarnos moviendo su capital y su tecnología a Europa», analiza. Por otro lado, «el sur global también va a encontrarse con mucho producto chino, pero ya ha despertado y va a querer negociar algún tipo de transferencia de tecnología e industria», vaticina el catedrático. «Estamos viviendo la maldición de vivir tiempos interesantes», apostilla.